Crítica de la equidistancia
Qué duda cabe que la cortesía, la tolerancia y las relaciones sociales constituyen una virtud, una pequeña virtud que facilita nuestra vida, y la de ”los otros”. Algo similar ocurre con la filosofía del centrismo, de la equidistancia.
Y es que todas las buenas gentes tienden –tendemos– a buscar un punto de encuentro en las discrepancias, en las disputas, lo que es loable, aunque nos obligue a rebajarnos en nuestras pretensiones económica, sociales o políticas. Esto ocurre cuando, en el ámbito individual o familiar, vemos afectados nuestros intereses o propósitos; cuando nos incrementan los impuestos; o cuando cambian los criterios para alcanzar la jubilación, o cuando, en el ámbito general, los gobiernos locales, regionales o nacional, adoptan leyes o normas que no son de nuestro agrado. En todos esos casos, a veces, mostramos nuestro desacuerdo, pero, finalmente, acatamos esas leyes, esas normas que no son de nuestro agrado, pero que se han adoptado tras ser debatidas entre grupos políticos distintos, opuestos… Y, muchos, hemos actuado con equidistancia, y hemos ”tolerado” sus decisiones.
Porque equidistancia y tolerancia son, sin duda, modestas virtudes sociales de ordenada concurrencia de pareceres. Pero no todas las cuestiones son susceptibles a la equidistancia ni a la tolerancia.
Como dramático y real ejemplo: cada día, en España, son abortados unos 300 no nacidos, sin contar los abortados en los primeros días de embarazo. En la opinión pública actual, para muchos, se trata de un derecho de la mujer, con el argumento” (¿?) de que es parte de su cuerpo, o que «nosotras parimos, nosotras decidimos». Frente a ese criterio, otros tenemos la creencia, la evidencia biológica, que se trata de otro er humano, distinto a la madre y al padre, y que abortar es matar, sin excepciones. Claro, frente a esas dos posiciones contrapuestas, frente a aquella tesis y esa antítesis, surge la síntesis, la equidistancia, el centrismo.
Son los que vienen a decir que «hay que defender la vida», pero, claro, hay que permitir el aborto de la monjita violada; o el de la niña de 13 años abusada en el ámbito familiar, o, por supuesto al feto diagnosticado intraútero con el síndrome de Down (¡qué fastidio cuidar a un niño así durante tantos años, a pesar de la ayuda y aunque pueda valerse!).
Ciertamente, el aborto y la eutanasia son cuestiones “límite”, en las que –para muchos– no cabe la equidistancia ni el centrismo. Y hay algunas pocas más, como la libertad religiosa; la de elegir la formación de los hijos; la defensa o la posibilidad de ruptura de la unidad nacional (con o sin referendo); la igualdad de oportunidades…
Fuera de esas cuestiones trascendentes, tenemos que aceptar la equidistancia de partidos políticos que contraponen la justicia con la libertad o los que nos suben impuestos frente a los que prefieren fomentar la producción, bajándolos; los que reciben grandes retribuciones por su ”trabajo” como concejales, diputados o asesores frente a los que consideran la partición política como “acto de servicio”, como un honor…
Bueno, creo que está claro que no me gusta la equidistancia, ni el centrismo, ni los tibios.