Testigos de la transformación de España
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 422, de 26 de febrero de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
No vamos a poner en duda que al rey Felipe VI le correspondía decir ahora lo que manifestó a través del discurso leído en el Parlamento el 23F, como le correspondió a su padre, Juan Carlos I, el que pronunció en la madrugada del 24 de febrero de 1981. Los mandatarios suelen pronunciar los discursos que les concierne, que probablemente no son exactamente los que tendrían que decir o les gustaría proclamar. Felipe VI, en esta intervención, ha sido moderado en sus palabras, recordando la visión que le ofrecieron siendo niño en aquel momento, más la que ha ido captando desde entonces y en la que, de alguna forma ha sido actor; Juan Carlos I, leyó –según un amigo que estuvo presente y al que no veo desde hace muchos años– una de las dos proclamas que tenía preparadas, si bien, como no estuve allí, no lo puedo jurar sobre la Biblia. ¿Cuál de ellas respondía a la verdad, a lo que sucedió aquél día, los motivos por los cuales tuvo lugar el acontecimiento –de lo que nunca se habla–, qué errores tuvieron lugar, cuáles las desafecciones de última hora por diversas razones,…? Evidentemente en algún momento será posible entrar en el tema, quizá cuando se levante el secreto de estado a los cincuenta años del suceso, tiempo en el que ya no estaré para poderme enterar de lo que sucedió en este mundo de ocasionales mentiras, traiciones y olvidos.
Porque en el discurso de Felipe VI podemos leer:
Los hombres y mujeres de mi generación hemos vivido y disfrutado de la libertad de una democracia consolidada en sus instituciones y asentada en el sentir y vivir de nuestros ciudadanos. Hemos sido al mismo tiempo testigos y partícipes de la profunda transformación de España, de su integración en Europa y de su extraordinario avance colectivo. Ahora tenemos, sin duda, la responsabilidad y la obligación moral de continuar nuestro proyecto común: de fortalecer, acrecentar y enriquecer ese camino de libertad y democracia que, desde hace más de 40 años, es guía y referencia de nuestra comunidad histórica, social y política.
En ese párrafo falto yo, se ha olvidado de mí y de muchos españoles más, de millones de españoles que padecimos una guerra, conseguimos una paz rentable a fuerza de trabajo, penuria y renuncias, levantamos España hasta donde se la encontraron los de su generación, también nuestro esfuerzo colaboró en el nuevo tiempo para ser acrecentada, y ahora asistimos a un decaer profundo que nos deprime. Hablamos de una España que confiadamente traspasamos con todos los honores y generosidad en noviembre de 1975.
También hemos sido testigos y partícipes de la profunda transformación que se ha producido tras la Transmisión, continuando con lo que veníamos haciendo de antes, ya que, animosos y con nuevos ímpetus, nos pusimos a trabajar para el cambio, un cambio que enseguida se fue escaqueando de la intención original. Y sin duda fuimos partícipes de la integración en Europa y del avance colectivo.
Somos los de esa generación a la que tanto han aludido y ponderado durante la pandemia como merecedora de respeto, reconocimiento y amparo, a la que había que preservar como principal víctima del virus y que queremos creer que no eran palabras oportunistas ni hipócritas. Mas su sinceridad hay que demostrarla.
Pero, estamos convencidos, ahora otras generaciones tienen la responsabilidad y la obligación moral de continuar el proyecto común de todos, no solo el proyecto de su generación; mas no vemos que lo estén fortaleciendo, acrecentando y, mucho menos, enriqueciendo el camino de la libertad y democracia que desde hace más de 40 años…, según dice el Rey. ¿Cuántos más? ¿Acaso no será más correcto hablar de 80 años? Pues desde todos esos algunos venimos enriqueciendo la historia patria, dotándola de un enorme avance social –proclamado y puesto en marcha fundamental y básicamente durante los primeros 40 años– y una política de prosperidad que, después de los primeros pasos, no siguió un discurso de libertad y democracia como cabía esperar y era el deseo e intención de los españoles.
Es una pena que también el rey Felipe VI obvie que es heredero de la corona que tuvo que dejar su bisabuelo Alfonso XIII la noche del 14 de abril de 1931 cuando abandonó España, corona que rescató Francisco Franco del montón de trastos obsoletos a donde había ido a parar por inducción de los «demócratas» de la República de 1931, que degeneraron en el comunismo del Frente Popular y cuyo arreglo costó una guerra y no pocos muertos.
Los que tenemos ya muchas escamas, junto a los que ya nos dejaron pues los años no pasan en balde, somos testigos de la transformación de España desde el mismo momento en el que empezó la operación, o sea el 18 de julio de 1936, y no el 22 de noviembre de 1975, fecha en la que su padre, Juan Carlos I, fue proclamado rey de España.
En esa fecha, como decíamos, mi generación y otras más que la habíamos levantado, entregamos generosamente España, sabiendo que la gobernanza tenía que cambiar, como lo sabía el propio Franco, y no fuimos remisos en seguir echando una mano en lo que fuera necesario. Pero el cambio fue perdiéndose por no pocas curvas, unas nuevas y otras que ya estaban previstas en el camino de la transición, virajes que nos han llevado a la situación en que nos encontramos. Esas curvas son las que se empezaron a ver el 23F y se intentaron enderezar. No fue posible. Está claro. Quizá cuando se cumplan los cincuenta años se desvele cómo se fraguó y qué fue lo que impidió que de forma pacífica –no había otra intención– se modificara la ruta en la dirección adecuada. En lugar de ese propósito, tras el parón de unos años, el devenir nos llevó hasta hoy, y los primeros testigos de la transformación de España nos sentimos defraudados, abandonados, traicionados.
Post scriptum: Hay quien dice por ahí que la celebración a todo trapo de este acto en el Parlamento, ha sido una trampa tendida por los actuales gobernantes a la monarquía reinante en España, con el fin de ver qué decía el actual jefe del Estado, Felipe VI, sobre el rey Juan Carlos I y cómo se desenvolvía respecto a los trebejos que se mueven por todos los ambientes de la vida nacional, fundamentalmente los de intención política. Y, lógicamente, la obligación de, más o menos, decir lo que el Ejecutivo quería exponer sobre la fecha con el fin de recordársela a quienes pudieran tener hoy inclinaciones parecidas a las caviladas por otras generaciones, en tiempo pasado. Algunos, los ambiciosos, olvidan, quizá por ignorancia, que las mentes están siempre en ebullición, todas y no solo las suyas. Y que esas mentes incitan e influyen en movimientos constantes que, como las placas tectónicas, no están quietas y constantemente van dejando su recordatorio por el planeta Tierra. Y no es un disparate pensar que en cualquier momento pueden sentirse en España.
Aunque la pieza que traemos hoy se aleja de la forma tradicional de cómo ha de ser un botijo, no es la primeva vez, ni será la última, que mostremos alguna alcarraza con la figura morfológica del toro, sin duda otro emblema de nuestro país. Su mayor manifestación está en las corridas de toros; el mejor lugar en el que se aprecia toda la belleza de los morlacos, es en las dehesas extremeñas, andaluzas, salmantinas, navarras…; donde nos sorprende su representación por ser lugar inadecuado, las carreteras debido a la genial idea de la firma Osborne; y en el sitio donde lo pisamos sin mayor preocupación, en la propia conformación de nuestro país al que nos referimos a veces como la piel de toro siguiendo la definición que ya en el siglo I así lo concretó el geógrafo Estrabón. Por ello, que exista un botijo con la forma de toro no deja de ser de lo más natural en España.