¿Cobardía o qué?

1/07.- Es indigno que un periódico, en sus efemérides, olvide cuarenta años de la historia de España; es inconcebible que en la historia que estudian los jóvenes hayan desaparecido hechos importantísimos de esa historia...


Publicado en el número 141 de Cuadernos de Encuentro, de verano de 2020. Revista editada por el Club de Opinión Encuentros.
Ver portada de Cuadernos de Encuentro en La Razón de la Proa

¿Cobardía o qué?

No sé si este adjetivo, tan desavenido al frente de un escrito, es el que quisiera poner para encabezar lo que intento desgranar al dirigirme a mis paisanos que no se atreven a decir y mantener en todos los ambientes las ideas y creencias que bullen en su magín, y, a veces, incluso, se las ocultan a sí mismos creyendo que no son adecuadas, ni oportunas, ni convenientes en el momento y mundo en el que nos toca vivir.

Con ello, seguramente, quizá lleguen a pensar que sus especulaciones sobre el ayer, el hoy y hasta el mañana, son erróneas y le llevan a caer en la idea dominante, en el discurso al uso, sin darse del todo cuenta de la mendacidad que le rodea, de la mentira con la que se habla, de la manipulación que se hace del lenguaje para subvertir la realidad de los hechos y acontecimientos antañoneso del momento con el fin de conseguir un pensamiento uniforme, controlado, dirigido, sometido, que, a poco que se analice, en realidad es lo que se pretende por la clase dominante.

Cabe recordar alguno de los casos de personas notables que nos han dejado al encuentro de otra dimensión de vida –si fue creyente–, o de la nada –si considera que la vida termina en el momento de la muerte física–. Ni citaremos nombres ni insinuaremos cargos, pues si Dios los ha perdonado –a unos y otros– después de valorar sus acciones y comportamiento; no vamos a ser nosotros quienes rasquemos en las cenizas, ya que, además, como cristianos procuramos amar a nuestros semejantes, incluso a nuestros enemigos –y este no es el caso– y rezamos porque le sean perdonados los pecados.

En más de uno de esos casos que tenemos en mente, las honras fúnebres se convierten en una de las mascaradas del genial pintor José Gutiérrez Solana; allí se encuentran todos los que hablaron mal de él, lo criticado ampliamente, lo vapulearon por sus decisiones, quizá hasta pusieron en duda su honorabilidad, aunque algunos de entre ellos –o no pocos– fueron fieles a su persona, se entregaron con él al trabajado vocacional sin ambiciones personales, confiando en las decisiones tomadas, sosteniendo los mismos puntos de vista, colaborando hombro con hombro, repartiendo adulaciones a diestro y siniestro, bendiciendo los posibles aciertos y seguros errores, tanto de su procedencia política como de la oposición.

También se encontraba allí ese pueblo español tan generoso que acude por cientos de miles a despedir al finado que cumple con la inexorable ley de vida de rendir su andadura ante el Dios misericordioso, o simplemente al dios Impreciso de los no creyentes.

¿Qué estarían pensando aquellos seres con caras serias y visos de profunda tribulación? ¿En las traiciones cometidas con el finado, en los olvidos, en los abandonos, en las intrigas y maquinaciones, en las zancadillas,…? Dejemos en el aire el tema puesto que no es el que nos ocupa hoy, en la seguridad de que el camino que haya seguido el alma del mortal que hoy hemos imaginado habrá encontrado acomodo en el más allá

De lo que realmente queremos ocuparnos es de los que están aquí, de los que rendían el último tributo a quien se fue. Y es que ellos, junto con otros que se fueron y la mayoría de los hijos de unos y otros, no son seres que han caído en la Península Ibérica por arte de magia, sin previa procreación, sino que todos proceden de un origen concreto, vienen de una tradición, descienden de una determinada familia y tienen una historia en la que se apiña la parte recogida de sus ancestros con la propia creación.

Y sin embargo es indigno que un periódico, en sus efemérides, olvide cuarenta años de la historia de España; es inconcebible que en la historia que estudian los jóvenes hayan desaparecido hechos importantísimos de esa historia, acontecimientos que marcan a unos y otros, epopeyas que engrandecen el espíritu de quienes las protagonizaron; es una mezquindad intolerable que los actores de hoy se adjudiquen hechos o creaciones del pasado como es el caso de los avances sociales; es imperdonable que, incluso los que antes participaron en esas creaciones o hechos admitan que de ello se apoderen los meritorios que empiezan su vida pública o profesional.

¿Por cobardía?

Mucho hay de cobardía en esas actitudes, pero no poco hay de miseria en el comportamiento de los hombres que se someten al dictado de quienes de un salto se han subido al podio acompañados, no de unos méritos valiosos, sino de un origen fundamentado en los valores de no más que los que orlan a un mequetrefe que se ha valido de la zancadilla para conseguir el deseado puesto.

Porque, de igual forma que algunos suben a su currículum las andanzas del abuelo, otros deberían poner de manifiesto lo que sus progenitores y antepasados en general aportaron a la historia, la economía, la cultura, etc. del país.

Mas no perdamos el tiempo en revueltas y recovecos, ya que lo que interesa es ver el final y apuntar cómo llegar.

Si nos remontamos un tanto a tiempos pasados podemos recordar los años en los que se decía que el presidente Suárez había traído a España la reconciliación entre los españoles, con el añadido de la libertad y la democracia.

