OPINIÓN | ACTUALIDAD
Hoy sin primavera (y VI)
Cabe esperar que aparezca un movimiento social, una élite de pensadores o la "X" despejada en la incógnita del futuro, que recogiendo la esencia de nuestra España en la incongruente “nueva normalidad”, sepa armonizarla en un estilo peculiar de vida y darle sentido para unos españoles ahora arrinconados, chiquititos y ramplones, que necesitamos volver a creer en melodías emocionantes....
Publicado en el número 334 de la Gaceta FJA, de julio de 2020.
Editado por la Fundación "José Antonio Primo de Rivera".
Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa
Hoy sin primavera (y VI)
“No me niegues lo que espero. Quiero hacerte nueva en mí. España dime que sí”
Gabriel Celaya
Me impuse como obligación personal dejar testimonio escrito para llamar la atención, en la medida de mis posibilidades, sobre algunos aspectos de la tragedia nacional acontecidos en esta primavera por culpa del coronavirus o Covid-19. No ha sido tarea agradable como es de suponer, porque a nadie le gusta andar chapoteando en el cieno y trasladar lo que pienso a palabras que no enlazo con facilidad. Me conformo con que algo de lo escrito haya podido resultar de interés, porque estamos soportando la devastación de los cuatro jinetes del Apocalipsis, montados por auténticos gañanes de la democracia y encabezados por Atila.
Ayer 20 de junio, junto con las muy próximas cenizas de las hogueras de San Juan la estación se va apagando. «Ya no es ayer, mañana no ha llegado / hoy se está yendo sin parar un punto / Soy un no fue, y un será, y un es cansado», que nos dijo Quevedo. Como también concluye mi obligación voy a hacer mis últimas reflexiones.
Cuando hoy toque también a su fin el estado de alarma, las mentiras gruesas y demostradas no caben en un saco: informes previos al 8M, criterios sobre el uso de las mascarillas, datos sobre el número declarado de test rápidos a la OMS, sobre el conteo de víctimas, las razones de los ceses en la Guardia Civil.
Es evidente que el Gobierno, o mejor dicho, los que están en el Gobierno, han obtenido un resultado negativo en los test de su cogobernanza con el coronavirus; su comportamiento merece la tarjeta roja directa y su expulsión, la condena civil, política, penal y moral, aunque como juegan en casa con vara alta y con un árbitro que se ha guardado el pito (esto viene de lejos), intentarán que el público desde las ventanas acabe aplaudiéndoles a ellos y así ganar pese a todo las próximas elecciones.
Su lema de campaña, acaso encubierto, será el famoso “Nunca mais”, y si acaban triunfando hasta es posible que lo quieran cumplir. De todas maneras, con el desgraciado pueblo español que asiste al espectáculo desde el mismo campo, tendremos que aguantar sin bocadillo y con la boca tapada las patadas y codazos de los contendientes, con todas las prórrogas que sean necesarias hasta que el partido termine como tiene que terminar, malamente.
Nada más deseo que estar equivocado, porque no quedarán muchas alternativas, además de la rendición que puede ser la más cómoda: sin ponerse muy melodramático, suponiendo que siga siendo española, quizás se pueda uno instalar en la roca de Perejil para vender dentro de una jaima pinchitos morunos o bien abrir un puesto de pescaíto frito en el mercado húmedo de Guangdong, que parece que los precios de los locales allí han bajado mucho. Cabe esperar por lo menos, que ya sin maniqueísmos y aunque nos vaya a pillar algo lejos, la Historia reposada pondrá a cada uno en su sitio, y por eso han de temer la verdadera memoria histórica.
Desde que el homo sapiens comenzó a caminar saliendo de África hace ya unos 80.000 años, todas sus acciones han supuesto cambios, y lo mismo ha ocurrido con los fenómenos naturales que le han afectado, desde la invención de la rueda y la producción del fuego, hasta los diluvios y las pandemias, porque han alterado la forma de pensar y de vivir.
En esta primavera sin primavera hemos sufrido algo tan especial en todo el mundo que se recordará en la historia, como se recuerda la peste negra de 1348 y la gripe mal llamada “española” de 1918, el descubrimiento de América en 1492 o la Revolución Francesa en 1789, y por tanto cabe esperar que aparezca un movimiento social, una élite de pensadores o la "X" despejada en la incógnita del futuro, que recogiendo la esencia de nuestra España en la incongruente “nueva normalidad”, sepa armonizarla en un estilo peculiar de vida y darle sentido para unos españoles ahora arrinconados, chiquititos y ramplones, que necesitamos volver a creer en melodías emocionantes y en poesías que prometan, es decir, a ilusionarse en frase de Unamuno con un proyecto sugestivo de vida en común.
