AULA | CONTROL SOCIAL
La necropolítica.
El derecho a la vida está cada vez más condicionado al poder invisible, conocido también como criptogobierno (la soberanía que actúa, bajo criterios estrictamente económicos, por debajo de algunos gobiernos visibles). La vigilancia de la sociedad no solo se realiza a través de la ideología, sino que requiere del control de los cuerpos de los individuos.
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La necropolítica
El paradigma necropolítica fue formulado por el filósofo camerunés Achille Mbembe, señalando el uso del poder político para decidir cómo algunas personas pueden vivir y cómo, otras, deben morir.
Sin embargo, cuando se provoca la muerte de forma sutil y no manifiesta, aunque sí, intencionada, mediante estrategias de viabilidad política y argumentación eufemística, ¿cómo le debemos llamar? La táctica referida, consiste en no matar sino, a sabiendas, dejar morir.
Siendo puristas, dicha pregunta no permitiría utilizar la significación originaria de necropolítica, aunque el resultado final sea el mismo: la muerte.
De hecho, cuando se analizan las etiologías veraces de epidemias, pandemias y sindemias, la futilidad terapéutica con criterios económicos, la eugenesia con fines perfectivos, el aborto inducido no terapéutico, la eutanasia directa, el suicidio asistido, la polución letal, la pobreza extrema, etc., aparecen dudas o sospechas, que correlacionan con la pregunta formulada anteriormente.
En este sentido, Michel Foucault, cuando plantea que la vigilancia de la sociedad no solo se realiza a través de la ideología, sino que requiere del control de los cuerpos de los individuos, acuña el binomio: biopolítica-biopoder. Es decir, la búsqueda de estrategias orientadas a dirigir las relaciones de poder, para hacer de la vida algo administrable.
Foucault afirma en su paradigma: tomar en gestión la vida, los procesos biológicos del hombre-especie, y asegurar no tanto su disciplina como su regulación (…) Más allá de ese gran poder absoluto, dramático, hosco, que era el poder de la soberanía, y que consistía en poder hacer morir…
Numerosos investigadores sociales, aseveran que el derecho a la vida está cada vez más condicionado al poder invisible, conocido también como criptogobierno. Término descrito por el politólogo italiano Norberto Bobbio, que lo define como la soberanía que actúa, bajo criterios estrictamente económicos, por debajo de algunos gobiernos visibles.
Gobiernos, estos últimos, que actúan llevados por la banalidad del mal, concepto descrito por Hannah Arendt, para explicar, que determinados individuos no se preocupan por las consecuencias de sus actos, solo por el cumplimiento de las órdenes; y, en este caso concreto, procedentes de los citados criptogobiernos.
En definitiva, hay que entender el análisis que nos ocupa, como una de las estrategias de manipulación social más atroz. Su objetivo, responde a una única variable, la rentabilidad, convirtiendo a los individuos en una mercancía obsolescente, según criterios económicos o sociopolíticos.
Para su implementación, utilizan habitualmente, la analogía denominada el síndrome de la rana hervida, descrita por Olivier Clerc, táctica que algunos gobiernos visibles enmascaran, poniendo la mirada de la población en focos de controversia que provoquen tensión política e inadvertencia; en este sentido, cabe citar las palabras de Steven Jacobson al afirmar: El primer principio del control mental es la distracción.
Por todo ello, según John Locke: Uno de los derechos naturales del ser humano es la vida y por tanto es irrenunciable. La sociedad o el Estado se crea para garantizar los derechos naturales. El pacto social es fruto de la necesidad de protegerlos y nunca ningún gobierno estaría autorizado a negarlos, a disponer de los mismos. Los derechos naturales continúan siendo del individuo. El Estado no se los puede apropiar y hacer un uso libre de ellos.
Para concluir, como dijo Voltaire: El hombre es libre en el momento en que desea serlo. Si permanecemos inertes, y nos dejamos manipular en el ámbito vital y social, en breve, acabaremos de perder las pocas libertades que nos quedan. Recordemos: Homo homini lupus. Plauto (254-184 a. C.)