La arrogancia del señorito

Viene a cuento por la expresión sacada a relucir estos días por la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera...


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 741 (18/ABR/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

La arrogancia del señorito

Es lo que le falta a nuestros políticos destacados en estos momentos. Probablemente son tildados de una barbaridad de adjetivos de los que andan por el Diccionario de la RAE, no sé si también de alguno de otros diccionarios. Pero de señoritos, no. Porque para ser señorito hacen falta unas cualidades especiales. No es suficiente ser más o menos guapetón, alto, sonriente, charlatán. Hay que tener caché, saber expresarse con elegancia, presidir algo sin que se le note aunque sea el foco de la reunión, sonreír sin que se aprecie que está simulando, plantarse en cualquier foro, calle o campo y ser aplaudido y respetado... Hay que tener un aquel, que diría mi madre.

Viene a cuento por la expresión sacada a relucir estos días por la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, esa chica que suelta todas sus frases sonriendo como de broma aunque realmente lo haga socarronamente y con calado. Cuando le preguntaron, con motivo de la aprobación por la Junta de la nueva Ley de suelos de regadío en Doñana, contestó, refiriéndose al presidente de la Junta Juanma Moreno, que había actuado con «arrogancia de señorito». Dado que la aprobación fue gracias a PP y Vox, el Gobierno había de calificarlo como que la cosa estaba mal y, consecuentemente, toda la tropa que se sienta a la mesa del Consejo de Ministros tiene que atacar a dichos dos partidos políticos, aunque sepan tan poco del tema como un servidor. Es como el asunto de Ferrovial y su presidente Rafael del Pino, quien, definitivamente, presentó a los accionistas su propuesta de trasladar la sede social a los Países Bajos, –no sin antes haber llamado durante 44 días al presidente del Gobierno sin que lo atendiera–, propuesta que fue aprobada, por lo que la comparsa del Gobierno anda, cada uno a su modo, amenazando duramente a la empresa por no hacerlo directamente contra su presidente.

Ni toda esa tropa, ni yo estamos preparados para opinar al respecto, por lo que deberemos estar al tanto de lo que digan los técnicos sobre uno u otro tema. Han de ser los que saben de la materia, que conocen todos los intríngulis, los que han de hablar antes de que lo hagan los curiosos. Así y todo, yo no me atrevería a discursear al respecto, pues las cosas no son ni tan sencillas ni tan claras como las puedan exponer los que se ocupen del tema.

Y mucho menos tener el comportamiento de la ¿señora? Maribel Mora, del Grupo Mixto-Adelante Andalucía, quien tras tachar de fake y «vergüenza parlamentaria» el texto de la mencionada Ley de suelos de regadío en Doñana, ni corta ni perezosa se dirigió al escaño vacío del presidente de la Junta volcando un tarro de tierra como símbolo del desierto en el que iba a convertir Doñana caso de prosperar esa iniciativa. Es, sin duda, una demostración evidente de que hay que limpiar de arena y de gente ramplona y rabanera los escaños de los diferentes centros donde se reúnen los representantes de los españoles a dilucidar sobre lo más importante para la colectividad.

Claro que Pedro Sánchez, sin que nadie se lo llame, se debe considerar más «señorito» que nadie, razón por la que ha soltado una frase profundamente ególatra, digna de ser incorporar al plantel de las consideradas narcisistas: «Doñana no se toca». Como lo del rey francés que recordábamos el otro día que aseguraba que el estado era él ¿Es cosa suya Doñana? ¿Se lo tiene creído? ¿Pensará que se ha hecho dueño de por vida de Doñana y de La Mareta? Quizás. Aunque no tiene base, según se manifiesta él, Pedro Sánchez, da la sensación de que algo debe haber al respecto. Se lo ha creído. «Doñana soy yo» será la frase de futuro.




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