El médico y el marinero del Titanic

3/AGO.- El doctor Rodríguez recordó la historia del marinero del Titanic. Abrió la puerta de acceso a la UCI e ingresó al primero que llegó. Él –como el marinero– no podía elegir una vida.
El médico y el marinero del Titanic

En plena pandemia del coronavirus, el doctor Rodríguez montaba guardia en la UCI de su hospital. Como los días previos, más del 50% de sus camas, estaban ocupadas por enfermos de covid; casi todos ellos intubados, en decúbito prono y con mal pronóstico de supervivencia. Él hacía todo lo posible por su salvación, sin librar, con falta de sueño.

Hay una llamada desde urgencias: Informan que tienen a tres pacientes pendientes de trasladar a su unidad de cuidados intensivos (UCI), a esa unidad repleta de enfermos gravísimos que requieren su asistencia. Solo uno de ellos ⎼que había sufrido un infarto de miocardio tres días antes, y que evolucionaba bien⎼ estaba en condiciones de ser trasladado a Planta… Puedo ingresar a uno –pensó⎼ ¿Qué hacer? Telefoneó a su colega de urgencias, quien le informó que uno de los que esperaban ingreso era un señor de 76 años, con cardiopatía previa; otra era una enfermera del mismo hospital, contagiada hace una semana en su trabajo, y con estado gravísimo, y el tercero era un sacerdote de 50 años, de constante atención a centro de desvalidos. ¿Qué hacer..?

Su tendencia natural para ingresar en la UICI a uno de esos tres candidatos era clara. Pero entonces recordó la historia del marinero del Titanic

«Gregory Mc. Gregor era un veterano marinero de cubierta que, como todos, iniciaba la andadura del Titanic, ese barco a quien los constructores describían que “ni Dios podía hundirlo”. Entre sus funciones, estaba patronear el bote número 7, de la banda de estribor. Unos días antes, en tierra, había recibido las instrucciones –breves de como arriarlo y de cómo gobernarlo, en el “absurdo” caso de hundimiento.. del insumergible Titanic. Y ahora, tras el desastre al chocar contra el iceberg, había conseguido llenar su bote con 67 personas, la mayoría mujeres y niños. Manejando con fuerza sus remos, se iba alejando de aquél barco, que lentamente se hundía. Sí, remaba con fuerza para evitar el inminente remolino o las enormes hélices, aún girando amenazantes.

Cansado, levantó los remos y dejo el bote al pairo, en leve balanceo. En silencio, y, de pronto, escuchó unas voces próximas, surgidas del mar. Tres voces distintas que se acercaron a su bote. Ya, junto a la borda, pudo reconocer a las tres personas que gritaban para ser izadas a bordo. Pero, cuando se inclinaba para hacerlo, muchas otras voces, del propio bote le increpaban... ¡No, no las subas; el bote está completamente lleno y va a zozobrar! Tenían razón; la línea de flotación estaba bajo el agua. Iba demasiado cargado.

Tal vez pudiera acoger a un naufrago más, pero ¿a cuál? ¿ al viejo suboficial de máquinas, amigo suyo? ¿Al famoso compositor que viajaba en primera clase? ¿O a la joven veinteañera que se agitaba entre las olas?

Gregory (un buen hombre), se acercó a la borda, cerró los ojos y sacó sus brazos al mar. Así pudo salvar al primero que se agarró a sus brazos».

El doctor Rodríguez recordó la historia del marinero del Titanic. Abrió la puerta de acceso a la UCI e ingresó al primero que llegó. Él –como el marinero– no podía elegir una vida.




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