La derecha y la extrema derecha o ultraderecha
La calificación de derecha y ultraderecha es enriquecida, sin pudor alguno, por los adalides de la izquierda-extrema izquierda, con el sambenito de fascistas, nazis, franquistas...
Publicado en la revista El Mentidero de la Villa de Madrid (21/JUN/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Uno, que ha estado en no pocos saraos políticos, que ha conocido a bastante gente, que ha sido amigo de notables políticos de acá y allá, que ha elaborado en su mente suficiente materia de lo que se cuenta y bastante de lo que se escribe, después de lo bueno que ha disfrutado y lo malo que ha pasado rozándole, tiene claro lo que le gusta y lo que aborrece, lo que considera bueno para su persona y sus compadres, y lo que rechaza por considerar destructor para todo aquel que ha de vivirlo.
Ha de confesar que no está anclado en ningún partido porque ninguno de los que aparecen por el horizonte mantiene posturas que coinciden al cien por ciento con lo que piensa respecto a muchas materias, además de que manejan la baraja de forma distinta a como yo lo haría, razón que aconseja mejor es andar por libre. Otra cosa es que, cuando llega el momento de votar, renuncie a dejar su papeleta donde considere conveniente. Sin ocultar que de ninguna forma está tentado de inclinarse por alguna de las aberraciones de la izquierda en sus variadas ofertas, pues ni borracho metería en la urna una papeleta en la que figuraran tipos como los que pretenden hacerse con el poderío.
Y, entre los calores de este fin de primavera y principios de verano, me apetece soltar que considero una imbecilidad lo que opinan las variadas izquierdas respecto a lo que defiende la derecha del PP o lo que persigue y amparan la ultraderecha con la que se califica a VOX, pues no dejan de ser dos partidos que, simplemente, tienen inclinación hacia el conservadurismo propios de los principios que defienden buena parte de españoles, ya sean socios o seguidores, unos con más tranquilidad y los otros con un convencimiento más imperativo en cuanto a deberes y exigencias.
Para ser de izquierdas, ultraizquierda, comunista, marxista o aprendiz de Antonio Gramsci, dentro de las variadas colección de siglas en las que no pocos se montan, resulta suficiente les suene media docena de palabras para avizorar lo justo para intentan medrar; al menos a los jovencillos que empiezan su vida subiéndose a ese vehículo tan variado, intentando seguir a alguno de los confusos partidos de izquierdas del espectro español. Se entiende que los trepadores traten de prosperar en los partidos que existen o ellos inventan, pero resulta incomprensible la devoción de la masa de gentes que siguen –sin conocerlos– los arreglos que Gramsci hizo de comunismo-marxismo, así como las promesas de progresismo de los nuevos revolucionarios que no deja de ser la ruptura de una sociedad que se consigue, con esfuerzo, el trabajo de cada día y no con las promesas de unos enloquecidos.
La calificación de derecha y ultraderecha es enriquecida, sin pudor alguno, por los adalides de la izquierda-extrema izquierda, con el sambenito de fascistas, nazis, franquistas... sin saber nada de quienes dieron lugar a la creación de esos apelativos, sin haber echado una mirada a los documentos que retratan a cada uno de los que han dado origen a esas denominaciones con el fin de saber qué simbolizan, qué hay en cada uno de ellos.
Seguro que la mayoría no tienen ni idea de quién fue Pablo Iglesias –el original–, ya sean puros seguidores del PSOE, o de Lenin, y no digamos de Marx, Engels o Gramsci últimamente, del comunismo marxismo que han resucitado nuestros ilustres gobernantes del progresismo. ¡No han leído nada! Han subido al tranvía en marcha y se han sentado rápidamente hasta en los asientos designados para los ancianos y los impedidos, ya sean hombres o mujeres. Esta tropa es la que forma el fango en que se refocila Pedro y desde donde dirige la orquesta en todos sus tonos. Así suena. Continuamente se aprecian desajustes. Incluso hasta los ministros, frecuentemente, en lugar de soplan el trombón, escupen por él.