Incluso una joven profesora de una localidad madrileña decía ufana ante la televisión, que ese día había explicado a sus alumnos todo lo que el presidente había hecho en ese sentido, porque sus alumnos no lo conocían porque no lo habían vivido; olvidando apuntar que ella tampoco había vivido lo que les contaba ya que inició su vida unos años después de 1976, es decir, que lo que les relató fue el resultado de lo que la habían enseñado a ella, que probablemente ya no tenía nada que ver con los hechos reales que tuvieron lugar.

Pues bien, por ahí es por donde hay que empezar: escribiendo la historia tal como fue, sin miedos, sin temores, con sus luces y sus sombras, con lo bueno y lo malo acaecido, poniendo encima de la mesa las realizaciones de unos y otros, desde 1931 a la fecha, por ejemplo, retratando a los líderes de cada quien, a los cabecillas de todo pelaje que sean necesarios, con su currículum completo por delante, con exposición clara de éxitos y fracasos, fundamentos que cada cual puede aportar a través de sus ideas, historial, etc.

Y ahí están los escondidos, los temerosos y los traidores, que tienen la obligación de aportar todo cuanto conocen, pues lo han mamado en casa, han vivido de ello, se aprovechan para su actuación hoy aunque lo oculten. Porque todo eso, en el fondo, es la masa que puede dar fruto en el producto final. Es como la «masa madre» que se precisa para que el pan adquiera todo su valor.

Y dentro de lo que cada quien ha de justificar ha de poner de manifiesto lo que su partido ha hecho, ya sea positivo o negativo en los 80 años que debe comprender el periodo a examen.

Incluso si hace falta, sacar a relucir una vez más a los muertos ya que tanto lo promociona la Ley de Memoria Histórica. Pero no solo los restos que puedan hallarse en cualquier fosa común, en algún lugar determinado donde encontraron acogida, en algún campo donde son visitados todos los años por las amapolas, pues esto ya no es más que «polvo en el polvo».

Lo que hay que sacar para el conocimiento de la historia es el reflejo de quienes existieron y obraron, con nombres y apellidos. Con expediente para conocer quién es quién y cuáles fueron sus méritos o desmerecimientos, pues no se puede caer en la trampa de las cifras globales, y las reivindicaciones retocadas al gusto de cada uno de los que se aportan en la demanda o en la simple estadística.

Digamos que, como vivimos de la mentira de los hechos, es conveniente un diálogo abierto a todos los niveles para llegar a demostrar a los españoles, a unas generaciones de españoles que no tienen nada que ver con el origen de conflictos anteriores, que no han vivido, para que conozcan la verdad y se den el necesario abrazo con el fin de que puedan vivir en paz en el futuro. Ellos y sus descendientes.

Y, de paso, desenmascarar a los mentirosos, a los ambiciosos, a los traidores, a los cobardes, a los aprovechados y a todos aquellos que se han lucrado con las insidias vertidas.

Aprovechando la oportunidad para arreglar la Administración, la Justicia, el vidrioso asunto de las autonomías, la enseñanza, la investigación, el sistema de salud, etc. que hoy de nuevo se está enrareciendo con los caciques que se han apoderado del huerto, en el que se empeñan en sembrar productos desechados porque fueron sustituidos por otros mejores, utilizando el arado romano cuando la técnica ha proporcionado a los hombres máquinas capaces de sacar adelante cualquier trabajo, y los mercados demandan frutos mejorados por el cuidado puesto en el cultivo y la selección de la simiente.

Además, sin duda, por culpa el covid-19, más las manadas de carroñeros que andan por el mundo tratando de acaparar mercados y poder, se está produciendo un tsunami que llegará al momento álgido cuando se consiga dominar esta pandemia, momento en el que será necesario estar preparados, con las armas engrasadas, las avanzadillas expectantes para que avisen el momento de la puesta en marcha de los ejércitos ansiosos de hacerse con el poder. En ese momento habrá que tener limpio el espacio propio para poder hacer los movimientos necesarios con el fin de no dejarse envolver en las mezquinas acciones de los carroñeros.

Como nada hay nuevo bajo el sol, que dice la sentencia popular, no viene mal traen al recuerdo hechos anteriores que hablan de reconciliación tras haberse producido un desajuste considerable entre las gentes de un país. Y mejor de uno cercano que de otro de genes distintos. Por eso echamos mano de una posdata o apostilla a nuestro comentario anterior.

Conviene decir una vez más, aunque sea brevemente, que la reconciliación entre los españoles se produjo durante los 40 años de oscurantismo. A ello se pueden aportar infinidad de pruebas, empezando por las legislativas. Otra cosa es la existencia de rencorosos que, teniendo que callar la actuación de algunos de sus familiares, vivían del odio en espera de la revancha. O también, la existencia de los militantes en los partidos de la izquierda que no supieron asimilar la derrota y vivieron a la espera de volver a reintentar la implantación de sus esquemas políticos, que el tiempo ha demostrado eran nocivos para los pueblos, aunque aquí, en España, todavía se persista en el intento.

Es decir, que la reconciliación entre las gentes de paz, cualquiera fuera su origen, se produjo durante el oscurantismo del régimen franquista y fue con la venida de la Transición cómo los españoles se volvieron a enfrascar en viejas rencillas. Con la democracia vino la corrupción, y aquí estamos repitiendo hasta el agotamiento que es preciso arreglar este contubernio insoportable.


 

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