Sin duda los ríos y regajos son deliciosos
Nos referimos a esto de la historia y la memoria porque quizá hay unos cuantos que han perdido la memoria o no la tienen de lo que hicieron sus ancestros...
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 751 (12/MAY/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.
Ya hemos dicho que los ríos, como los arroyos o los regajos, nos privan. Hemos acampado no pocas veces próximos a sus cauces, y nos hemos bañado en sus frías aguas, intentando –¡oh cándidos osados!– coger con la mano, sin conseguirlo, las alegres truchas como lo hacía con facilidad un amigo mío original de Rascafría. Y nos gustan los grandes caudales por los que se puede navegar.
Pero ello no quiere decir que vayamos a preferir cambiar la contemplación del discurrir de las aguas por la condena a carecer del agua que necesitamos para vivir. Ni aunque diga la ONU o la UE que hay que dejar a las aguas deslizarse libremente por sus cauces porque eso es lo que demanda la naturaleza y los peces que las habitan. Ni nos impelecon ello cumplir la Agenda 2030 porque lo han dicho unos cuantos energúmenos que no tienen ni pajolera idea.
Ahora no nos dicen ni pío, como sería su deber, de qué hacemos para dotar de agua a la gente que la necesita para beber, para asearse, para producir en el campo la comida que todos necesitamos, para que las centrales eléctricas aporten la luz que precisamos en casa y, con ello, puedan funcionar miles de empresas que dan de comer a millones de personas.
Por supuesto que nos privan los cauces de los ríos y disfrutamos viendo cómo los peces se mueven por ellos mejor que nosotros por las calles de las ciudades. Y nos gusta pescar las truchas que regodean por las aguas frías de montaña, o los barbos, esturiones y una gran variedad que se extienden por las distintas cañadas del mundo entero, y, ¡cómo no!, entre ellos la lamprea que visita todos los años el Miño para desovar, es decir, el hiperoartio que ya los romanos degustaron comoun manjar de privilegiados.
En beneficio de los peces, Pedro Sánchez, impulsado por los ecologistas de cabecera, ha empezado a destrozar no pocas presas, embalses y azudes que suministraban el agua necesaria a los lugares próximos a sus emplazamientos. El destrozo que ha hecho hasta ahora es enorme, cerca de 200 presas y azudes, prácticamente la mitad del conjunto de toda Europa. Gastando millones para destruir millones. Antes de hacer ese desmán, Pedro debería haber consultado documentación al respecto de entre los informes existentes, que los hay en abundancia, como el que tenemos en la mano de Fernando del Pino Calvo-Sotelo, economista y empresario que forma parte de la Junta Directiva de la Asociación Madrileña de la Empresa Familiar, quien en su rincón FPCS (Nec laudibus, nec timore, sed sola veritate), junto a un amplio manojo de artículos sobre el particular, tiene el titulado Sequía y demolición de presas que deberían haber tenido encuenta todos los cegados por el tema del cambio climático con objeto de informarse un poco al respecto y no estar haciendo tanta tontería y disparate.
Deshacer todo el trabajo realizado durante el franquismo es una sandez que costará mucho dinero a los españoles, además del que se están gastando en el destrozo. Tomemos un párrafo del trabajo antes señalado de Calvo-Sotelo para espabilar a tanto imbécil que sigue con los ojos tapados, a los defensores del ecosistema natural: «Las presas fueron inventadas para asegurar regadíos y reservatorios de agua potable, aprovechar las lluvias y evitar inundaciones. Las más antiguas se remontan a comienzos de la Edad Antigua: la presa de Jawa, en Mesopotamia, se construyó en el 3000 a.C. y la de Marib, capital del reino de Saba, alrededor del 2000 a.C.». ¡Y los listos de ahora, en vez de construir más, las destruyen!
Es más. Si la ministra y alguno de sus compinches buscaran por los archivos del Ministerio, se encontrarían con los estudios que se realizaron respecto al trasvase de aguas de unas cuencas a otras, con el fin de aprovechar al máximo las lluvias que puedan caer sobre el territorio nacional, llevándolas allí donde las precisaban en lugar de dejarlas perderse en el mar. Pero la inteligencia desbordante de los individuos de las comunidades autónomas consideraron que las aguas que pasaban por sus tierras eran solo de ellos y para ellos e impidieron pudieran trasladarse de unos lugares a otros mediante conducciones adecuadas de forma que no se perdieran las sobrantes de los ríos, así como tampoco todas las que se desperdician cuando las lluvia inundan determinados lugares, que ni la necesitan.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo termina su trabajo con un campanazo que debería ser tenido en cuenta por nuestros gobernantes: «El gobierno, la UE (Bruselas-Davo) y la ONU ha declarado la guerra al campo en nombre de una ideología enemiga del hombre. Sin embargo, nunca habrían podido llegar a estos extremos sin la complicidad de otros actores, como los medios de comunicación, que aplican la censura, estigmatización al “negacionismo” (ellos, que ignoran los datos más elementales) e imponen la ideología climática como dogma de creencia obligada, bajo pena de ostracismo».
Pensemos que en no poco tiempo deberá tomarse este problema en serio, y esperamos que vuelvan a construirse los embalses derruidos y se tenga en cuenta la posibilidad del trasvasar el agua entre cuencas. Para que, incluso, algunos sequedales de España puedan convertirse en vergeles como han sabido hacer los israelíes aprovechando las aguas del Jordán. Y si los memos de la ONU o de la UE se quejan, con su pan se lo coman.
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