La prehistoria anda de moda...
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 434, de 26 de marzo de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
Ya se sabe. Cualquier español está nervioso por la ignorancia que tiene respecto a lo que pasaba en la prehistoria. Probablemente no podrá salvar la pandemia del covid-19, porque si se pone a analizar todo el tiempo transcurrido desde el origen del hombre hasta la aparición de los primeros escritos, quizá la palme antes de llegar a interpretar lo que aparece en la tablilla de barro que le enseñe Irene Montero, como primer signo de escritura de todos los tiempos. Y mientras le enseñan la tablilla, venga a pensar en cómo aquella gente se metía en las cuevas para no pasar frío en invierno, o en verano para que el sol no los pusiera más morenos de lo que ya estaban; y a especular cómo inventaban artilugios para cazar o pescar con el fin de echar algo al estómago que siempre estaba dando la lata; lo que también le llevaría a cavilar sobre lo que los impulsaría a concebir artilugios a cada momento para habérselas hoy con el león, mañana con el tigre, pasado con el mono, cuando no con aquellos enormes animales que eran unos armatostes inmensos incluso para aprovechar sus carnes, hasta el punto de que no sabrían qué hacer con ellas al cabo de una semana de estar hartos de comer lo mismo;...
Dándole vueltas al caletre pensando en cómo llegarían a darse cuenta, un día cualquiera, que dando golpes una piedra con otra conseguía un trozo que resultaba más fino por un lado que por otro, descubriendo, sin darse cuenta, el hacha de sílex que les servía para despiezar a lo bestia al animal cazado; lo que les llevó, siguiendo la misma técnica, a inventar una especie de punta que atada a una rama de árbol que no tuviera recovecos podían conseguir la flecha o la lanza que les privaba del peligro de tener que enfrentarse directamente con las garras del animal. Metidos en harina, nuestro sagaz investigador del tiempo de los antecesores prehistóricos, seguro que tendría que enfrentarse con llegar a cómo aquél tipo conseguiría entenderse con la parienta para que encendiera el fuego, le preparara el manduque por la mañana y por la noche y quizá cuando se despertaba y estiraba los brazos soltando un buen bostezo, y le calentara la esterilla cuando se acostaba al oscurecer el día o se echaba una siestecita tras volver de vérselas con un mamut;...
Y, dado las suposiciones de las feministas actuales, nuestro investigador pensaría si, como sería de rigor, aquél bárbaro, desnudo como lo parió su madre, animal como los otros seres vivos entre los que vivía, en poder del hacha o del hueso de la pata de cualquier espécimen, de qué forma le zurraría la badana a la compañera, cuando se ponía pesada porque no la había traído una piedra de sal para aderezar el asado, costumbre del hombre de cualquier edad, pues ya se sabe que es una obligación del macho para que luego ella lo puedan comentar con las de la cueva de al lado o las del valle próximo, e incluso, montar una manifestación –o como lo llamaran entonces–, pidiendo reivindicaciones, tales como que los machos limpiaran las cuevas, las trajeran el agua desde el arroyo, y las abanicaran con la cola de un obispo colilargo cuando tenía calor.
Y año tras año, siglo tras siglo variando muy poco de un tiempo al otro, dado que el avance cultural iba muy lento pues no contaban con el plan de enseñanza de la Celaá, ni con los avances científicos que podía aportar Pablo Iglesias, ni siquiera con la tesis doctoral de Pedro Sánchez, la mujer andaría infravalorada, sojuzgada por el hombre, esclavizada por el poderío de macho alfa, sin poder reclamar igualdad en todo. Aunque, como aquellas mozas seguramente era más astutas que las de ahora en algunos aspectos, al darse cuenta de cómo se desarrollaba la vida a su alrededor, verían que sus cuerpos no eran iguales, para hacer hijos había que jugar al veo veo, y algunas otras cosas que resultaban evidentes nada más echar una miradita a los animales que tenían por allí al lado.
Tema tan importante para la formación de las mujeres de cara al matrimonio, o a juntarse con el compañero de turno, es con el que se van a enfrentar las mujeres de hoy, organizado por el Instituto de las Mujeres dependiente del Ministerio de Igualdad que dirige magistralmente Irene Montero, mediante unas jornadas de debate sobre «La mujer en la prehistoria». Todo ello, naturalmente, «enfocado desde la perspectiva de género». Pues hoy es fundamental responder a las siguientes preguntas: «¿Cómo eran las mujeres de las primeras especies homo que poblaron el mundo? ¿Cazaban? ¿Pintaban? ¿Imaginaban? ¿Cuál ha sido el papel de la mujer en la evolución de nuestra especie?». Porque no está bien que «el 90% del registro fósil se ha atribuido a hombres por defecto, y cualquier búsqueda del origen de la humanidad trae como resultado una línea de tiempo de más de cuatro millones de años representada principalmente por el hombre». Y, naturalmente, es imprescindible saber si las puntas de sílex las hacían las mujeres o los hombres, o quién pintó las cuevas de Altamira, o de Tito Bustillo, aunque éstas son posteriores a la prehistoria en la que tratan de meterse esas chicas dirigidas por la estudiosa Irene, y que, sin duda, dará lugar a poder asegurar que las pinturas del paleolítico fueron realizadas por las mujeres de su tiempo entre puchero y puchero, que para eso tenían cerca las teas ennegrecidas y la sangre de los animales que cocinaban.
Resumiendo, mientras la pandemia amenaza un nuevo subidón si no se está atento, los españoles de hoy no tienen para comer como lo hacían los prehistóricos aunque fuera a lo bestia, Pablo Iglesias decide irse del Parlamento, donde no se mueve con la soltura que él quisiera, para probar en el Ayuntamiento de Madrid con la intención de hacerse el líder de la manada y llevar las cosas como le salga del níspero, para lo cual anda ensuciando las casas del PP y de VOX ofreciendo su lucidez al llevar a los tribunales a los que le callan la boca, al tiempo que nos cuentan que se han perdido 30.000 vacunas, que se da dinero para salvar una compañía aérea con un solo avión y complicaciones con el régimen de Venezuela, al tiempo que vemos cómo se cierran establecimientos de todo tipo por toda España quedando a verlas venir miles de personas que han dedicado toda su vida a levantar un negocio que era próspero gracias a su denodado esfuerzo; mientras todo eso y más cosas pasan, su chica, la de Pablo Iglesias, Irene, la cajera-ministra, anda gastando el dinero de los españoles en simplezas, todo ello encaminado a poner a la mujer por encima del hombre para no sabemos qué, aunque ella no consiga sujetar de las riendas a su macho alfa. Ella, Irene, tan perspicaz, debería haberse dado cuenta de que la primera acepción de la palabra hombre en el diccionario de la RAE, es «ser animado racional, varón o mujer. El hombre prehistórico». Es decir, que lo que cuentan los arqueólogos y demás gente que estudia esas cosas, se refiere tanto al hombre como a la mujer.
Nosotros, expectantes que no nos paramos en esas pequeñeces, aunque hurgamos todo lo que podemos, seguimos aportando información de nuestra cultura, antigua por demás, bella algunas veces como el añejo botijo de Talavera que presentamos hoy, y con una pregunta en los labios que nos gustaría tuviera respuesta: ¿por qué, salvo contadísimas excepciones, no se ha dedicado la mujer a extrovertir su imaginación y su trabajo en este arte de la alfarería? Cuando lo ha intentado, en los tiempos de la modernidad, en la mayoría de las ocasiones han producido piezas lamentables desde el punto de vista estético.