Aprovechamos esta fecha de febrero, buena como cualquier otra, para contar cosas del PSOE y las consecuencias que pueden tener para todos nosotros, los españoles de a pie que vivimos como en un mundo distinto al que nos habíamos apuntado al nacer.

Pensábamos en un progreso real y beneficioso para todos, inscrito entre los países que ansían tranquilidad para desarrollar sus aspiraciones, inmersos en una forma de ser que viene de lejos debidamente modernizada y pulida, donde realizarnos dentro de un estatus que nos había costado no poco esfuerzo y trabajo conseguir, y llevando una vida inscrita en la religión que aporta los valores necesarios para conseguir los bienes dentro de esa forma deseada de ser y estar.

Está claro que los deseos no siempre se cumplen. Unas veces porque somos nosotros mismos los que los chafamos por cambiar de camino, otras porque hay quienes borran ese camino al cruzar una plazuela.

En materia de estado son siempre los mismos los que rompen la concordia, baten las ideas mezclando las buenas y las perjudiciales, y al final nos imponen las negativas que ellos enarbolan con fuerza y energía.

Luego, pasando el tiempo, está demostrado, las cosas vuelven a su lugar de origen. Pero mientras se han producidos enfrentamientos no deseados, rupturas incluso dentro de las familias, y cuantiosas pérdidas en lo económico y en el patrimonio individual y colectivo.

Ahora corren tiempos de crecimiento de lo mordaz, de lo intempestivo, de lo desacertado que este partido de más de cien años viene aportando a España y costará trabajo volver al entendimiento y comprensión de los españoles. Pero con fe y esperanza se conseguirá el regreso.