Mi derecho como minoría
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 643, de 27 de junio de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.
Reconozco que, como minoría, soy sumamente minoritario, pues, salvo que ande despistado, soy yo solo. Pero en mi soledad tengo derecho a pensar lo que me dé la gana, –como lo hace Pedro Sánchez, así como los más listos y los más tontos–, y luego propagarlo por mis medios como cada quién hace con los que tiene por amigos y considera más próximos. Por supuesto que los medios de Pedro son mucho mayores que los que pueda manejar mi menda, pero lo que él piense y lance al espacio no creo que sea mejor que lo que se le ocurra a un servidor.
Hoy no voy a volver a mencionar a Pedro; baste la referencia que he hecho solo a título de ejemplo, pues únicamente lo he traído a colación con el fin de valorar lo que vaya a soltar sobre la celebración del llamado Orgullo gay –realmente no sé por qué ese ha de ser orgullo y se considere como tal al definirlo, y no tenga el mismo tratamiento el que a mí me corresponda por ser persona normal y corriente dentro del sexo varonil con el que nací y del que he hecho uso debido a lo largo de mi ya larga vida–, toda vez que la forma de ser es algo que debemos de mantener en nuestro yo personal, y no sacarlo de paseo para oponerlo al ser de los demás como si fuera algo a destacar por encima de cuanto otro se nos olvida, sin tener en consideración tantas valoraciones que competen a personas especialmente inteligentes, sagaces y listas muy por encima de la media, destacadas en profesiones de muy distintos cometidos, médicos que nos salvan a diario la vida, inventores que nos descubren todo lo que nos rodea y que hace más cómodo y placentero el discurrir de nuestra existencia, maestros que nos enseñan todo lo que otros semejantes han ido haciendo o descubriendo en su trajinar por la tierra, amanuenses que con sus trabajos diarios nos facilitan la comodidad, y un sinfín de gentes que están orgullosas de lo que hacen y a los que hemos de agradecer su aportación al progreso sin otras algazaras que el reconocimiento del bien que realizan en favor de la comunidad y cada uno de nosotros.
¿Por qué –me pregunto– hay que festejar con un orgullo especial a una parte minoritaria de la comunidad por no ser como la mayoría de nosotros? No estoy de acuerdo. Y como soy libre, lo manifiesto. No me parece necesario. Y mucho menos si la festividad que se monta resulta desagradable, repulsiva en no pocos casos, profana y blasfema en muchas ocasiones, repelente en su presentación, ofensiva e insultante para aquellas personas que se consideran normales por responder a los cánones primigenios de la creación.
No me parece que las comunidades tengan que aguantar esa ofensa. Ni que los distintos y variados organismos del Estado se adhieran a esos festejos vulgares y chabacanos y aporten fondos para ello. Ni que en los edificios públicos enarbolen la bandera que los representa. Ni hemos de sentirnos felices y contentos porque acudan a nuestras ciudades zarrapastrosos de todo el mundo a enseñarnos sus entresijos, nos insulten con sus maneras, ensucien nuestras calles, y hagan una exhibición repugnante de su proyecto de vida, que bien podían llevarlo con honestidad y buenas maneras.Como el botijo que hoy traemos a colación, robusto para aguantar todo el trasiego al que se le someta, con la particularidad de que el desconocido alfarero situó tanto el pitorro como la boca de llenado prácticamente en la vertical de la pieza. Es jugar con lo distinto pero manteniendo las formas, la tradición, la honestidad, aunque se cambie la hechura.
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