OPINIÓN | ACTUALIDAD

La resurrección de Franco y la memoria

Se resucita a Franco y al tiempo se entierra la Transición que nos reconcilió, desmintiendo a Carrillo, a Camacho, a tantos… La vida es mañana no ayer. Se puede mentir la historia, pero no tanto ni siempre.

Publicado en primicia en el digital El Debate (24/NOV/2021).

Recogido posteriormente, con autorización del autor, por la revista Desde la Puerta del Sol núm. 549, de 25 de noviembre de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.

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La resurrección de Franco y la memoria

La resurrección de Franco y la memoria


Sánchez y sus socios decidieron ya hace tiempo resucitar a Franco. Ellos creen que para su bien, pero más allá de tramitas ideológicas de medio pelo, la resurrección de Franco, que nadie se había planteado ni para bien ni para mal, pues era ya un personaje del pasado, tiene y tendrá efectos indeseables para sus atolondrados e ignorantes inductores. Lo grave es que los efectos no se quedarán en ellos. Se resucita a Franco y al tiempo se entierra la Transición que nos reconcilió, desmintiendo a Carrillo, a Camacho, a tantos… La vida es mañana no ayer. Se puede mentir la historia, pero no tanto ni siempre. El común de los españoles no es radical ni en uno ni en otro sentido, y no entienden las desmesuras ni los saltos en el vacío. Por eso los españoles apostaron por la reforma y no por la ruptura. Valoran lo que viven cada día, sus problemas reales que son muchos y graves y no los inventados de hace cincuenta u ochenta años. Quieren soluciones, no bravatas para encubrir los problemas que sufrimos y nadie arregla.

Acaso todo ello tiene que ver con el deseo del Gobierno de que las nuevas generaciones se formen sin esfuerzo. Una paguita repartida en el futuro y una educación facilona que premie la vagancia, construirán ciudadanos sumisos, manejables y sin criterio. Es lo que se desea desde el radicalismo de izquierdas. La verdad habrá muerto. Eso lo saben bien los comunistas. Si seguimos las sucesivas ediciones de la Enciclopedia Soviética, las ausencias y las nuevas presencias según avanzaban las purgas, encontraremos una explicación de lo que el Gobierno y sus socios quieren que ocurra en España. Que un tal Enrique Santiago, secretario general del PCE, admirador de Cuba, Venezuela y Nicaragua, nos explique las bondades de la Ley de Memoria Democrática desde su maniqueísmo comunista, es una vergüenza. Es la primera vez que un secretario general del PCE ocupa una Secretaría de Estado en un Gobierno en democracia. No ocurre en toda la UE. Y aquí siempre pasa nada porque Sánchez así lo quiere.

Gracias a esta Ley de Memoria Democrática, históricamente impresentable y dudosamente constitucional, podremos hablar de las muertes en las cunetas provocadas por los nacionales pero no de los setenta mil asesinados en la retaguardia del Frente Popular. Podremos hablar de la históricamente discutible masacre de Badajoz pero no de los enterrados vivos en la mina de Camuñas o de los asesinados en los llamados trenes de la muerte de Jaén. Podremos hablar de las Trece Rosas pero no de las enfermeras de Somiedo, violadas y asesinadas, beatificadas el pasado mayo por el Papa Francisco. Podremos hablar de los ejecutados nada más acabada la guerra, según la historiografía comúnmente convictos y confesos de delitos de sangre, pero no de los miles de asesinados en las jornadas de Paracuellos, entre ellos 276 menores de edad. Podremos hablar de lo que nos permita un totalitarismo despreciable.

El caso de Paracuellos (a partir del 7 de noviembre de 1936) tuvo un final muy en la tradición comunista. Dadas las denuncias del Cuerpo Diplomático y los contactos de Felix Schlayer, cónsul de Noruega, al ser asesinado el abogado del consulado Ricardo de la Cierva Codorníu, la Cruz Roja Internacional envío a Madrid al doctor suizo Georges Henny para investigar lo ocurrido en Paracuellos. El enviado de Cruz Roja tenía que presentar en Ginebra, para la Sociedad de Naciones, la copiosa documentación recabada. El 8 de diciembre de 1936, el avión de la embajada francesa que trasladaba a Henny de Madrid a Toulouse junto a dos periodistas franceses y dos niñas, fue atacado y derribado cuando sobrevolaba Pastrana. Henny, malherido, quemó la mayoría de los documentos y otros se los entregó al médico de Pastrana, doctor Cortijo, del que se fio, y el primero en llegar al lugar del aterrizaje forzoso. Pronto llegaron los milicianos, algunos de ellos soviéticos, para buscar infructuosamente los papeles entre los restos del aparato. Henny era un testigo muy incómodo.

El Gobierno del Frente Popular acusó del ataque a «aviones fascistas». La mentira resultaba impresentable. El piloto, Charles Boyer, los supervivientes y los vecinos de Pastrana vieron perfectamente las insignias republicanas en los dos aviones atacantes. La prensa francesa publicó pocos días después más detalles, incluso el tipo de aviones, Polikarpov I-15, llamados en España «Chatos», y los nombres de los dos pilotos soviéticos: Chemelkov y Sakharov. Detrás del derribo del avión estaba Alexander Orlov, agente de Stalin en España, también responsable del secuestro y asesinato del dirigente trotskista Andreu Nin. Orlov huyó a Estados Unidos en 1938 temiendo una purga estalinista y advirtió a León Trotski de la inminencia de su asesinato. El viejo comunista no hizo caso.

Falsificar la historia, lesionar los derechos de expresión y cátedra, traerá consecuencias. Jurídicas desde luego. Pero hay que recordar lo que le dijo Castro a Chávez. Algo así: «El comunismo llegará ya por elecciones». Y cuando le inquirió el líder venezolano: «¿Y si se pierden?», el viejo zorro cubano le contestó: «Si un comunista las convoca no se pierden». Ahí está el reciente ejemplo de Nicaragua. A la derecha le falta «relato» y le sobra inocencia; no sé si se estará ganando el cielo pero dudo que sea camino para ganar elecciones. Un tahúr del Mississippi rara vez perdía la partida. Antes tiraba de revólver.



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