La democracia, cosa difícil

29/01.- La célebre «democracia», que tantos parabienes recibe por todos los lados, no la entendemos de igual forma unos y otros, sobre todo cuando estos o aquellos intentan ordeñarla para sacarle el mayor fruto posible.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 410, de 29 de enero de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.​

La democracia, cosa difícil

Por más que Alberto Moravia, el italiano que consiguió ser periodista, novelista, guionista, dramaturgo, poeta, hasta político, y además dominar el francés y el alemán, a pesar de contar apenas con el título de secundaria por culpa de la tuberculosis que enganchó en la juventud, asegurara que «curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado». En la realidad de cada día, gran parte de esos votantes, entre los que me incluyo, no está de acuerdo, no con los gobernantes a los que ha votado, sino con todo el elenco –o casi todo– que ha salido de las elecciones.

Y es que la célebre «democracia», que tantos parabienes recibe por todos los lados, no la entendemos de igual forma unos y otros, sobre todo cuando estos o aquellos intentan ordeñarla para sacarle el mayor fruto posible. Por tanto no hay que tomar a pies juntillas todo lo que se vende o regala bajo la marca democracia. Porque depende de quién la utiliza, con qué elementos cuenta, cual es el fin que persigue a su través, si maneja una u otra ideología, qué intereses propios le empujan, quién le impele a llevar a cabo las medidas que adopta, cuál es la personalidad del personaje que intenta conducirla, a quién le debe encontrarse situado en el lugar adecuado para poder ejercer el poder que le proporciona, y un largo etcétera.

En la amanecida de hoy no consigo estar con lo que dicen o hacen una parte de la jartá de gentes que abre el pico nada más despertar, o pone uno de esos tuiter que son una plaga, o le cuenta a un amigo que se ocupa de difundir sus memeces.

Por ejemplo, apenas es una novedad el saltimbanqui Miquel Iceta que, hasta el momento, que se sepa, no ha hecho nada útil en lo que lleva vivido, aunque nos haya sorprendido con el descubrimiento de que España está formada por nueve naciones, lo que le ha valido, al parecer, para ser nombrado ministro de Política Territorial. Unas de sus primeras palabras, tras conocer su designio, han sido contundentes y claras: «Quiero una España fuerte en la unidad y orgullosa en su diversidad». Ahí queda eso.

Sustituye a Iceta en los asuntos del PSOE en Cataluña nada menos que Salvador Illa, otro personaje que se ha dedicado a la política antes de terminar los estudios, por lo que hay que concederle el título de «político» por los cuatro costados. De sus andanzas anteriores no tenemos ideas claras pero de lo que ha realizado al frente del ministerio de Sanidad, con la pandemia del coronavirus que le cayó encima, no se puede decir que haya acertado demasiado pues si valoramos su gestión echando mano de los errores cometidos, la incapacidad para suministrar a los medios hospitalarios el material necesario, las contradicciones en sus apariciones televisivas y la comparación de las estadísticas de contaminados y fallecidos con otros países, no dice nada a su favor.

Veremos a ver si ahora son mejores sus valores como candidato del PSOE a la Generalidad de Cataluña. Para lo que desembarca en la ciudad condal con un 10% más que vacunas que las que repartió en Madrid.

Las relaciones del Gobierno con Bruselas van a saltos, pues por el lado de acá Pedro Sánchez cree que puede engañar a los lebreles de allí, y los de allí no hacen más que llamar la atención sobre lo que España ha de hacer para ganar su confianza. Una de las llamadas de atención es respecto al CGPJ, alertando que han de desenmascarar su política al respecto y que la mitad de sus miembros ha de ser elegida por los jueces, no por Pablo Iglesias.

Y no hablamos de los enfrentamientos entre los ministros del gabinete de Pedro Sánchez. Al parecer, según dicen los informadores, las relaciones entre el gremio socialista y el grupo morado no están a partir un piñón. Se ve claramente, de continuo, pues estos se salen del tiesto cada día, lanzan sus proclamas en contra del propio gobierno, públicamente hablan de acuerdos que solo son propuestas, y van marcando a Pedro Sánchez el camino que ha de seguir si quiere contar con su ayuda para mantenerse en La Moncloa.

Por otro lado, apenas se oyen acuerdos importantes del consejo de ministros, salvo los considerados negativos; y mucho menos se escuchan las voces de los ministros sobre esos acuerdos o sobre medidas adoptadas en sus ministerios, excepto las genialidades de la ministra de Igualdad et al, y sus correspondientes enfados. Por ejemplo la difusión que ha hecho de una encuesta que acusa de racista a la Policía: «Te tratan como un trapo». Asesorando, además, de cómo denunciar. Por otro lado está de morros porque se queja de que en los comercios no la tratan bien.

El juego de la democracia tiene muchas aristas, no pocos recovecos, infinitas interpretaciones, y, como nos dejó dicho Ramón de Campoamor: «Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira»,...

Probablemente a la democracia se la podría asemejar a un botijo de Alba de Tormes, piezas todas ellas de exposición, y en este caso demostración de lo difícil que es manejar algo que resulta tan delicado, que tienen detalles distintos debidos a las manos y ocurrencias del alfarero en cada momento y que, fácilmente, se puede fracturar con el mal uso.

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