ARTÍCULO DEL DIRECTOR
Pena y respeto
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Pena y respeto
La prensa y el resto de medios no adictos han recibido carnaza en cantidades industriales con la anécdota del cacareado encuentro de Pedro Sánchez con Biden y la particular forma de abordar al mandatario estadounidense por parte del español en un breve desplazamiento por un pasillo; a esta prensa y a estos medios, tan deslenguados y corrosivos, se lo ha puesto en bandeja el otro sector, el de la prensa y los medios oficiales y oficiosos, los incondicionales (y subvencionados), que han glosado ridículamente los escasos segundos en que intercambiaron saludos ambos políticos.
No voy a insistir en los aspectos burlescos ni me voy a dejar llevar al terreno de la ironía; por el contrario, confieso que, con el acontecimiento y sus imágenes en televisión, me han venido al recuerdo los versos de Juan Carlos de Luna de su célebre El Piyayo:
¡A chunga lo toma la gente,
y a mí me da pena
y me causa un respeto imponente!
Me explico: pena y respeto angustiado, no por la persona del petulante presidente del Gobierno español, sino por todo el marco que rodea a estas ridiculeces, por todo lo que viene haciendo con España y con los españoles, por todo lo que se prepara para hacer hasta que llegue la fecha mágica del 2050, que significará nuestro ingreso en el Nuevo Paraíso Terrenal.
Pena, en primer lugar, por la imagen que está transmitiendo de España; de error en error en la política exterior, de desastre en desastre en cuanto a la interior; pena porque, con él, se está haciendo bueno el dicho atribuido a Cánovas del Castillo: Es español aquel que no puede ser otra cosa, y postergando el de José Antonio Primo de Rivera: Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo, que era la réplica histórica al pesimismo de la primera Restauración.
Pena, por el nivel de los miembros de su Gabinete ⎼con alguna honrosa excepción⎼, dignos de figurar con honores propios en aquella Cárcel de Papel del genial Acevedo en las páginas de La Codorniz; por si alguno de los ministros leyese por casualidad estas líneas, aclararé que se trataba del mejor humor de la historia española desde Quevedo, y llevaba por subtítulo La revista más audaz para el lector más inteligente, palabras que impiden seguramente que alguno (o alguna) de estas encumbradas personas disponga de ella en su hemeroteca particular.
Pena, por los afiliados y votantes del PSOE, alguno de ellos seguro que más inteligente que su Favorito en las urnas (hay que reconocer esta cualidad incluso entre los adversarios), algunos también de buena fe, pero trabados a sus tretas de embaucador; lo siguen manteniendo en su sitial a pesar de que ha condenado al averno las siglas que corresponden a lo socialista, lo obrero y lo español, entregado al confuso amasijo de las ideologías políticamente correctas (ya saben: feminismo identitario, ecologismo a la page, conglomerado LGTBI, animalismo, etc.), dejando a un laso las cuestiones sociales más perentorias y con fidelidad perruna al hipercapitalismo global.
Pena, incluso, por los aliados parlamentarios del señor Sánchez, los que se niegan a ser españoles, sometidos ⎼no sé si permanentemente⎼ a sus sesiones de garito en las que todos juegan con cartas marcadas, pero donde ninguno le gana en la destreza de sus jugadas.
Pena, por mis convecinos de Cataluña: unos abducidos por la mala planta del nacionalismo y condenados a ese bucle melancólico y victimista de la república catalana; otros, marginados y extranjeros en su propio solar, olvidados y traicionados constantemente por los gobiernos de España. Pena, así, por las familias divididas, por las amistades rotas que veo a mi alrededor.
Pena, y a la vez respeto, por la sociedad española en general; lo primero, por su progresivo encanallamiento por los malas artes de un sistema ajeno a la esencia nacional; lo segundo, por su condición de sujeto histórico en el aquí y ahora de una nación multisecular. En todo caso, siento dudas alarmantes de la exactitud de aquellas confiadas palabras acerca de las buenas cualidades entrañables del pueblo…
Respeto por quienes protestan y pretenden modificar la situación, sea con votos o con manifestaciones multitudinarias, pero que no atinan a perseverar en su crítica y en su españolidad, fuera de los escasos momentos de depositar la papeleta en la urna o de hacer tremolar banderas rojigualdas bajo un sol de justicia.
Respeto ⎼condicionado⎼ por las instituciones que, de forma claramente mejorable, pretenden organizar la convivencia entre todos los españoles, hasta que Pedro Sánchez consiga dinamitarla con sus tejemanejes.
Por lo menos, el pobre Piyayo se sometía al ridículo público para dar de comer a su hambrienta prole…