Nos une el amor por España…
Publicado en el Nº 347 de 'Desde la Puerta del Sol', de 8 de septiembre de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa
Ivan Redondo, ese valido de Pedro Sánchez que se ha instalado en La Moncloa y del que, según cuentan, salen todas las ideas que memorizan los miembros del Gobierno –del primero al último– y algunas otras de diferente calibre, los ha implantado el chip de ir repitiendo por todas partes que debemos unirnos por España, que entre todos hemos de levantarla porque es cuna de cuantos en ella nacimos, lo que es una obviedad, y que a todos nos une el amor por España. No hay ministro, ni personaje del entorno de Pedro Sánchez que esté autorizado a decir alguna palabra, que no lo propague a diestro y siniestro.
De las últimas voces a las que hemos oído soltar ese mantra –sentimos repetirnos en el uso de esta palabrita que, procediendo del hinduismo, ha sido admitida por la RAE– ha sido la de la trianera María Jesús Montero, licenciada en medicina y cirugía– pero que no ha debido tener tiempo de visitar un quirófano ya que desde bien moza me inscribió en las Juventudes Comunistas de su tierra mostrando desde entonces una preocupación sustancial en ir escalando tramo a tramo la escalera que la ha llevado a ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno–.
La susodicha, en la cuestión de Hacienda, no nos parece muy letrada y en cuanto a portavoz del Gobierno sí hace oír con energía su voz cuando, en las reuniones de los martes, tras el Consejo de Ministros, expone lo que han convenido decir a la prensa –y por ende a los españoles–, respondiendo a las preguntas de los periodistas como si estuviera en un mercado vendiendo ajos de Las Pedroñeras o sabrosas sardinas de Santurce.
Oyendo a estos seguidores del gran Ivan, da la sensación de que, salvo el pequeño grupo que son ellos, nadie ama a España. Ni siquiera sus seguidores ya que éstos se dedican con harta frecuencia a celebrar manifestaciones y barullos donde se atenta contra el buen orden que debe mantener la nación, y los más aguerridos queman contenedores, neumáticos, rompen cristales de comercios y bancos, roban lo que pueden, destrozan a discreción y causan considerables daños que van, todos, en contra de la conveniencia de los intereses de la nación, o sea de España y de los españoles.
Pero lo más chusco, a la vez que sangrante, es que la unión debe hacerse en torno a ellos, suscribiendo todas las barbaridades que se les ocurren, apuntándose con ardor a todo lo que va en contra de España y de los propios actores que son los españoles, queriendo deshacer la historia para crear una nueva, convertir eso del sexo –el de los hombres e inclusive el de los ángeles, a pesar de lo que se diga de éstos– en un lío tremendo, de forma que ya no se distinga entre hombre mujer, sino que se llegue a definir a todoser humano como ni hombre ni mujer, sino todo lo contrario –que podríamos decir, remedando la célebre obra de teatro de Miguel Mihura y Antonio Lara Tono titulada Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario–, etcétera.
Esa unión que Pedro Sánchez quiere en torno a él y alas ideas que promueve junto con el moñetudo Pablo Iglesias –a quien le ha sido cambiado el alias del «coletas» por el «moñetudo»– para cambiar las leyes –con el fin de favorecer a los okupas, independentistas, asesinos de ETA, y demás delincuentes, malhechores y toda especie de nauseabundos individuos que ensucian el suelo español–; o que les aprueben unos presupuestos para que, con el dinero de la nación, más el que venga de fuera, puedan llevar adelante la revolución socialcomunista en la que están empeñados. Y, claro, ello no es posible. Aunque sólo queden por estos andurriales los setenta veces siete que para este ejemplo traemos de la parábola del Señor cuando dijo a Pedro las veces que debemos perdonar a nuestros contrarios.
Toda persona decente, que de verdad ame a España porque lo lleva en la intimidad del ADN y no por la instrucción de Ivan de repetir el mantra, ha de estar en contra de cuanto digan y propongan estos salteadores que solo piensan en ellos en primer lugar, en el partido que les sirve para conseguir sus deseos en segundo plano, y en la plebe que los sigue con los ojos cerrados o tapados con una cinta con los colores de la segunda república o de sus banderas sindicales, y que queda-rían tirados, como siempre, en los arrabales en los que invariablemente los han tenido metidos, y de los que los sacó Franco sin que se lo supieran agradecer, y ahora estén cegados.
Amar a España es otra cosa muy distinta a la que pregonan estos individuos que nos mantienen tan inquietos. Es generosidad; es entrega a los demás tanto personalmente como en colectividad; es disfrutar con el primer llanto de un individuo emergente; es llorar con cada uno que nos deja aunque estemos convencidos de que va a mejor vida; es sentir el placer de convivir con una persona hasta que la muerte nos separe porque así lo hemos prometido y lo hemos sentido cada día; es ejercer el oficio de formadores de unos hijos que no pueden pensar como nosotros porque su mundo es distinto, pero que sí llevan inoculados los valores que les indicarán en su momento el camino que han de tomar; es tener un amigo en el que puedes confiar porque sabes que no te traicionará; es acompañar a los seres que te dieron la vida hasta el momento en que rindan cuentas al Dios al que le deben la existencia; es defender a una patria que acumula años de historia, de cultura y arte, héroes y villanos, santos y gandules, conquistas y depresiones, descubridora de otros mundos, colonizadora de otras tierras, formadora de otras gentes,… todo lo cual se puede ver con claridad y profusión en los anaqueles de las librerías, fundamentalmente en aquellas que son capaces de contener todo lo que se va comentando a lo largo de los años.
Aunque nos gustaría, ni siquiera resulta fácil el intento de encontrarnos para disfrutar del agua de un botijo. Éste es un hermanamiento espontáneo que se origina cuando sur-ge la necesidad de deleitarse con agua fresca procedente de un ventisquero montañoso, un arroyo cantarín o un manso río que se recrea por el valle, para que calme nuestro calor, acaso el sudor del esfuerzo, o simplemente la sed que produce la charla. Hoy traemos a nuestro encuentro un raro ejemplar de botijo, catalogado como antiguo, en el que el pitorro ha sido desplazado del lugar tradicional. Como casi siempre, desconocemos el sitio exacto en el que el alfarero lo dio forma con sus manos de artista, lo decoró en ambiente campesino, y lo horneo con sapiencia y tranquilidad.