Pegasus o el barullo
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 617, de 27 de abril de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.
Este país nuestro, que desde hace siglos es conocido por España, sin duda ha estado, en no pocas ocasiones, intrincado en un revoltijo de intereses, ambiciones, deseos personales, codicia de los vecinos, cuitas entre familiares con coronas o simples espadas, enfrentamientos con gente de fuera de los límites que lo conforman como península... Es decir, por todo tipo de prejuicios, ofuscaciones, manías o antojos, liados unos con otros dentro del espacio territorial, y si no encontraban el motivo dentro de casa, lo iban a buscar por el resto del mundo, por todos los confines de la tierra, allá donde hubiera un lugar desconocido por las civilizaciones del momento, o estuvieran en danzas, sin llegar a entenderse, los nativos del lugar.
En el entretanto, entre unas broncas y otras, hubo respiros, se fueron asentando los campos, se construyeron las catedrales, se levantaron monasterios, surgieron palacios variados y los paisanos intentaron vivir tranquilamente en su terruños, disfrutando de las fiestas del lugar, sacando de los baúles los trajes típicos, creando costumbres y prosperando. Pero no decayeron las rencillas, los odios, las ambiciones y volvieron los enfrentamientos.
Tras la última controversia, hubo un lapso de tiempo de tranquilidad, de prosperidad, de hermandad entre unos y otros, de deseo de crecer y encaramarse en la prosperidad... hasta que nos dimos la «libertad» y la «democracia». Y la fastidiamos. Volvieron los enfrentamientos, las ambiciones, la diferencia de enfrentar la vida cada quién, incluso los odios. Y en ese deseo de imponer el propio criterio sobre el de los demás, hemos vuelto a caer en un duelo a sangre acompañado de la provocación constante contra la tradición, las costumbres y las creencias, perdiendo las buenas formas del entendimiento.
Llegando al estado actual en el que el barullo es constante, la batahola es el pan de cada día entre unos y otros, incluso la barahúnda está implantada en el Gobierno, de forma que cada quién –a pesar de que el presidente y alguna de sus ministras diga que no hay más voz que la del titular del mismo– manifieste sus puntos de vista sobre los asuntos de estado, sobre las decisiones tomadas en el seno del Gobierno, saltándose a la torera las normas que marcan cómo ha de ser la convivencia entre los españoles de todos los puntos de la geografía patria.
Si nos pusiéramos a estudiar el comportamiento del presidente del Gobierno hallaríamos un desbarajuste entre lo que dice hoy y lo que sostiene mañana. Da la sensación de que se encuentra en la duda de qué hacer como le pasaba a Zeus con el lío de faldas y escarceos amorosos que tenía, pero con el agravante de que siempre habla con la seguridad del «sí es sí» o el «no es no», aunque pasadas unas horas cambie de criterio con un «decretazo» que deja temblando al país. Y su cohorte sigue sus pasos, aunque sean en contra del presidente; cada quién dice lo que le place, manteniendo la algarabía sin prevención alguna, pues intenta imponer sus beneficios, su codicia, sus pretensiones. Y, mientras, el pueblo soberano se encuentra en las condiciones que anduviera Penélope tras separarse de Ulises cuando éste fue convocado por Agamenón para luchar en Troya: que hasta tuvo que soportar el desprecio de su hijo Telémaco y el acoso de las pretendientes de su esposo.
Tan desequilibrados estamos que hasta el expresidente del Gobierno, Felipe González, acaba de asegurar que «no tiene ni idea de lo que va a pasar en España» con respecto a la formación de nuevo Gobierno o plantear unas elecciones generales que modifiquen la trayectoria de la política nacional. Y comentando las opiniones de sus contertulios de por dónde iría las decisiones de los españoles en el caso de celebrarse elecciones, se le escapa, respecto a ese «qué puede pasar», la frase salomónica de que «puede pasar o no puede pasar» lo que aducían los comentaristas.
Mientras, nos entretendremos con ronronear en torno al «Pegasus», permitiendo a los asesinos de ETA y los revoltosos independentistas de Cataluña, vestidos con sus túnicas de piel de cordero, mareen la perdiz en torno a los espías tratando de machacar más las instituciones del Estado, consiguiendo, a la limón, representación en el CNI y la promesa del presidente del Gobierno a acercarse a Barcelona para aguantar la regañina del estólido presidente de la comunidad autónoma por el descaro de haber investigado sobre sus andanzas, el comportamiento de su camarilla, el desprecio de todos ellos en el cumplimiento de las leyes que han pisoteado y la falta de respeto de las sentencias dictadas por los tribunales de justicia.
En estos riscos en los que nos hallamos, y sin entrar en los medios de Pegasus para conocer las andanzas de los que atentan contra el Estado Español, consideramos que la labor del CNI es fundamental –aunque tengamos nuestras dudas de que últimamente haya estado bien dirigido–, pues deben ser controlados todos cuantos enseñen la oreja contra España y sus instituciones. Incluso pensamos que de la información que puedan haber facilitado las investigaciones al respecto ha de deducirse la existencia de material suficiente para devolver a la Administración general del Estado no pocas de las materias que indebidamente se han ido traspasando últimamente, e incluso la aplicación de los artículos más severos de la Constitución.
Como no es cosa de estar permanentemente disgustados y resentidos por lo que nos rodea, hoy echamos una cana al aire, que diría un castizo, y nos atrevemos a traer un botijo pinturero que amaine la incertidumbre de que «pase o no lo que pueda pasar», dado que, en absoluto, somos conformistas. No sabemos a qué alfarero se le ocurrió dotar al botijo de unos brazos que pueden representar o a un bailador de jotas, o acaso a un individuo que se queja profundamente de lo que está presenciando. Tanto da. Pero nos satisface que el menestrel de la alfarería tenga un momento de ingenio para personalizar su obra.
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