El nudo en la garganta
Publicado en la revista 'Desde la Puerta del Sol', núm 378, de 19 de noviembre de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Qué mal trago está pasando Alfonso Guerra con ese nudo en la garganta que se le ha formado como consecuencia de los desmanes que con el PSOE está cometiendo Pedro Sánchez al juntar en un todo revoluto su partido con los comunistas de Podemos y los separatistas de Bildu y ERC. Nunca lo hubiera podido creer cuando escuchaba a Pedro Sánchez repetir insistentemente que no podía dormir pensando en verse obligado a hacer política junto a Pablo Iglesias, o las cinco veces que ante las pantallas de televisión, en una misma emisión, una tras otra, aseguró que nunca se aliaría con los etarras.
Quizá es que no ha llegado a conocer a Pedro Sánchez como se preciaba en conocer a Juan Barranco cuando defendía su candidatura a la alcandía de Madrid, lo que lo llevó a pronunciar una frase en su defensa que se hizo popular: «Estos señores no perdonan que Juan Barranco sea alcalde de Madrid siendo hijo de un peón de albañil». Eran otros tiempos, amigo Alfonso. Eran unos tiempos en los que todavía los españoles estaban con el señuelo de creer que la transición había llegado para tener una democracia supina donde se iba a vivir poco menos que en el país de las huríes con el que sueñan los discípulos de Mahoma.
Debe recordar que en aquellos tiempos se hacían cosas parecidas a las de ahora, aunque con mayor moderación. Por ejemplo, cuando él inventó lo de fletar un avión Mystère para uso particular, con el fin de ir de Portugal (de la localidad del Algarve luso de Faro, donde te encontrabas con tu hijo) rumbo a Sevilla para no llegar tarde a una corrida de toros en La Maestranza, lo que le copió después Zapatero para llevar a sus niñas a Londres y más ampliamente Pedro Sánchez para cualquiera de sus muchos desplazamientos con familia o sin ella, a variados destinos; sin olvidar aquellos tiempos en los que anduvo mohíno escondiendo los tejemanejes de su hermano de la misma forma que Pablo Iglesias hace ahora con todo el follón que han montado él y sus secuaces más cercanos respecto a los dineros que han conseguido de Bolivia o Venezuela. Y es que cuando uno se sube al burro, aparte no quererse bajar de él, piensa que desde esa altura puede hacer lo que le venga en gana.
Pero volvamos a su nudo en la garganta. Es el mismo que tenemos la mayoría de los españoles desde que vimos aparecer por primera vez a Pedro Sánchez montando la trampa dentro del PSOE para hacerse con los mandos, después en el Parlamento para sustituir a Rajoy, y a partir de ahí en todas las artimañas y trapicheos que ha llevado a cabo con unos o con otros, con esto o aquello. Porque, siendo tan avispado como es Alfonso Guerra, de la misma forma que con su gracejo bautizó a la ministra de Cultura Soledad Becerril como «Carlos II vestido de Mariquita Pérez», podía haberle tomado la delantera a muchos periodistas en la calificación de mentiroso, trilero, tramposo, etc. con que es conocido Pedro Sánchez, y no digamos todas las otras cualidades que se adjudican a su compañero de presidencia de Gobierno Pablo Iglesias.
Se tenía que haber dado cuenta de que Pablo sabe poco de gobernar, y que su gran ambición es vivir en La Moncloa para lo cual pone en marcha todos los planes que alguien le manda para destruir España –a la que estoy convencido Alfonso Guerra ama profundamente– para convertir esto en un Campo de Agramante en el que poder gozar de plena libertad para hacer de nuestro país una sucursal del bolivarismo o de sabe Dios qué.
Tal como está la cosa, y no teniéndolo dentro de las personas que me caen simpáticas, estoy dispuesto a apuntarme a un nuevo PSOE, aunque sea con carácter provisional, que tenga los reaños de hacer lo necesario para que salte por los aires Pedro Sánchez y seguidores, aunque dándoles la oportunidad de emigrar a otro país, quizá a Venezuela, Bolivia u otro hispanoamericano donde Begoña pueda seguir dando cursos de masters gracias a ese diploma que tiene y que ella exhibe como universitario.
En estos momentos en los que rebulle la placenta del socialismo, hay que tener esperanza en que viejas glorias, como los que aparecen en la célebre foto de la merienda campestre de juventud, junto con otros nuevos dotados de cierta decencia, para que hagan lo que sea necesario para limpiar la casa que, sin darse cuenta, se les ha llenado de virus pandémico.
Nosotros, lo repetimos muchas veces, somos gente de esperanza. Y avanzados y progresistas hasta las cachas. Tanto que pensamos que es preciso hacer una España nueva en la que participen todos los españoles, aportando cada quién sus saberes y experiencias, valorándolas –no en un «comité de la verdad» de esos que se montan Pedro y Pablo– sino por un parlamento y senado en el que sus miembros sean elegidos de forma muy distinta a la actual, sin dar primacía a la patulea controlada por los gerifaltes que son los partidos políticos actuales.
Una España en la que se vuelva a colocar en su debido lugar aquellas cosas que son eternas, intemporales, junto a las que vayan surgiendo como nuevas para la mejor con-vivencia de la especie humana que habita en esta tierra que fue considerada como de María Santísima, y que la siguen procesionando incluso una buena parte de los socialistas de cada lugar.
Lo dicho: por el momento dejamos en manos de Alfonso Guerra el tema. Seguro que se pondrá en contacto con algunos de los amigos que estaban en la célebre foto del almuerzo campestre de los primeros tiempos, o con otros del encuentro que tuvo lugar en Suresmes, o con algunos de los que con él y Felipe González gobernaron el país largos años, o de los que habrán seguido buenos y fieles camaradas suyos a lo largo de todos estos años y están tan indignados como él, con parecido nudo en la garganta y a punto de ahogarse del disgusto, pues pensarán aquello de ¡esto no es, esto no es! que ya lamentaron otros que también creyeron que todo el campo era de orégano.
Mientras saldremos de la confinación a la que estamos sometidos por la pandemia para disfrutar un día de campo y tomar un trago de uno de nuestros botijos de entre los más normalitos, como quizá fuera el que ellos pudieron llevar a la merienda campera.