ARTÍCULO DEL DIRECTOR
Más que una 'trampa saducea'.
Así nos ha ido en España: se han ido alternando gobiernos de diestra y siniestra, que han modificado levemente, en su turno de mandato, pequeños aspectos de lo dispuesto en el anterior; pero, no obstante, la hoja de ruta del Sistema se ha mantenido a lo largo de los años.
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Más que una 'trampa saducea'.
Entre mis conocidos y amigos hay discrepancia de opiniones acerca de la teoría del mal menor en política y, sobre todo, a la hora de votar. Unos la asumen y, con lágrimas en los ojos y con otra mascarilla que tape su nariz, depositan su esperanza y su papeleta, cuando llega el momento, a favor de aquello que les parece menos malo; otros figuran entre el sector de los irreductibles, y algunos ni se acercan a un colegio electoral mientras no exista una candidatura que sea totalmente acorde con sus planteamientos personales.
Lo cierto es que muchos ciudadanos –a los que no tengo el gusto de conocer– parece que se apuntan a la primera opción, aunque luego se lamenten de que las promesas de los candidatos o el talante mantenido por la formación que han votado no se ajuste a sus expectativas. Es la postura que llamaríamos de realismo, pues, a pesar de lo que sucede a posteriori, sabían en su fuero interno que su voto no era por fidelidad a unas siglas, sino a manera de dique de contención de un mal mayor.
Así nos ha ido en España: se han ido alternando gobiernos de diestra y siniestra, que han modificado levemente, en su turno de mandato, pequeños aspectos de lo dispuesto en el anterior; pero, no obstante, la hoja de ruta del Sistema se ha mantenido a lo largo de los años; leyes polémicas, caballo de batalla antes de los comicios, han permanecido con menudos retoques; no hace falta señalar los casos más evidentes, como el aborto, la trayectoria de la Educación o las memorias históricas y democráticas.
Todo es porque el Sistema –con directrices globales– tiene sus resortes bien afirmados; cualquiera que desee permanecer en la arena política con ciertas garantías de continuidad y de éxito tiene que pasar por sus horcas caudinas; el que se aparta de esa hoja de ruta del Sistema, no es que no salga en la foto, sino que es condenado a las tinieblas exteriores,
De este modo, verbigracia, el señor Casado y sus valedores en los medios claman por esa unidad de la derecha, a su alrededor, claro, y acusan a Vox de romperla y hacer el juego al PSOE; ergo, Vox tiene la culpa de que la izquierda –y sus aliados separatistas– impongan su rodillo; otrosí: no puede ni debe haber otro partido de derecha que no sea el del señor Casado, es decir, el que ha recibido los parabienes del Sistema para ser, ora oposición, ora gobierno; fuera de él, todo es llanto y crujir de dientes. Quizás por eso no entra en la batalla cultural que cuestiona los dogmas del Sistema.
También el PSOE, en su momento, jugó esta táctica; recuérdese las acusaciones contra el PCE de Anguita; y, más recientemente, sus críticas feroces a Podemos, hasta que se dispuso que se consumara el concubinato Sánchez-Iglesias; el Sistema tenía al Partido Socialista como su ideal a la izquierda, pero tuvo que contemporizar con los podemitas, y la estrategia no ha sido otra que incorporarlos a la casta y establecer la coalición que nos gobierna (es un decir).
De esta forma, el ciudadano votante es inducido por el Sistema a unos determinados votos, sean de derechas o de izquierdas, y excluye automáticamente a los díscolos, sea atemperándolos e integrándolos, como antaño Podemos, sea anatemizándolos con sus peores dicterios, como hogaño Vox.
La posición favorable al mal menor propicia de esta manera el mantenimiento del Sistema. Estamos ante algo más que una trampa saducea; la expresión ya sabemos que viene de las trampas dialécticas con que los judíos de esta secta pretendían pillar a Cristo, y la puso de actualidad Torcuato Fernández Miranda antes de la Transición, y, para no caer en una trampa aún mayor, se negó a firmar el texto de la Constitución y se retiró a sus lares. Ahora, el Sistema nos obliga a hacer lo propio, a retirarnos a nuestros cuarteles de invierno, si no nos apuntamos a lo menos malo a la hora de inclinarnos por una u otra opción consentida.
Se me argumentará, con razón, que, de momento, no hay posibilidad de revertir la situación, y lo reconozco. Tampoco, la postura de los irreductibles lleva a ninguna parte, a no ser la de una conciencia tranquila. Entonces, ¿qué hacer?
Puestas así las cosas, el dilema es insoluble. En todo caso, se opte por cualquiera de las alternativas, debemos ser conscientes de la trampa mucho más que saducea que nos imponen de tapadillo. Lo importante será ir desvelándola ante la sociedad española para que nadie se llame a engaño; y, a la vez, ir reflexionando en voz alta, sin miedo a la sanción social, para ver si, entre todos, vamos configurando nuevas posibilidades, no solo de voto no bendecido, sino de otras formas de organización colectiva para que nuestros nietos no se vean sometidos a este permanente chantaje.