OPINIÓN | ACTUALIDAD
Pandemia, pobreza y religión
La diferencia entre las grandes crisis económicas y la más reciente derivada de la pandemia está en el sistema de protección social que se ha desplegado en las principales potencias económicas.
Publicado en primicia en el digital El Debate el 29/12/2021. Recogido posteriormente, con autorización del autor, por La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.
Pandemia, pobreza y religión
Hace un par de décadas se realizó una encuesta en doscientos cincuenta seminarios cristianos de EE.UU. con objeto de conocer el enfoque económico predominante en sus enseñanzas. Resultó que en aquellos seminarios donde más énfasis se ponía en el problema de la justicia social y, en general, en las cuestiones económicas, mayor hostilidad se mostraba a la economía de mercado. En las últimas décadas, varios economistas académicos han querido reivindicar moralmente este sistema económico, entre ellos Thomas Woods, que es quien trajo la encuesta mencionada a la introducción de su La Iglesia y la economía.
No sólo en EE.UU. sino también en todo el mundo la correlación entre la preocupación por la falta de justicia social y la crítica a la economía de mercado es mayoritaria entre el clero y laicos más comprometidos. La reciente audiencia de la vicepresidenta y militante comunista Yolanda Díaz con el Papa Francisco debe entenderse en el contexto anterior pero también en la actual coyuntura económica.
Las pandemias siempre han deteriorado duramente la distribución de la renta de las sociedades. Guido Alfani y Lizzie Wade lo han analizado con rigor hace unos meses en sendos artículos. También las crisis económicas de origen no pandémico han acentuado las desigualdades de renta. Entre el inicio de la crisis de 2008 y el de la recuperación en 2013, la desigualdad se había agudizado en España. Cuando estalló la pandemia en 2020 el indicador de referencia para medir la desigualdad (el índice de Gini) aún no había recuperado su valor de 2008. A escala global el resultado es parecido. Entre los países de menor desarrollo (medido por el IDH) Etiopía empeoró su distribución en más de cinco puntos entre 2004 y 2015. También lo hizo, aunque en apenas dos puntos, el país con mayor nivel de desarrollo, Noruega.
El golpe de las crisis es, además, particularmente duro con los jóvenes y con los emigrantes. Oriol Aspaschs y otros autores han publicado dos colecciones de artículos muy interesantes en los números de octubre y noviembre del Informe mensual de Caixabank Research. Además, la entidad bancaria financiadora de estos trabajos ha desarrollado y puesto a disposición del público un «monitor de desigualdad» que actualiza la información periódicamente con datos tomados de tres millones de nóminas domiciliadas en sus oficinas.
La diferencia entre las grandes crisis económicas y la más reciente derivada de la pandemia está en el sistema de protección social que se ha desplegado en las principales potencias económicas. Este sistema ha permitido vadear la crisis y evitar el agravamiento de la desigualdad en los países de mayor renta. Resulta esclarecedor ver el comportamiento tan diferente del indicador de la desigualdad (el mencionado índice de Gini) antes y después de tener en cuenta el sistema de protección pública. Mientras el valor sin prestaciones públicas empeoró para España en diez puntos entre febrero y abril de 2020, sólo lo hizo en cinco puntos cuando se consideran las ayudas en forma de prestaciones por desempleo, por ERTE y por ceses de actividad.
El menor acceso de miles de ciudadanos a la riqueza entronca directamente con la «economía del descarte» que tan amplio hueco se ha hecho entre el clero cristiano interesado en cuestiones económicas. Más aún enlaza con los asesores que han estado tras la redacción de, por ejemplo, la encíclica Laudato sí del Papa Francisco. Sin retorcer mucho los argumentos también va en línea con el retrato del precariado que bien definió Diego Fusaro como me recuerda Gustavo Morales. En definitiva, lo anterior es la antesala de hechos y teorías económicas que explican tanto el interés de la vicepresidenta Díaz en visitar al Santo Padre como el de este en recibirla. Existe entre ambas partes un espacio común de acuerdo no sólo en el problema sino también en su solución. Hay una predisposición mayoritaria en el clero y extendida en los laicos para abrazar un discurso de impugnación de la economía de mercado ya que ésta no evita la crisis y, peor aún, en cada nueva ola agrava la desigualdad de la distribución de la renta. Lo que no hay es una propuesta alternativa orientada a la prosperidad económica. Es como si la prosperidad se dé por garantizada y sólo haya que discutir sobre su reparto.
Pero también la Iglesia aplica en cierta medida «el descarte» cuando decide quién no tienen sitio en su mesa. Pocos días antes de que Yolanda Díaz fuese recibida en el Vaticano, la Conferencia Episcopal auspiciaba en Sevilla la XLIII semana social; un evento específicamente orientado a tratar cuestiones económicas. Parte del programa se dedicó a una mesa redonda con representantes políticos pero Vox fue excluido y el veto se mantuvo a pesar del malestar que trasladó este partido en los días previos. Hubo margen para ampliar la mesa pero no se hizo.
El «descarte» de una parte de la humanidad de la riqueza acompaña a las preocupaciones sociales secularmente. Esta preocupación se acentuó con la extensión universal del Humanismo cristiano. Episodios como la audiencia de Díaz en el Vaticano son mucho más entendibles que el de la exclusión de Vox en Sevilla. Si hay que trabajar para evitar el descarte, estaría bien comenzar por no aplicarlo.
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