La privatización de la felicidad
Han conseguido que protejamos la alegría en su último reducto, privatizándola.
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 819 (2/NOV/2023). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
El comentario, representativo de la conclusión, es cada día más frecuente. La vida pública va tomando tintes apocalípticos, aunque, como es natural, intentemos ignorarlos. Y nos refugiamos en el último aprisco que nos queda: nuestra vida privada, principalmente la familia y los amigos. La cara social de la existencia ha quedado secuestrada por la acción de unos cuatreros que nos han robado la ilusión de interesarnos e incluso vibrar con las cuestiones que atañen a los destinos colectivos. En España, el proceso, aunque antiguo, es ya galopante.
El racimo de partidos que ha descubierto las mieles del poder durante los últimos años, desde la moción de censura que les granjeó el Gobierno de la nación (y que, no se olvide, no se correspondía con la mayoría de votos, incluso aceptando la sobrevaloración de los sufragios secesionistas, sector que ha sido desde entonces el amo del país entero) manda ya la nave como si no hubiera otra oficialidad que ellos. A la diferencia entre mayoría de escaños y mayoría de votos en el conjunto del país se superpone el desprecio hacia la oposición, aunque a ésta la lidere el partido más votado. No descubro ningún secreto con lo que escribo, ya lo sé.
La voladura controlada de los contrapesos y los controles mutuos es ya un hecho (Constitucional, Legislativo, medios de comunicación, políticas educativas…) que sólo la indolencia, la anestesia y ahora también la amnesia (raíz de amnistía) mantienen en una sordina exasperante.
Todos estamos tentados por ese instinto natural, que tiene mucho que ver con el miedo. La palabra es totalitarismo. Recuerdo que cuando se discutió en las Cortes preconstitucionales qué partidos debían legalizarse y le tocó el turno a los de izquierdas, ésta era la palabra que más rodaba por los mentideros. La Unión Soviética gozaba aún de relativa buena salud, y la memoria de la Guerra Civil estaba muy presente, con la tendencia contraria a la actual. El filtro para legalizar era ése: la ausencia de totalitarismo.
Al final, y a diferencia de los países anglosajones o de Alemania, entraron a saco los partidos comunistas, mientras que Felipe González daba la vuelta al PSOE en Suresnes con el beneplácito de la CIA y el apoyo financiero de la socialdemocracia germana de Willy Brandt. Quedaba así expedito el camino para que gobernara un Partido Socialista sin Rodolfo Llopis, que es como decir sin guerracivilistas. Pero ésta es una tribu pertinaz, que Zapatero y Sánchez –uno continuador del otro, como se está demostrando incluso para invidentes voluntarios de la «derecha»– han invitado a determinar nuestro futuro inmediato.
Estamos, pues, inmersos en el totalitarismo, y eso hace amarga y gris la convivencia pública. De modo que apagamos esa habitación y nos pasamos al búnker de «lo nuestro», llámese reuniones de amigos, el bar de la esquina, el fútbol o la caza. En el pueblo donde me retiro –sí, yo también– los fines de semana, poco más que una aldea de mil y pico habitantes, una venta hizo el otro día comida para doscientos cincuenta monteros. Descuenten mujeres, niños y ancianos y comprobarán que todo el pueblo y parte del extranjero se echa al monte, en el buen sentido. Es sólo un botón de muestra.
España es un país tenso. De ahí ese temor que a todos nos embarga cuando vemos que los asaltatrenes vuelven por sus respetos. Y entonces se hace el silencio y esperamos que la tragedia se cebe con el novillo y no con nosotros. No somos cobardes; es que resulta, por desgracia, cierto lo de Machado: «Españolito que vienes al mundo…». Antes había cierta felicidad en trabajar por nuestro pueblo participando, aunque sólo fuera informándonos de lo que acaecía en la rúa. Ya no. Han conseguido que protejamos la alegría en su último reducto, privatizándola.
La Razón de la Proa (LRP) no se hace responsable de las opiniones publicadas, son los autores firmantes los únicos que deben responder de las mismas. LRP tampoco tiene por qué compartir en su totalidad el criterio de los colaboradores. Todos los artículos publicados en LRP se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.
Recibir el boletín de LRP