ARTÍCULO DEL DIRECTOR

Una pifia y muchas posverdades

Me dicen que no es correcto aplicar el concepto de 'posverdad' a este caso, pues se trataba simplemente de aprovechar una denuncia falsa en todos sus términos para provocar una campaña de concienciación y agitación que contribuyera a ideologizar, más si cabe, a la audiencia de este laboratorio de pruebas en que se ha convertido España.
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Una pifia y muchas posverdades

Una pifia y muchas posverdades


El esperpento o vodevil de los ocho encapuchados, la víctima y el señor ministro del Interior llenó, por lo menos, dos amplias portadas de los telediarios en sendos días, sumiendo a la población en una especie de congoja atormentada y culpabilizadora. A estas alturas, no sabemos cuáles fueron las deliberaciones del Consejo de Ministros urgente convocado por Pedro Sánchez ad hoc, especialmente cuando estalló la verdad sobre todas las cabezas implicadas en el ridículo.

Aparentemente, no pasó nada: los colectivos LGTBI prosiguieron con sus manifestaciones de protesta y los señores Marlaska y Sánchez vinieron a decir aquello de “bueno, esta vez no fue una realidad, pero otras veces lo ha sido y será”, prosiguiendo, tan ternes, la campaña propagandística iniciada. Como tantas veces. Ya sabemos que, poco a poco, el silencio de los medios informativos será el bálsamo habitual para los (pocos) ciudadanos que han advertido lo falaz de la representación por parte de los actores principales del elenco habitual.

Me dicen que no es correcto aplicar el concepto de posverdad a este caso, pues se trataba simplemente de aprovechar una denuncia falsa en todos sus términos para provocar una campaña de concienciación y agitación que contribuyera a ideologizar, más si cabe, a la audiencia de este laboratorio de pruebas en que se ha convertido España. En todo caso, la precipitación es mala consejera, especialmente en los políticos, a los que se suponen (es un decir) ciertas dosis de prudencia.

Pero lo que ocurre es que aquí nos estamos acostumbrando por desgracia a tragar las ruedas de molino sin mover una pestaña. Las estupideces que vierten por su boquita personajillos (y personajillas) quedan grabadas en el disco duro del cerebro de muchos españoles y los predisponen a acoger el espurio mensaje que contienen, sin capacidad de crítica para ponerlas en duda. Son especialmente hábiles en estas cuestiones los voceros nacionalistas, que cuentan de antemano con una clientela asegurada.

La mayoría de los medios colaboran perrunamente con su selección de noticias, informaciones y reportajes; de entrada, portadas a todo lujo y tiempo; luego, seguimiento cansino e inmisericorde del tema; en su defecto, cuando es muy evidente la pifia ⎼como el esperpento que nos ocupa⎼, el silencio que logre el olvido.

No es extraño que, por ejemplo, sea perfectamente posible imponer una historia oficial a los españoles, con rechazo rotundo o incluso sanciones para las voces discrepantes. No es extraño que vayan tomando cuerpo en nuestra mente antropologías absurdas, igualmente oficiales y consensuadas unánimemente, incluso acallando a aquellos que, por su condición científica o religiosa, podrían echar por tierra las patrañas, lanzadas como dogmas. Otra cosa es que esas voces tengan gallardía para discrepar…

No son extrañas tampoco las criminalizaciones vertidas contra personas, instituciones o entidades, en las que las funciones de fiscal, juez, jurado y verdugo están asignadas de antemano en una sola versión, mientras que toda defensa, además de sospechosa, es perfectamente inútil.

No es raro que, cuando se aproximan las urnas, surjan, como por ensalmo, encuestas orientadoras de voto, y, si ello no basta, en algunas ocasiones, algún hecho sorprendente y casual sirva para decantar las papeletas en la dirección necesaria.

Vayamos a las causas últimas, que no son otras que la ausencia total de categorías permanentes de razón y el consiguiente relativismo, inherente a la ideología del liberalismo y que, en su versión neo, se ha llevado hasta las últimas consecuencias. Las sombras del pensamiento de Locke y de Rousseau planean sobre nosotros constantemente; como afirma el catedrático Miguel Ángel Garrido Gallardo, nadie podría mencionar la mentira allí donde no existe de ninguna manera la verdad”.

No importa que el terremoto político provenga de una denuncia falsa, pues ya se encontrarán formas de justificar ese seísmo en cuestión, aunque sea difícil hacerlo con la falsedad que lo originó; no importa que el político (o política) de turno mienta a mansalva, contradiga rotundas afirmaciones anteriores o sostenga necedades ante los micrófonos. La sumisión será la respuesta mayoritaria.

Junto a la filosofía, las lenguas clásicas, la sintaxis o la ortografía, el pensamiento crítico han sido arrojado fuera de las aulas como asignatura obligatoria para conseguir una verdadera educación en el civismo y la convivencia.

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