Carta a mi camarada Parra Celaya
Desde hace unas semanas vengo disfrutando de una serie de películas, dentro del programa Classics, que la cadena de televisión El Toro, emite cada viernes. Se trata de un ciclo de filmes realizados en la época dorada de Hollywood con títulos memorables que han hecho historia en el cine universal. Traigo esto a colación, recordando el artículo que el director de La Razón de la Proa, mi entrañable camarada Parra Celaya, ha publicado en su digital, avisándonos de la inutilidad y frustración de encomendarnos a tiempos pasados y, evidentemente, echarnos de brazos de la más rabiosa actualidad.
Más o menos eso era lo que yo interpreté, y lo traduje como un amable varapalo a los que de una u otra forma, pensamos que, sin renunciar al presente, podemos y debemos mirar al pasado desde la sana intención de recuperar lo bueno, corrigiendo lo que a todas luces se considera malo. No se trataría de hacer remarques ━palabra que parece describir muy bien segundas partes━ pero no se trata de eso, sino de llevar a la práctica, en buena praxis (permitidme la redundancia) de todo aquello que significó avances, progreso, innovación y hasta ruptura con viejos estereotipos sociales y políticos.
Para mí, que tengo algo de nostálgico, pero mucho de realismo, aunque sea derivado del grito de aquel Mayo francés del 68 Seamos realistas, pidamos lo imposible, mantengo la opinión de que nunca, o casi, se deben de objetar las primeras experiencias, y, por el contrario, buscar las excelencias que nos pudieran apoyar en las nuevas responsabilidades. En suma, si bien todo lo pasado no es mejor, no todo lo nuevo, lo actual, es necesariamente mejor.
Mirad la aparición de las leyes de género, el feminismo radical, la pertenencia estatal de los hijos (Celáa), etc., que rechazo se conviertan en modo de vivir, de forma que parece adecuado y útil el poner en valor antiguas recetas de comportamiento y resolución.
Sin duda las barricadas de la calle Guy Lissac parisina, del 68, no es la respuesta que hoy se daría, pero no cabe duda de que en su génesis había y hay principios inmutables en el tiempo. Se prohíbe prohibir o La poesía está en las calles, tan cercanas a la utopía falangista, no son frases que se pudran en el olvido, o para la historia, sino que son por su propia entidad, llamadas permanentes a la ética, a la razón, a la justicia, y fueron dichas hace más de medio siglo.
Creo que los hombres, no todos, pero sí los hombres, tendríamos que defender siempre cierto grado de utopías, que han sido, al fin y al cabo, el aire limpio para iniciar grandes y trascendentes travesías. No es, pues, un deseo de traer remaques sino de encontrar los auténticos fundamentos originales.
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