Que no se olvide que hay 3.255.000 jóvenes españoles de 13 a 19 años. No va a ser tarea fácil, pero giros inesperados se han producido muchos en la historia y es más fácil que ocurran cuando los modos de vida y las circunstancias que estaban asentadas en las sociedades se han destruido o han colapsado. El día de la toma de la Bastilla, Luis XVI escribió una única palabra en su diario: Rien, Nada, porque nada había cazado ese día, y luego se llevó un susto.
El mensaje oficial afirma que saldremos de la pandemia más fuertes y unidos, yo creo que no. Sin pretender conseguir profundas conclusiones, que para eso hay especialistas y oráculos de encargo, en esta nueva fase que está comenzando, una vez que se atempere el subidón de adrenalina por la liberación, el ciudadano medio como individuo será más empobrecido, desconfiado, y debido a ello pero también al influjo del mismo confinamiento, más pasivo, que no hay que confundir con reflexivo.
Con la angustia de la “nueva pobreza” y por la inseguridad, nuestro mayor recelo cuando por fin tomemos la decisión de salir de nosotros mismos, de nuestro cascarón, abarcará casi toda la gama de nuestra posible actividad y sirvan de sencillos ejemplos la comida exótica, la higiene, la relación personal con el prójimo, los gastos superfluos, las reuniones sociales, pasando por todo lo que sea salir o entrar al exterior de nuestro habitual entorno que nos da seguridad y afecto y que apreciaremos mucho más, con incidencia especial para la inmigración ilegal, pues seremos más formalistas y exigentes en todos los aspectos, y por supuesto desconfiaremos más de la clase política, de las instituciones y de los poderes fácticos, y frente a ellos más irritables y rebeldes, casi seguro seremos menos crédulos.
Nos vamos a mover por impulsos negativos más que por impulsos positivos, y de ahí al pesimismo personal y luego a la depresión social con sectores que se moverán hacia el radicalismo, son unos breves pasos. Por eso será necesario hablar claro pero sin aspavientos, decir la verdad y cumplir las promesas, llevar los mensajes con talante optimista, despejar incertidumbres, y abandonar todo aquello que haya quedado arrugado por el paso del tiempo y de las circunstancias vividas por el Covid-19, manteniendo a la vez la entraña de valores intemporales y sustanciales al ser humano que no son carga, sino estímulo y puede que destino.
Es un complejo quehacer que necesita la urdimbre tanto de la razón como de la voluntad para quién se pueda sentir capacitado, y a los demás simplemente nos toca empujar o arrastrar el arado, porque ya siguiendo en el surco, con el esfuerzo y el contraste con lo cotidiano, estaremos sembrando.
No cumplo mi deber entero si no dejo constancia de que al día de ayer, 20 de junio, las cifras (falsas, pues incluso admiten un aumento nada menos que del 45% que dicen que no saben colocar) de contagiados según el Gobierno se elevan a 245.575, la de sanitarios infectados a 52.036 y han fallecido 28.135 personas, pero a la vez el drama social seguirá aumentando.
Se tratará de otro bulo favorable al Gobierno; no hay peor bulo que una mentira y se están hartando de mentir, dilapidando gravemente el principio de autoridad e incluso deteriorando el crédito que aún conservaban algunas instituciones del Estado que se ven manipuladas para sus intereses espurios. Todos los miles de muertos en la pandemia se merecen nuestro homenaje, y ya por sí mismo con el sólo recuerdo a ellos, haremos bueno que la muerte no es el final.
Pero quizás más acorde con el ambiente que hemos vivido nos pide el periodista don Salvador Sostres en su artículo Aplaudir al Cielo (ABC, 25.04.20) que es dónde ahora están y nos van a escuchar emocionados, pues ni siquiera muchos de ellos se pudieron despedir. Por lo que dice y ojalá lo entiendan y lo sientan en toda España los vivos, guardo yo también un silencio respetuoso mientras lo repaso:
«El virus nos pone ante la fragilidad de lo que tenemos, pero también ante la grandeza de lo que somos, y el infinito al que estamos ligados… nuestro deber es vencer y no solo resistir, y que vivir sin avanzar no es vivir sino rendirse,… Cuanto antes aceptemos que nuestra vida es efímera, antes podremos hacer que nuestros días sean inmortales».
Al ir recogiendo los aperos de mi particular labranza, pido perdón a los que me hayan podido leer por mis constantes faltas de estilo (espero que sólo literarias) y de ortografía, pues no he querido tener corrector ni tengo por oficio el de escritor, escribiente ni escribano.
Y por supuesto, dar las gracias a mis apreciadas y elegantes editoriales “La Razón de la Proa”, “Somos”, “Cuadernos de Encuentro” y “Hermandad Doncel”, así como a las varias y siempre osadas y generosas redes sociales que se han dejado quitar espacio para cederlo a mis entregas de Hoy sin primavera, que aquí han concluido.
Vae victis. Solamente me queda repetir mi deseo de salud y de esperanza, porque si no perdemos el afán y tampoco la fe, es seguro que para todos volverá a reír la Primavera.