Réquiem por Occidente
Publicado en el digital El Manifiesto (28/06/2023). Sugerido por la Hermandad Doncel a través de su lista de difusión. Ver portada del boletín Doncel en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.
Occidente fue un conquistador español que abría selvas con un estandarte de la Virgen. Occidente fue un explorador inglés buscando las fuentes del Nilo. Occidente fue Juana de Arco, santa y guerrera y mártir. Occidente fueron Dante, Cervantes y Montaigne. Occidente era el marinero de alma salobre que tensaba las gavias del galeón de Manila. Occidente era Sherlock Holmes (y Watson). Occidente fue John Wayne. Occidente fue Tintin. Y Corto Maltés. Occidente era un comerciante alemán de La Hansa y también un usurero holandés del puerto de Ámsterdam. Occidente fue Juan de Austria en Lepanto y Carlos V en Augsburgo (porque Lutero, sí, también era Occidente).
Occidente eran Roma frente a Cartago y Grecia frente a los persas. E Iván el Terrible, aquel providencial psicópata, echando a los tártaros de la madre Rusia. Occidente es la Dama de Shalott de Waterhouse y el Monte de las Ánimas de Bécquer y un aforismo de Lichtenberg, y también la torre Eiffel y el ferrocarril transiberiano. Y Occidente es la ciudad y Occidente es el Imperio, y la democracia y la dictadura también son Occidente. Y Nietzsche y San Agustín. Todo y lo contrario de todo.
Occidente eran un héroe de Joseph Conrad y un plantador portugués en Brasil. Occidente era Rommel y Occidente era Montgomery. Occidente fueron Napoleón y el cura Merino. La espada de Garcilaso de la Vega era Occidente, y la pluma de Shakespeare y la mano de hierro de Götz von Berlichingen, y la reina Isabel de Castilla. Occidente era Santa Teresa, tanto como Lawrence de Arabia, sin ánimo de comparar. Occidente era Cristo y, a veces, también el demonio era Occidente. Y el papa Luna y Wallenstein. Y Robespierre y Donoso Cortés. Y sor María de Ágreda y sor Juana Inés de la Cruz, y por cierto que también el indio Juan Diego fue Occidente. Occidente era un cazador en los bosques de Canadá y una dama bóer en Transvaal y un colono castellano en la sierra de Guadarrama. Occidente eran Goethe y un templario en Tierra Santa y un escribano en la Casa de la Contratación. Y la Pompadour y la Laura de Petrarca y la Dulcinea del Quijote. Y Luisa de Medrano dictando cánones en la Universidad de Salamanca, y María Curie, enferma, devorada por la radiactividad. Y Homero. Y Plutarco. Y el bardo galés Taliesin. Y Tristán e Isolda.
Hoy Occidente ya no es nada de eso.
Hoy Occidente es un anciano decrépito con evidentes problemas cognitivos, corrupto y lascivo, que intenta disimular su indisimulable senilidad con cierta sonrisa odontológica y gestos mecánicos de muñeco articulado. Occidente hoy es Joe Biden (y sus dobles). Es la histeria de lo woke y la maldición sobre la propia historia y el odio a sí mismo de quien se mira y sólo reconoce el vacío de lo que un día existió. Y el gesto bobo de las multitudes narcotizadas repitiéndose a sí mismas «oh, qué feliz soy», sin apartar la vista del móvil, mientras se ponen de rodillas ante su propio vacío. Y seres que no son hombres ni mujeres, ni tienen hijos, ni tienen tierra ni tienen Dios, seres que no son ni tienen nada. Hoy Occidente ha dejado de ser Roma para ser Cartago.
Hoy Occidente se está suicidando por su propia ideología, como dice Emmanuel Todd. Hoy Occidente quiere morir. Ergo, hoy Occidente merece morir. Pues bien: que muera. Y entonces, tal vez, los últimos hombres sobre esta tierra, ya no bendita, descubrirán una forma de empezar de nuevo. Tal vez, entonces, podamos recuperar la ingenuidad de aquel primer griego al que se le apareció, en sueños, el perfil del Partenón.
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