OPINIÓN | MEMORIA
Represaliados
Hoy, más de ochenta años después, un espíritu sediento de odio, revancha y venganza encubierta, es promovido por la execrable Ley de Memoria Histórica, o por su sucedánea y peor versión, la Ley de Memoria Democrática, profundamente reaccionaria, sectaria y frentista.
Publicado en primicia en el digital InfoHispania (21/NOV/2021).
Recogido posteriormente, con autorización del autor, por la revista Desde la Puerta del Sol núm. 548, de 24 de noviembre de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.
Represaliados
Mi abuelo materno se llamaba Juan Jesús Vigil, un amadísimo y ejemplar padre de tres hijas, María Piedad –mi madre–, María del Rosario y María José, y un esposo maravilloso. Era miembro de una distinguida familia de origen asturiano, de profundas raíces cristianas y republicano por convicción y devoción, amigo personal de Indalecio Prieto, con el cual mantenía una fluida correspondencia personal.
Durante nuestra fatídica Guerra Civil, estando viviendo en Torrelavega, sorteó con fortuna un intento de «paseíllo» –ya me entienden– que unos milicianos, comunistas, pretendían darle durante una de aquellas noches en las que la revancha y el odio se hacía presente en muchos lugares de nuestra Patria –con mayúscula–. La enérgica decisión de mi abuela impidió el trágico desenlace de tan terrible visita. Mi familia, temerosa de la persecución de que fue objeto –siendo republicano como ya he dicho– le obligó a permanecer oculto en el desván de un miliciano propietario de una cantina, al que previamente habían sobornado. Escondido en su pequeño zulo, situado encima de la cantina, cuando anochecía, escuchaba a los milicianos festejar sus triunfos y comentar sus deseos de captura al «señorito» para darle la licencia –textualmente–.
¿Cuál era su delito? Quizá ser católico, republicano y persona distinguida. No había más culpa que ésa. Al finalizar la contienda, por tener ese pasado afín a la Segunda República Española, tuvo que afrontar un cautiverio y condena a trabajos forzados. Así pues, un hombre represaliado y perseguido sin ningún delito que haber perpetrado.
Mi abuela, María del Carmen Gutiérrez Odriozola, era una mujer de carácter, sencilla y sin ninguna adscripción política, si acaso, por ascendencia familiar, más inclinada a la izquierda. No había sombra de duda acerca de cualquier indicio de sospecha de ser afecta Alzamiento Nacional, sin embargo también sufriría los rigores de la envidia y el rencor de la soldadesca revolucionaria republicana. Tanto es así que su hermano pequeño, Cándido Gutiérrez Odriozola, «Candidín», con apenas veinte años cumplidos, fue movilizado obligatoriamente por el Comité Revolucionario constituido. Él no quería pelear en una guerra, sólo aspiraba a trabajar las tierras que su familia, con gran esfuerzo, había conseguido reunir. Sometido a una vigilancia extrema por parte de sus jefes militares, comisarios políticos a la sazón, desapareció en extrañas y desconocidas circunstancias. Solamente sabemos que fue ejecutado y desconocemos su lugar de enterramiento. Era otra víctima inocente represaliada sin ningún motivo. Jamás hemos podido conocer su paradero y las circunstancias que acompañaron a su ejecución.
Tanto mi abuelo, Juan Jesús, como mi tío abuelo, Cándido, fueron represaliados por los suyos. No había móvil político de ninguna naturaleza que les señalara como partícipes de sedición, conspiración o como quiera que se pudiera calificar su intachable comportamiento. Mucho se ha llorado sus ausencias y mucho duelo generaron sus pérdidas. Nadie sabe lo que pasó, ni dónde ni cuándo. Es el escueto relato de una represalia gratuita, inmerecida y criminalmente cobarde. Sin embargo, movidos por unas profundas convicciones cristianas, mi familia materna jamás albergó sed de venganza, menos aún de revancha. Sencillamente, se les tributa un sentido recuerdo en las oraciones de los suyos. Jamás se ha pensado depurar responsabilidades ni emprender acciones de ningún tipo. Podemos perdonar, pero nunca olvidar.
