Pablo, los tienes olvidados
Publicado en el número 286 de 'Desde la Puerta del Sol', 31 de marzo de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Pablo, no creas que te tengo tirria. Aunque es cierto que me caes muy gordo, pues todo lo que vas sembrando son viejos deshechos, putrefactos, de un olor insoportables.
Tienes capacidad para llegar a infectar España, pues ya la vas corrompiendo y no son pocos los crédulos e ingenuos que te siguen creyendo tus mentiras y patochadas recubiertas con una lámina de roña perniciosa, y aunque no seas el responsable primero y máximo del Covid 19, en cierta medida has influido para que se disparara y fueran cayendo en sus amorosos brazos, como tú has caído –¿sin darte cuenta?– en los de la progresía que aspira a sustituir a los de la caspa ocupando su espacio.
Lo que ahora te tiro a la cara es el abandono en el que tienes a los ingenuos seguidores de los grandes festivales que organizas, bien en Vistalegre para reafirmar tú poderío, bien por cualquier lugar de España para engañarlos miserablemente, bien en manifestaciones como la última del 8 de marzo en el que cayeron las feministas, la mayoría de ellas ignorantes de adónde las queréis meter.
Pablo, de verdad, los tienes olvidados en estos días tan aciagos en los que no pocos están marchando al más allá, o permanecen solitarios en los hospitales con la esperanza de volver a casa venciendo la pandemia. Me refiero a ellos en los dos sexos, pues ya sabes que, algunos de nosotros, todavía hacemos caso del diccionario de la lengua española y su gramática.
No has hecho ni un solo gesto para ponerte a su disposición, no has ido a hacer ninguna visita a esos lugares donde se encuentran enclaustrados, no has pronunciado ningún responso aunque fuera laico. Los tienes totalmente olvidados. Eres capaz de escaparte de casa para ir a una reunión con tus amigos del Gobierno o para lanzar alguna arenga que te beneficie en la ambición de poder que te domina, pero no has reparado en lo mal que lo están pasando bastantes de tus seguidores, muchos de tus votantes, no pocos de los que se creen todas tus mentiras y falsedades.
Es una pena. Nosotros los que creemos en la misericordia, estamos pendientes de ellos. Muchos están prestando su servicio voluntariamente y sin esperar nada a cambio salvo la satisfacción del deber cumplido; los sacerdotes andan entre las camas consolando a los afligidos, repartiendo ánimo entre los desconsolado, oyéndolos si sienten la necesidad del acto de contrición, recordando juntamente al Dios que tienen olvidado desde hace tiempo;...
Los médicos y demás personal sanitario volcando su saber y ansiedad por salvar un alma; los servidores públicos que tú desprecias –Guardia Civil, Policía, etc.– cuidando las calles, prestado todo tipo de servicios, montando hospitales, atendiendo a cuantos precisan ayuda; cantidad de compatriotas atendiendo los mercados, establecimientos de alimentos, transporte;… Pero tú no, tú solo sales de tu palacete para incidir en tu pasión de seguir sembrando entre los fervorosos de tus alocuciones engañosas.
Seguro que el Papa Francisco te ha tenido en cuenta en el perdón colectivo que hizo hace unos días. Pero para que haga efecto en ti, creo yo, has de hacer algún gesto meritorio de tan concesión. Y quizá el mejor que podías concebir era mostrar esa misericordia hacia tus adictos y cambiar la línea de adoctrinamiento que has seguido hasta ahora.
Le darías una enorme alegría al Padre; entendería que para algo ha servido este destructor Covid 19, que tras el daño directo a las personas ha de seguir el daño a la colectividad al salir de esta especie de guerra en la que estamos metidos tras la que nos vamos a encontrar en un descampado que tendremos que volver a sembrar entre todos, con no poco esfuerzo y sudor.
No sé si sabrás, Pablo, que hemos acogido al botijo como firma de estos articulillos, un tótem nacional que tenemos desde que los fenicios –o gente de aquellos lejanos tiempos– lo trajeron a estas tierras; aquí se quedó, y, aunque su clasicismo se mantiene, con el paso de los siglos ha ido experimentando variaciones y no pocas decoraciones en función de la imaginación de los alfareros y de quienes han querido dejar sobre ellos el arte de su inspiración.
El botijo de hoy es del tipo más clásico que existe pues con esa facha se elabora en todos los lugares de España. Con él nos permitimos brindar hoy por todos los españoles de bien que padecen la enfermedad, cuidan de sus paisanos allá donde los ha tocado servir, o permanecen en casa rezando para que esto se termine.