ARTÍCULO DEL DIRECTOR

Ética ciudadana y moral nacional

Estoy convencido de que el verdadero problema de España no estriba tanto en lo político como en lo sociológico; y, por ende, en lo educativo, en tanto que en las escuelas se omite en los currículums sistemáticamente tanto la ética ciudadana como la moral nacional de mis queridas utopías.

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Ética ciudadana y moral nacional

Ética ciudadana y moral nacional

A pesar de mi situación de jubilado y de lo que está cayendo, de vez en cuando permito que mi mente se ilusione y que algunos de los enseños utópicos de otros momentos de mi vida se superpongan al pétreo panorama que tenemos ante los ojos.

He empleado a sabiendas el término utópicos, pero en el bien entendido de que, por utopía, priorizo la segunda acepción del diccionario de la RAE a la primera; del significado de lugar que no existe, que atiende a una exacta etimología de la palabra, me paso a plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.

De este modo, son actuales utopías una España unida, definitivamente reconciliada consigo misma y entre las banderías que la sacuden; un sistema de crédito al servicio de lo fecundo y no de la especulación; la participación del trabajo en los beneficios y en la propiedad de los medios de producción; una política fiscal justa que lime diferencias y solvente abismos entre las gentes; o ese pacto educativo para las aulas, al que me refería irónicamente en un artículo anterior

Y también, entre mis queridas utopías, figura la asunción por parte de todos los españoles de una ética ciudadana y de una moral nacional, y que ambas permanezcan como sustratos prepolíticos bajo cualquier gobierno, régimen o forma de organización de la res pública que nos puedan deparar los hados, en ocasiones tan aviesos como en este momento.

Con respecto a la ética, podríamos acudir a su definición clásica: tendencia hacia el bien, según la explicación aristotélica de esta última palabra, tan controvertida: el bien es lo que las cosas tienden por naturaleza; soy consciente de que van a discrepar de esta definición todas las ideologías y antropologías que constituyen ahora el meollo del Sistema, pero ya he dicho que se trata de mis utopías.

Esta ética deseable parece contenida en alguna medida en los vagos presupuestos buenistas que pretenden instaurar algo semejante a escala universal, pero la que propongo tiene un alcance mayor, ya que está enfocada hacia valores permanentes: justicia, libertad, compromiso, amor, belleza, servicio, honradez…, y no se circunscribe a esa tolerancia-talismán en boga, que encierra un claro fondo de relativismo.

Tampoco se contrapone mi propuesta ética a la implicación personal e imprescindible con la transcendencia del ser humano, sino que esta sustenta a aquella y le otorga más valor y profundidad: lo espiritual y lo religioso, aparte de responder también a la profunda naturaleza del hombre, proporcionan la mejor base para cualquier eticidad.  

Hay quienes denominan a esta ética ciudadana como republicanismo, cosa que no me parece nada mal si acudimos a su etimología latina, pero yo prefiero llamarla civismo para evitar confusiones interesadas. En todo caso, siempre se referirá al aquí y ahora de una sociedad, a los que compartimos espacio y tiempo en una colectividad.

En referencia a la moral nacional, esta podría equivaler sin problemas al devaluado término de patriotismo, que, para uno, sigue teniendo perfecto sentido, siempre y cuando no entre en confusión con otras ideas; así, una moral nacional no puede quedar reducida a las legítimas explosiones de alegría cuando se alcance un triunfo deportivo ni a una idolatría que se refiere exclusivamente a las glorias del pasado, sino que la moral nacional implica una preocupación crítica con un presente que se considera mejorable y se proyecta hacia un porvenir, el que corresponde a nuestros hijos y nietos.

La moral nacional adquiere un sentido suprageneracional e histórico, y no solo esporádico ni circunstancial. En punto a esta moral, mis ensueños utópicos llegan a su punto álgido de dolor, visto lo visto, pero no arrío mis particulares banderas, sobre todo si compara nuestro nivel español con el de otros países de nuestro entorno cultural.

Como dice muy bien Gregorio Luri al respecto, se echa a faltar una pedagogía del patriotismo en nuestros lares, pues algunos quisieran ser otra cosa, incluso cualquier otra cosa, antes que españoles. Otros solo son españoles en la intimidad. La mayoría lo es, pero no ejerce. O ejerce solamente de manera depresiva. A estos últimos no dejaría de recomendarles la lectura en profundidad del libro Fracasología, de la profesora M ª Elvira Roca Barea.

Estoy convencido de que el verdadero problema de España no estriba tanto en lo político como en lo sociológico; y, por ende, en lo educativo, en tanto que en las escuelas se omite en los currículums sistemáticamente tanto la ética ciudadana como la moral nacional de mis queridas utopías.

De momento, y vuelvo al principio de este artículo, guardo ambas desideratas en el fondo de mi corazón y no desaprovecho ocasión –como ahora– para comunicarlas; quizás porque tengo en lugar principal de mi mesa de trabajo aquellas palabras de Douglas Mc Arthur:

Serás tan joven como tu fe, tan viejo como tus dudas, tan joven como la confianza que tengas en ti mismo, tan viejo como tu desesperanza y más viejo aún con tu abatimiento (…) Si un día, cualquiera que sea tu edad, tu corazón está mordido por el pesimismo, torturado por el egoísmo y roído por el cinismo, que Dios tenga piedad de tu alma de viejo.

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