Hoy, más de ochenta años después, un espíritu sediento de odio, revancha y venganza encubierta, es promovido por la execrable Ley de Memoria Histórica, o por su sucedánea y peor versión, la Ley de Memoria Democrática, profundamente reaccionaria, sectaria y frentista.
La anunciada modificación de la Ley de Amnistía, la 46/1977, de 15 octubre, pretende dar un paso más en su despiadado encono y afán de profanar la historia de España, tratando de redactar de forma espuria y repugnante, un nuevo e imperativo relato histórico de los hechos acaecidos. Lejos de intentar la reconciliación de los españoles, se abren viejas heridas administrándolas e inoculándolas nuevas dosis de odio. No ganaron la guerra, porque, paradójicamente, la ganó y la perdió el pueblo español, y ahora, a golpe de ley y decretos, aspiran a imponernos la mentira consagrada y vengarse del contrario con el apoyo de sus incondicionales, es decir, los secesionistas catalanes, los nazionalistas vascos, los bilduetarras y demás mesnadas antiespañolas. No ganaron la guerra y están destruyendo la paz y la concordia que nos hemos dado el maltratado pueblo español.
La situación es grave, lamentablemente muy grave. Su memoria exhibida, absolutamente reduccionista y parcial, tergiversa la verdad, manipula la opinión pública y miente miserablemente, sin ningún recato y con profunda soberbia y altanería. ¿Por qué no quieren hablar de los religiosos que fueron martirizados por su condición de hombres y mujeres de fe? ¿Por qué no quieren recordar la profanación de iglesias y cementerios de forma sacrílega y brutal?
¿No recuerdan ustedes los graves y sangrientos asesinatos perpetrados en las checas? ¿Acaso hemos olvidado el significado aciago de lo que representaron las sacas para miles de nuestros compatriotas? ¿Dónde están los millares de españoles que fueron ejecutados y arrojados a fosas comunes de paraderos desconocidos? ¿Por qué no relatan que el gobierno de la ignominiosa Segunda República Española fue financiada y apoyada militarmente por la Rusia de Stalin, el mayor genocida de la historia de la humanidad? ¿Y las homenajeadas «Brigadas Internacionales» tan angelicales como criminales? ¿Qué les parece el comportamiento de las milicias anarquistas lideradas por Buenaventura Durruti, de impropio nombre y aterrador protagonismo? Les aseguro que podría pasarme días planteando interrogaciones retóricas.
Desde mi condición de historiador, pero sobre todo, desde una sincera y honesta profesión de verdad, objetiva y basada en el conocimiento, no estoy dispuesto ser el intérprete de la nueva letra que se está escribiendo sobre nuestro pasado, no solamente el reciente, también el pretérito y excelso legado de etapas ya lejanas en el tiempo. No me voy a callar y tragar la burda posverdad que se está tejiendo de manera execrable y tendenciosa. Pero la notoria gravedad de lo que está acaeciendo tiene una proyección más allá de nuestro presente, se aspira a construir el futuro de nuestra sociedad a través del adoctrinamiento ideológico de nuestras jóvenes generaciones. La nueva y sectaria ley de educación, la LOMLOE, incluyendo añadidos posteriores, es el ariete con el que derribar los muros de la verdad desde el más absoluto oprobio.
Queridos y respetados lectores, uno no puede defender aquello que no ama, de la misma manera que no se puede amar lo que se desconoce. Nuestra respuesta ante tanto atropello y ultraje es el conocimiento, leer nuestra historia, conocer nuestro pasado es clave y fundamental. Desde ahí, podemos argumentar y opinar con mayor grado de propiedad, autoridad y certeza. Que no nos callen y nos pongan una mordaza, colgándonos sobre el pecho el sanbenito en el que se escribe «Prohibido pensar», «Prohibido disentir». No señores, hay que hacer lo contario. «Prohibido no pensar».