Leerán algo…
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 411, de 31 de enero de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
Esa debe ser una de las preguntas que debiéramos hacernos los españoles. ¿Enseñan a leer a nuestros hijos en la enseñanza primaria y luego a su paso por otros niveles formativos? Estos españoles que se van fabricando últimamente ¿habrán entrado alguna vez en una librería, sentirán necesidad de pararse ante los escaparates donde se exhiben los libros más famosos o de última novedad, y conocerán lo que es una biblioteca?
De lo que dan una sensación difícil de discutir es de que, aunque sepan leer, no se molestan en abrir un libro, les deben repeler profundamente, apenas da la sensación de que sienten curiosidad por lo que se desprende de su contenido, se conforman con lo que oyen; y si sienten alguna inclinación por lo que sucede en torno a ellos, y se adentran en algo que pudiéramos considerar política, tienen bastante con lo que escuchas por aquí o por allá, por lo que aprenden en los mítines, las consignas que les dan los jefes, lo que se comenta por los pasillos o escuchan en las reuniones de los partidos, y poco más.
Porque incluso aquellos que tienen tentación por la lectura únicamente la sacian con lo que les recomiendas los ideólogos de partido, los teólogos de la discordia, los que intentan quemar todo aquello que desdice algo respecto a sus ideas y pensamiento, a sus acciones y proyectos.
Sin duda hay que mejorar bastante la educación en España, probablemente cambiando los maestros por otros que tengan amplitud de miras, que de verdad crean en la libertad de saber y estén convencidos de que el uso de la democracia debe estar reservado a quienes sepan hacer uso de ella.
Hoy traemos dos ejemplos de lo que es el rechazo y odio hacia la Iglesia; no a las religiones en conjunto, sino a la Iglesia católica. ¿Motivo de esa animadversión? Que justamente el catolicismo intenta enseñar la verdad de la vida, el camino recto que han de seguir las personas durante el trayecto que va del nacimiento a la muerte, el amor con el que se han de tratar unos a otros y a todos los actos de la existencia del hombre.
Digamos que aunque no crean en la existencia de Dios pues el bien y el amor no tiene nada más que un camino; por más que, en no pocas oportunidades, la soberbia se hace cargo de ellos y llegan a creerse dioses; olvidando la humildad, la entrega a los demás, el servicio que se ha de prestar a la sociedad cada uno desde su puesto.
El segundo ejemplo nos retrata el estado que adquiere el individuo cuando rompe con la sociedad, cuando intenta imponer sus deseos, sus criterios, y, si no lo puede hacer de buenas maneras, recurre al crimen, la tortura, y mata sin piedad a sus semejantes.
Recemos para que todo esto vaya desapareciendo entre cuantos nos consideramos seres humanos, entre esas grandes organizaciones propensas al mal, desapareciendo de los actos en los que intervienen los más rencorosos, llevando al cumplimiento de los maravillosos folios redactados sobre cómo deben comportarse los hombres entre sí y que se escriben y acuerdan en esas populosas reuniones o en cenáculos más restringidos, teniendo presente en todos los actos esos derechos humanos tan coreados y a la vez olvidados, pues no los recordamos en los momentos en los que hay que ponerlos en práctica, cada día, limando asperezas, haciendo desaparecer todo aquello que va en contra de los preciosistas textos que se escriben.