Sabemos lo que hay que hacer
28/08.- «Sabemos lo que hay que hacer como lo supimos e hicimos antes»...
Publicado en el Nº 344 de 'Desde la Puerta del Sol', de 28 de agosto de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa
Tenía la intención de hablar de presupuestos y de la poca fe de la gente de Europa respecto a lo que hacen y harán nuestros políticos con el dinero propio y el que piensan trincar del habilitado por la Comisión Europea para solucionar en alguna medida la pandemia socio-económica que ha producido la pandemia del Covid-19. Pero después de la homilía que nos largó Pedro Sánchez el pasado martes, a la vuelta de sus generosas y bien disfrutadas vacaciones a cargo de los españoles en lugares tan destacados como La Mareta y Las Marismillas, habrá que seguir hablando de la carencia de vergüenza y la escasa honestidad con las que recubre su esqueleto.
Desentendiéndose del problema del coronavirus, de la rapidez con la que van cayendo los españoles en ese pozo, de la situación en la que se encuentran el tema de la posibilidad de encontrar trabajo para poder subsistir, de cómo se hunde la economía en la mayoría de los sectores por no decir en todos, de la forma en la que nos dan de lado los europeos pensando que somos unos ineptos y haraganes, además de tontos de baba que provocamos el progreso de la pandemia y somos incapaces hasta de prever lo más elemental como son los medicamentos, tomando la postura de largar sobre las comunidades autónomas la responsabilidad de lo que pueda pasar a partir de ya, ofreciendo para ello su colaboración con la frase –más o menos– de que, tanto él como su tropa prestaría toda la ayuda que precisen porque «saben lo que hay que hacer como lo supieron antes y lo hicieron». Hay que ser descarado para decir esto sin que se le caiga la cara de vergüenza torera.
Es un quinqui de la peor categoría, un golferas mezquino, un mentiroso de primera división, un cínico difícil de igualar, un miserable a prueba de tribunal de doctorado. Y lo peor es que, salvo las excepciones de siempre, los presidentes y demás tribu de las comunidades autonómicas no han dicho ni pío, cuando lo lógico es que hubieran convocado una reunión en el Parlamento, o en la campa de Villalar –para hacerla más histórica– con el fin de obligarlo a presentar su dimisión como jefe del Gobierno y, de paso, correr por ineptos a todos sus ministros hasta que se pierdan por los montes.
Para valorar y juzgar a esta pandilla hay que recurrir a lo que a lo largo de la historia han ido soltando personas sabias y experimentadas como fray Antonio de Guevara, de la orden franciscana, que anduvo dando tumbos por muchos lugares, desde guardián de los monasterios de Arévalo y Soria en 1518 a ser acompañante de Carlos I, participando en la guerra de los moriscos, siendo nombrado por el rey Carlos en 1527 cronista oficial en el Consejo del Emperador, complementándolo en 1528 con el nombramiento de obispo de Guadix, sin dejar de acompañar al emperador en sus viajes a Túnez, Roma y Nápoles, terminando sus días como obispo de Mondoñedo.
Fray Antonio de Guevara, que no perdía el tiempo, escribió una obra importante en la que dejó memoria de sus experiencias, titulada Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea, que fue traducida en aquellos tiempos al francés, al inglés, al italiano y al alemán, y que hoy debería ser libro de cabecera de la mayoría de los políticos. Dejó para la posteridad una frase que no viene mal sacar a relucir en estos tiempos: «¡Cuántos en las cortes tienen oficios preeminentes, a los cuales en una aldea no les hicieran alcaldes!».
Porque, si miramos un poco despacio, sin que sea necesaria la lupa, podemos asegurar que mu-cha de la cuadrilla que hoy ejerce altos cargos en tiempo normal no recibirían la confianza de sus compadres para ejercer de ediles de su pueblo. Y, por poner el ejemplo de un personaje que no ejerce de nada porque nada hace, pero se manifiesta desde el púlpito del Parlamento, ahí tenemos a Pablo Echenique, que no para de decir sandeces escuchadas con respeto y admiración por no pocos; es un pelele de los muchos que hay en las organizaciones políticas y en los centros del poder que realmente no tienen nada que decir ni aporta nada a la convivencia de los españoles; acaso desconcierto y lástima.
