Martes y trece
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 477, de 13 de julio de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.
No creo que la coincidencia del día de la semana con el dígito trece, en esta oportunidad, vaya a dar más signos de mala suerte que los que vamos advirtiendo cada día al despertarnos, o al acostarnos después de que se hayan pronunciado los diputados en el Parlamento o Pedro Sánchez a través de televisión.
Como sabemos, esta es una fecha que trae mal augurio desde tiempos inmemoriales; desde cuando Grecia era el ojo del mundo conocido; desde que los romanos andaban de un lado para otro como Pedro por su casa.
El transcurrir del tiempo ha llevado a considerar este día dentro de las fobias más conspicuas, intitulándolo incluso como trezidavomartifobia, o sea, el miedo al número 13.
Pues sí, los martes, desde tiempos remotos se ha calificado como el día de la semana predestinado a los conflictos, guerras y a que todo lo relacionado con los negocios saliera mal. Basándose la creencia en que, como esta jornada estaba dedicada a Marte, el dios romano de la guerra, al proporcionar protección a los ejércitos, y con ello triunfos y batallas, se la quitaba a otros asuntos más mundanos, entre ellos los negocios; lo que llevaba a creer que cerrar un trato en día que cayera en martes era gafe, y, corriendo el tiempo, se extendió a contraer matrimonio. Lo que llevó a que, entre nosotros, se incorporara al refranero con la locución de que, «en martes, ni te cases ni te embarques». Esto último, lo de embarcar, por aquello de que en la antigüedad los viajes importantes se realizaban por la mar.
Si al martes le agregamos el 13, la cosa empeora tremendamente. Hasta la historia nos facilita ejemplos de lo alevoso al respecto, como pueden ser la caída del Imperio Romano en Constantinopla que tuvo lugar un martes 13 de 1452; o que a la última cena del Señor asistieron trece personas, entre las que estaba Judas, el traidor, al cual se le asigna ese dígito.
Mas a veces, el infortunio, el gafismo, la mala suerte, no solo se origina en martes y trece, sino que se extiende por todo un tiempo en el que los cenizos y aguafiestas imperan sobre el criterio de la gente normal, de la mayoría que puebla un espacio de tierra, bien sea en tiempo en el que todo debería funcionar sobre un suelo cubierto de rosas, bien porque caiga encima una pandemia difícil de controlar, ya sea en forma de guerra, ya por la infección de parásitos de dos piernas, o por un virus contagioso que nos llega casi sin saber cómo, pero que lo hemos de soportar con dolor y paciencia hasta que se consigue combatir con medicaciones especiales.
En estos momentos son dos las pandemias que bullen por España. La primera, compleja de erradicar, es la de los parásitos de dos piernas que cada día encuentran nuevas fórmulas para dominar las instituciones, para controlar a los ciudadanos, y con ello llevar al país por derroteros que lo destrozan, lo pervierten y lo someten a persecución con intenciones vagas pero absolutamente perjudiciales.
A ello se suma la pandemia del covid19 que, por ser mal llevado por los parásitos de dos piernas, no es posible controlar a pesar del año y medio sumidos en el combate. ¿Por qué? Sencillamente por incompetencia de esos parásitos.
Ahora, en los momentos en que teóricamente debieran ser los últimos espasmos de tan lamentable virus, por la falta de criterio, por no tomar las medidas adecuadas, por no saber qué hacer, por egoísmos personales, por estar más preocupados de emplear ese tiempo de despiste de la comunidad en sacar adelante sus propuestas ideológicas, el correr de la pandemia va como dientes de sierra en las gráficas que nos muestran, subiendo insospechadamente en momentos concretos, y bajando cuando se imponen normas rígidas. ¿Acaso no es posible tomar medidas adecuadas? Evidentemente sí es posible. Todo es posible en la viña del Señor. Si resulta que en estos momentos la infección se produce por el mal uso que se está dando a la libertad de las personas, porque estas incumplen las normas básicas establecidas al respecto, habrá que actuar en consecuencia.
En España tenemos un magistrado que se sale un tantico de la interpretación de la justicia, e impone las penas de forma que realmente sirvan para meter en el caletre del individuo qué debe hacer y cómo se ha de comportar respecto a sus semejantes. Este juez es Emilio Calatayud, juez de menores de Granada, que en lugar de enviar a los jóvenes delincuentes a un correccional donde no sacan nada en limpio, los manda a un curso de estilista, a limpiar las calles de desperdicios, a ayudar en algún lugar donde es precisa mano de obra, etc.
En estos momentos este juez piensa como nosotros, que, al parecer, no sabemos divertirnos sin hacer daño a los demás, siendo partidario de que en las escuelas, los institutos y la Universidad, se enseñe una asignatura que podría llamarse «diversión sin fastidiarnos». Terminando sus reflexiones con la frase de que parecemos tontos por no decir gilipollas.
Un servidor tomaría en serio ese camino respecto a las fiestas de las litronas, las orgías callejeras, las reuniones saltándose a la torera las normas previstas para acabar con la pandemia, y, para que los incumplidores de lo que los demás somos fieles seguidores a pesar de que nos fastidie como a todo quisque, hacer redadas por la fuerza pública, o el ejército si es necesario, y distribuirlos por los hospitales, las morgues, o las casas de los infectados, para que aprendieran donde podrían estar ellos –o estarán si siguen por el mismo camino– y de paso prestaran un servicio impagable a la comunidad, que tanto lo precisa.
Nosotros, con nuestros botijos, los visitaríamos para animarlos y calmar su sed, si es que la tenían; evidentemente con agua y no con calimocho u otras bebidas nocivas. Aprenderían lo sano que es. De momento hemos preparado un botijo de factura modernista para que nuestros chicos no se sientan acongojados, debida a Cerámica Villegas, que fundara en 1970 Josep M. Villegas. Como se ve, no es obligatorio que todos los botijos sean hechos de acuerdo a los modelos que nos dejaran los fenicios, sino que, a veces, hay quien es capaz de concebir con gusto las piezas de cerámica, ateniéndose al momento presente. Como han de hacer los muchachos de la litrona, los que disfrutan de las becas Erasmus, los que hacen viajes de fin de curso. Y los menos jóvenes que consideran que pueden hacer lo que les plazca. Sobre todo es más sano.
P.D. Hemos de confesar que la renovación de los cargos ministeriales nos ha pillado con el pie cambiado. Esperemos acontecimientos antes de opinar.