OPINIÓN | JOSÉ ANTONIO
La gracia histórica de las fechas
La gracia histórica de las fechas
La expresión es del propio José Antonio hablando en el Congreso en relación al 6 de octubre de 1934, que después se ha reducido a la Revolución de Octubre. Y lo dice reclamando la importancia de las fechas, cuando éstas representan un si o un no; un antes o un después; un ser un desaparecer...
Para nosotros los joseantonianos ⎼de partido o sin partido⎼ el 20 de noviembre representa la gracia histórica de la permanencia, de la ilusión, de la trascendencia de generación en generación, de la enorme fuerza que una muerte heroica, injusta y prematura se ha ido trasmitiendo. Gracia histórica que, tras 85 años, solo ha variado en su denominación: del tradicional 20 de noviembre a su acrónimo 20-N , aunque personalmente prefiero el primero.
Ya antes de cumplir los 30 años, antes de la fundación de la Falange, José Antonio resultó incómodo y causa de desasosiego para las personas próximas a él pero aún no deslumbradas por él, todas ellas de la derecha tradicional y/o militares. Y en la ardorosa defensa de su padre el dictador (causa primeriza de su entrada en la política) y una vez exiliado y muerto éste en París, José Antonio comprueba la tibieza de los otrora entusiastas de la Unión Patriótica, esa ingenua creación partidista del general, de su padre.
Los escritos y comparecencias de 1931,1932 y 1933 en defensa de la memoria del dictador, de sus ministros, así como en sus primeras críticas al liberalismo son aún fruto tanto del amor filial como el reflejo del ámbito socio-cultural en el que tan brillantemente se desenvolvía y que fueron recibidos con afable benevolencia por los viejos colaboradores de la dictadura, compañeros de amable vida social.
Tras ellos, los fugaces y luminosos tres años de actividad política ya plenamente falangista truecan aquella simpatía por una constante desazón entre las derechas (teórico marco vital en el que se desenvuelve), que no saben si amarle u odiarle; y también entre aquellas izquierdas incendiarias que veían en aquel señorito “fascista” un verdadero competidor que reclamaba para el pueblo más justicia que el odio que ellos profesaban, más igualdad que la de la miseria común y más libertad que la de quemar iglesias.
Vilmente asesinado entre esperpéntica legalidad (¡recuperemos la memoria de la Historia!), su “presencia” perdura durante la Guerra Civil produciendo una enorme incomodidad entre algunos altos mandos militares que le vieron como el más seguido general ⎼siendo solo alférez de complemento⎼, capaz de aglutinar lo mejor de aquellas dos Españas fratricidas. Tras la guerra, y dado que él era intangible (el Ausente)... condenaron a muerte a su sucesor, al segundo jefe nacional, a Manuel Hedilla, aunque no se llegó a ;ejecutar la sentencia.
Durante los cuarenta años siguientes José Antonio fue también incómodo para el régimen de Franco, porque la aceptada colaboración falangista para la necesaria victoria en la contienda no apagaron las exigencias de justicia social, ni de esperanza solidaria tanto entre los falangistas que habían contribuido ⎼¡y de qué manera!⎼ en el esfuerzo bélico, como aquellos otros que parodiando a Ortega decían ¡no es esto, no es esto!
Y, tras la Transición, tras la practica desaparición de lo falangista de la verdadera vida política nacional, mientras los grupúsculos falangistas nos debatimos entra la miseria y la inanición, entre la división y la atomización, la figura de José Antonio, aún presente en millones de conciencias, continúa produciendo punzante incomodidad, porque cientos de miles de hombres y mujeres de la oposición y de la “posición” han mamado sus inquietudes en las siempre ilusionantes páginas doctrinales joseantonianas.
Porque no están cómodos (están “incómodos”) en un aún mayoritario partido de derechas que no es ni carne ni pescado, que permite abortar, pero no demasiado (“solo” unos 90.000 seres humanos destruidos al año); que transige con unas autonomías que consagran la desigualdad entre los españoles y que están a punto de destruir la propia unidad de España; y que fomenta un sistema liberal ultracapitalista que enriquece a los ya ricos y empobrece a los ya pobres. Y tampoco están cómodos los partidos de la izquierda cuando acceden al poder porque José Antonio, desde su perpetua losa de Cuelgamuros le recrimina la permanencia del odio cainita ante lo espiritual, ante la permanencia de unos pocos valores; ante la unidad entre los hombres y las tierras; ante la igualdad de oportunidades y ante la consigna de La Patria, el Pan y la justicia.
Y nosotros, los pocos que aún nos sentimos iluminados por una doctrina de amor, de honor y de dignidad; por una doctrina que nos acompaña en el peregrinar, también nos sentimos profundamente incómodos cuando nos enfrentamos a otro 20 de noviembre, cuando miramos su retrato, o su austera corona de laurel. Y, sobre todo, cuando los cartageneros, otra vez ante nuestra Patrona –a la intemperie–, oímos su testamento político y nos sentimos empequeñecidos ante tanta generosidad, ante tanta entrega en un joven de solo treinta y tres años que suplicaba que fuera la suya la última sangre vertida en discordias civiles.
Nuestro deber y nuestras posibilidades en esta hora oscura e incierta es producir inquietud, espolear las conciencias para que el objeto de la actividad política y social no sea el mal menor, como parece serlo, sino el bien mayor, el acercarnos lo más posible a la ciudad perfecta, a la armonía entre las tierras y los hombres de España, de Europa y del mundo.
Entre tanto, mientras muchos envejecemos en la lealtad, vemos nuevas caras juveniles que se iluminan –como se iluminaron las nuestras hace decenios– ante actitudes, palabras y doctrinas que vinculan.
En Cartagena, en La Caridad, el 20 de noviembre de 2021 a las 6 de la madrugada, al alba…
Para siempre, como siempre.