El caso es que Pedro Sánchez ha aparecido públicamente soltando una homilía por la tele del mismo cariz que tenían aquellas otras con las que cada semana nos alucinaba explicando lo inexplicable, justificando lo que resultaba difícil de exponer, mintiendo más que el Lazarillo de Tormes, y haciendo juego de manos con las palabras como buen trilero que es. Ha asegurado con aplomo que él y sus muchachos llevaron perfectamente a la pandemia por el mejor camino, que estuvieron al quite para que no faltara nada, que tomaron las medidas más adecuadas para salir del marasmo en el que nos encontrábamos, que de eso saben más que nadie y que están dispuestos a echar una mano en todo lo que precisen las comunidades autónomas, pero que había llegado el momento de que ellas tomaran el toro por los cuernos, ya que el toro se lo dejaban manso.
Y se quedó tan tranquilo. Bueno, dijo esto pero en miles de palabras que no servían para nada. Es un buen ejemplo de los personajes que trae a colación fray Antonio de Guevara en su frase. Frase condensada de todo lo que había visto acompañando al emperador Carlos por España y Europa, después de analizar a los muchos personajes que tuvo la suerte de conocer.
Como decíamos, hoy pensábamos hablar de los presupuestos generales del Estado y cómo despilfarran los dineros las lumbreras que tenemos en el Gobierno. Pero nos ha tentado más traer a colación al presidente del Gobierno y sus comentarios después del merecido descanso vacacional, aunque para ello abandonara a su suerte a los españoles.
Él, Begoña y las niñas son más importante que toda la población de la Península. Si ellos no descansan podría ocurrir una catástrofe.
Pero en el fondo este cambio no ha perjudicado en nada lo que pudiéramos decir sobre los presupuestos y el gasto desmesurado e inútil que se hace, ya que lo explican mucho mejor los articulistas que nos prestan sus colaboraciones. Éstos despliegan un abanico de barbaridades en cuanto al gasto innecesario de España, que no es preciso entrar en más detalles. Todo esto lo tendrán que explicar Pedro y sus secuaces ante Europa, e incluso es posible que lo fisgue ese «inspector» que sugieren los que tienen en sus manos soltar el dinero. A ello se anticipó José María Aznar cuando, en 1996, decidió controlar el gasto público, para lo cual nombró al profesor José Barea director de la Oficina Presupuestario, con la obligación de dar puntual cuenta al presidente del Gobierno de los gastos de cada departamento ministerial.
Y a fe que cumplió minuciosamente el encargo y a nadie se le ocurrió hacer ninguna tontería con el dinero ese que, según Carmen Calvo, «no tiene dueño». Para José Barea sí. No en vano lo avalaba, aparte su honestidad, ser doctor en Ciencias Económicas, diplomado en Técnicas de planificación, catedrático de Hacienda y Contabilidad de la Escuela de Comercio de Madrid, catedrático de Economía Financiera de la Universidad Autónoma de Madrid, y haber pasado por muy distintos y diferentes puestos de la Administración del Estado relacionados con la Economía y el dinero. Un José Barea es lo que se necesita en primera instancia en estos momentos. Con redaños de hablar claro y alto y no callarse ante las sandeces de un iletrado (o iletrada).
Como no viene mal tener una oración en la mente, se haga lo que se haga, hoy nos acompaña, como ayuda a ese respecto, un botijo talaverano, del mismo ceramista Ruiz de Luna que hace unos días trajimos otro ejemplar, de distinta factura, pero de igual calidad. Este de hoy viene con decoración clásica de Talavera, incluyendo una imagen de la Virgen. No nos dice cual, pero nos vale cualquier advocación para tenerla presente.