Atracón de kitsch
La alianza objetiva de homosexuales y feministas alcanza su paroxismo en el templo, el epítome, del kitsch: Eurovisión.
Artículo firmado por Esperanza Ruiz, publicado en el digital Gaceta de la Iberosfera (6/02/2024). Recogido posteriormente por El Manifiesto (de donde lo obtiene La Razón de la Proa). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
El dúo Nebulossa, formado por un matrimonio de peluqueros de la terreta, ha ganado el Benidorm Fest. Más que antesala de Eurovisión, yo diría que este año es el boudoir. Zorra es el título del tema con el que los alicantinos van a representarnos en Malmö, localidad donde se celebrará el festival. Podría haber tocado en Knokke-Heist (¡viva Europa!) y entonces habría tenido todo un poco más de esperpento, por aquello de Flandes, la pica, y lo que fuimos.
Si con Salustiano García y su polémico cartel de la Semana Santa algunos compraron gato a sabiendas y pretendieron vendérnoslo como liebre de autor, con Nebulossa hay directamente gato, gordo y lustroso. Gato «feminista, culto y divertido», según Pedro Sánchez.
Si en el caso de Salustiano nos decían que debíamos remontarnos a Caravaggio o al Renacimiento italiano para encontrar algún tipo de sentido artístico a ese Cristo, con la madura pareja parece ser que basta con detenerse en las Vulpes y recordar nuestra pequeña revolución cultural. Una descubre ahora que incluso la banda femenina de Bilbao luchó por nuestras libertades.
Se ha comentado que Nebulossa habría encontrado inspiración en el grupo vasco de música punk que hizo hiperventilar al diario Abecé en 1983 con su Me gusta ser una zorra. Hoy serían invitadas de honor en los Cavia. Sin embargo, el estilo recuerda más a una versión descafeinada de Putilatex, Lorena C y toda esa pachanga electrónica que fabricó auténticos himnos de barrio —gentrificado— hace tres lustros. Temas que, de una manera descarnada, contaban la vida y obsesiones del paisanaje madrileño que alternaba entre el Paseo de Recoletos y la calle de San Bernardo.
No parece que sea una evolución de las Vulpes lo que va a participar en Eurovisión, sino un homenaje a aquellos creadores de música para modernas, hoy debidamente domada gracias al kitsch festivalero. Hablando de guiños, tampoco sabemos si las dos eses del nombre del grupo levantino pretenden, además, emular la provocación del punk primigenio.
Tres años después de que las de Bilbao se dieran a conocer con lo suyo, Mylène Farmer, abuela de un pop electrónico que luego reivindicaría el público homosexual, cantaba «soy libertina, soy una golfa».
Con lo de Zorra ocurre lo mismo que con algunas tendencias de consumo o moda: cuando llegan a ciertos sitios, una sabe que ya han terminado su ciclo.
Mery, que así se hace llamar la vocalista de Nebulossa, quiere resignificar la palabra zorra «porque a mí me lo han llamado mucho». A Mark, productor y marido de la Catalina II de la Marina Alta, se le ve un tanto desubicado entre los corpiños de los maromos del cuerpo de baile y el empoderamiento vernáculo de su señora.
La alianza objetiva de los homosexuales y las feministas —con idénticos rechazos, fervores e intereses realizan el mismo trabajo ideológico— alcanza su paroxismo en el templo, el epítome, del kitsch: Eurovisión.
Kitsch en la definición más textual de Adorno, donde el arte responde a una necesidad de mercado y obedece a su control. Y Kitsch como estafa, sucedáneo y parodia. Kitsch en sentido literal: cursi. Hábil en su impostura, privado de misterio, espurio. Relativista, emancipatorio, deconstructor. Zafio, ambigüo, moralista. La adoración de la diversidad es kitsch. La mercantilización del deseo es kitsch. Las identidades sexuales son kitsch. «Todo lo que no es genuino es kitsch».
Nebulossa y su elegante espectáculo pinchan en hueso. A estas alturas, no queda opresión que liberar, transgresión que perpetrar, ni reivindicación que no vaya a favor de obra. La vulgaridad —el mal de nuestro tiempo— no va a acabar con nosotros. Si acaso lo hará el bostezo.
Por lo tanto, dispérsense, aquí no hay nada (nuevo) que ver.