Qué complicado es hoy la aplicación de las leyes

Antiguamente, cuando se dictaba una ley, lo que ella contenía iba a misa, que decían los castizos.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (23/ENE/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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Qué complicado es hoy la aplicación de las leyes
Los que no hemos estudiado Derecho estamos convencidos de que tenemos que cumplir las leyes y demás normas que se dicten por el poder legislativo del país en el que vivimos, siendo el poder judicial del mismo quien las interprete, de acuerdo con lo que expresan, no con lo que se supone que uno o más de uno de los legisladores pensaba en el momento de discutir y dar por buena la redacción definitiva; es decir, cuando se dieron la mano como se hacía en la antigüedad.

Sin duda es complicadísimo interpretar el contenido de las leyes por más que en su redacción se haya tenido exquisito cuidado en poner lo que ha de ser y se ha de cumplir.

Antiguamente, cuando se dictaba una ley, lo que ella contenía iba a misa, que decían los castizos. Incluso cuando dos personas llegaban a un acuerdo y habían de reflejar el visto bueno a lo acordado se hacía con el simple gesto de darse la mano, que suponía mantener su respeto hasta la muerte si antes no era cambiado por los personajes que lo habían firmado de forma tan sencilla y rotunda. Método que todavía se viene utilizando ocasionalmente en el campo para transacciones de ganado. Y, en tribunales especiales, como en Valencia, se respetan las decisiones de los jueces, donde el Tribunal de las Aguas es una institución de Justicia encargada de dirimir los conflictos derivados del uso y aprovechamiento del agua de riego entre los agricultores de las comunidades de regantes de las acequias que forman parte de dicha comunidad. Su importancia es tal que en 30 de septiembre de 2009 fue designado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, alegando para ello ser...

«...testimonio único de una tradición cultural viva: la de la justicia y el gobierno democrático y autogestionario de las aguas por parte de los campesinos andalusíes en el ámbito de las huertas que rodeaban las grandes ciudades de la fachada mediterránea de la Península Ibérica».

En cuyo Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por comprender el mismo todos los tribunales similares existentes en el espacio denominado «regantes del Mediterráneo español», se incluye, por lo tanto, el Consejo de Hombres Buenos de la Huerta de Murcia.

Digamos, como resumen, en una frase que no es nuestra:

«La ley es el activo más valioso de la sociedad democrática y su devaluación implica la pérdida relativa de la legitimidad de las instituciones y de la capacidad de los gobiernos para poder gobernar». Amén.

Y si somos serios, dejémonos de sacar a colación que dos de los que redactaron la ley, y la aprobaron tal como está, pensaban esto o lo otro, o lo considera así un letrado importante del Tribunal Constitucional, o un señor que pasa por la calle, o se lo ha dicho una amiga a una de las ilustres ministras que saben mucho menos que yo de leyes y su aplicación, entre otras de las cosas de las que habla sin contención y postula como dignas de fe.

Porque los que quieren cargarse la Constitución, y les importa una higa que España se rompa en mil pedazos, se aúpan en la afirmación de que la amnistía constaba en la Constitución y formaba parte del pacto originario de la misma, aunque no aparezca escrito por ninguna parte de los artículos que la componen, razón por la que no ha de generar dudas para que se pueda deducir que la amnistía, como figura jurídica, está abierta en la Constitución a la decisión del legislador. Es algo como asegurar que puede nombrarse rey a Pedro Sánchez por el solo hecho de que unos imberbes pelotas del PSOE gritaran en una manifestación que mejor que al actual monarca se podía nombrar como tal al asaltador del Parlamento, pues se lo merecía por su arranque y ambición demostrados en tal acto y los comportamientos posteriores.

Estamos pasando por lo que glosa Michael Hopf en una frase de las muchas que por cientos suelta en los libros que publica con éxito para uso de sus compadres los americanos del norte, en la que deja caer:

«Los tiempos difíciles forjan hombres fuertes. Los hombres fuertes traen buenos tiempos. Los buenos tiempos crean hombres débiles. Los hombres débiles traen tiempos difíciles».

Ya que andamos por las tierras de Madrid, lugar donde los barquilleros salen a las verbenas y otras fiestas, no estaría de más darle a la ruleta de su barquillera a ver en qué frasecita se detiene del conjunto que nos ofrece el chispero Hopf. Más de uno anticipará que estamos metidos de cabeza en «los tiempos difíciles» y por ende se estarán forjando los «hombres fuertes» que están hasta el gorro de lo que tienen que soportar de una banda de inútiles y ambiciosos, por lo que en un pis pas puede que se empiecen a notar los «buenos tiempos».

Tiempo en el que deberán ponerse en marcha todos los estratos de la judicatura para, después de hacer una barrida de decretos, decretos ley, leyes y órdenes ministeriales, valorar, de acuerdo con las disposiciones serias y justas que perduren, cuál ha sido el comportamiento de tantos soplagaitas como han rondado por los variados lugares de la Administración del Estado.

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