Las promesas de Iglesias

17/04.- Respecto al compromiso que Pablo Iglesias contrajo con España en la toma de posesión de la vicepresidencia segunda del Gobierno y del ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 (...) puede no quedar claro a qué se obliga quien realiza ese acto...


Publicado en el número 294 de 'Desde la Puerta del Sol', 17 de abril de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.

Las promesas de Iglesias

Hace años tuve un profesor que, cuando se refería a los hechos históricos, y le preguntabas sobre la veracidad de los mismos, respondía que el no estuvo allí, por lo que no podía jurar sobre si eran como lo relatan los historiadores o de otra forma. Eso me pasa a mí respecto al compromiso que Pablo Iglesias contrajo con España en la toma de posesión de la vicepresidencia segunda del Gobierno y del ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, fundamentalmente porque como está de moda que cada cual –de acuerdo con la libertad de expresión– puede decir lo que le venga en gana en ese momento de adquirir un compromiso tan importante, puede no quedar claro a qué se obliga quien realiza ese acto.

Por lo tanto, hay que fiarse de lo que dijo la prensa al respecto, es decir, que aplicó la «forma habitual –supongo que la de que promesa– de lealtad al rey y de compromiso de guardar el secreto de las deliberaciones del Consejo de “ministras y ministros”». Y aquí viene a cuenta lo de mi profesor: yo no estaba allí, no lo escuché de primera mano, y por lo tanto he de partir de la nota de prensa. Lo que me lleva a preguntarme qué habrá querido decir con prometer lealtad al rey, pues, en estos momentos, siendo miembro del Gobierno de la Monarquía Española, a pesar de lo que señala la Constitución en los artículos 56 a 65, el pasado día 14 de abril, celebrando la fecha de la proclamación de la segunda República, hizo un canto laudatorio de este sistema de gobierno con la coletilla de «donde jamás viéramos a un Jefe del Estado aparecer vestido con un uniforme militar, porque es un representante del pueblo; donde el ejército estuviera subordinado al poder civil».

Sin duda este individuo es un traidor de tomo y lomo, pues, según mi criterio, falta a su promesa y lo hace desde el puesto en el que tiene la obligación de defender la Constitución en todos sus términos, así como la figura del jefe del Estado. A estas alturas, donde todo es posible si no sale de las filas de la oposición, hemos de admitir que es libre de acuerdo con la libertad de expresión al uso, pronunciando ésta u otra procacidad, pero desde la acera de enfrente, no en la misma acera donde ha de respetar unas normas que él ha prometido respetar y hacer cumplir. Sin duda es un gesto ruin y sumamente despreciable. Claro que está dentro de su ideología y forma de expresión, a través de la que suelta odio a diestro y siniestro, lo que acompaña con el gesto mefistofélico que adquiere su cara.

El baile entre preferencias de república o monarquía no viene de ahora, ni terminará en estos tiempos. Cada cual tiene sus predilecciones y no vamos a discutírselas. Lo que sí es fácil decir, con respecto a las repúblicas que han existido en España, es que no han servido para arreglar ningún problema, sino más bien para crearlos. Porque el canto de Iglesias a la segunda República invita a pensar que no ha vivido aquellos años, ni que lo que le puedan haber contado sus padres responda a la verdad en la que se vivió. Ni siquiera ha debido estudiar la historia contemporánea con detenimiento, entrando en todos los aspectos que presenta en la década de los treinta del siglo pasado.

Son casi infinitos los libros que se pueden recomendar al respecto, pero nos limitamos a traer a colación una sencilla respuesta que diera Francisco Bergamín –(1855-1937) catedrático, abogado, político, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, de Gobernación, de Hacienda y de Estado– en una entrevista realizada por la revista Crónica, el 9 de abril de 1933. En este pequeño recorte queda de manifiesto lo que ya entonces opinaban personajes de la categoría de Bergamín respecto a lo que iba siendo la segunda República española. Evidentemente existe una diferencia notable entre hablar de Bergamín y de Iglesias, y comparar uno con otro resultaría un insulto contra el primero.

Como decimos con frecuencia, el botijo experimenta, a lo largo de los siglos de existencia, notables cambios en función de los usos, los gustos, la creatividad del alfarero, el lugar donde se fabrican, la idiosincrasia de los que han de utilizarla, etc. Por eso tuvo origen en su momento la botija que es la simbiosis de cántaro y botijo en un espécimen como el que presentamos hoy.



Fragmento de la entrevista a Francisco Bergamín, mencionada en el artículo.

Pues dígame usted: ¿Errores fundamentales de la República?

Allá van. Primer error fundamental: el haber querido armonizar el régimen capitalista y el verdaderamente socialista obrero, llevando a la Constitución principios esencialmente socialistas, que desfiguran el concepto de la propiedad y aun el de la familia.

Segundo error: la falta de respeto a las creencias religiosas de la mayoría del pueblo español, convirtiendo la libertad de cultos y el laicismo del Estado y de la enseñanza en una positiva persecución contra el catolicismo y sus prácticas.

Tercer error: negar el principio de la libertad de asociación en cuanto se refiere a las congregaciones y asociaciones religiosas, privándolas de la facultad de enseñar, sin que se atienda siquiera a preparar los elementos educadores e instructivos que puedan sustituirlas.

Cuarto error: suscitar y fomentar el odio y la lucha de clases, no ya sólo entre la clase obrera y la burguesía capitalista, sino aun dentro del propio sector obrero, favoreciendo a una parte de él en-frente del resto, de tal forma, que como todo privilegio es odioso y toda negación de justicia es engendradora de rebeldías, entre las organizaciones proletarias se han abierto simas de rencor que a nadie benefician, y en cambio perjudican incuestionablemente a la República.

Quinto error: la falta del principio de autoridad y la intervención funesta de algunas autoridades, favoreciendo los desmanes y los atentados contra las personas y los bienes.

Y por último –para no hacer este cartel de reparos interminable–, tolerar que la anarquía domine en casi todas las poblaciones rurales de España, y aunque no se haya adueñado todavía de las capitales y pueblos más importantes, consentir que empiece a producirse un estado de alarma, en virtud de los frecuentes y numerosos atentados que a diario se registran, sobre todo contra la pro-piedad, sin que hasta la fecha se haya visto, por parte del Poder público, aquella sanción de rigor que a tales desafueros cumple aplicar.


 

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