Tierra, mar y aire
El mar y el aire, cuando pueden, toman todo lo que se mueve por ahí para hacer lo que les da la gana, más o menos como hace Pedro Sánchez...
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 753 (19/MAY/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.
No pretendo hablar de las tres fuerzas militares, por más que en alguna ocasión me dé el telele de la tentación. Porque vocación al respecto la he tenido de siempre, y fue crecida durante el tiempo que hice la Milicia Universitaria en el campamento de El Robledo, en La Granja de San Ildefonso. No, en este caso no me refiero a la versión militar sino a los elementos que realmente el diccionario denomina con las tres palabras, y que nos traen de cabeza con los desmanes que constantemente tienen y que nos confunden dado que su actividad no se ajusta, como debiera ser, a las estaciones del calendario, que para eso están, digo yo.
La tierra, el mar y el aire podemos decir son tres jugadores que manejan las fichas de dominó a su gusto, empecinados en ganar la partida, y, para ello, se valen de las triquiñuelas propias que tienen a su disposición y que utilizan sin contárselo del todo a los meteorólogos: si pueden, echar mano de alguna trampa en el manejo de los elementos –los rayos del sol fundamentalmente–; a veces aprovechando cualquier cambio aquí o allá de los parámetros orbitales, la derivación continental, enfados de los volcanes que se ponen a largar lo que guardan por ahí dentro y montan un maremoto como el que no quiere la cosa; o las ganas que a veces tienen las placas tectónicas de echarse un baile; y algo por acción antropogénica –no casi todo como se le achaca–; y en ese inmenso revoltijo a veces uno de los jugadores echa un órdago y lo pone todo patas arriba y decide quién es el que manda en la partida.
Y por el mar se forman los tornados que van destrozando todo por donde pasan, o son de distinto calado y dejan caer agua a gogó donde les place, o se ponen a soltar nieve o granizo sin tener en consideración que no le toca en esa época, o la solanera toma los mandos y se pasa medio año sin dejar que las nubes descarguen una gota sobre la Tierra.
En resumen que el mar y el aire, cuando pueden, toman todo lo que se mueve por ahí para hacer lo que les da la gana, más o menos como hace Pedro Sánchez sin tener en consideración el día, el tiempo, y las gentes, pues, como sabemos, cuando a él se le antojase sube en el Falcon para ir a cualquier país del globo terráqueo a ver si lo recibe su presidente, o manda que le junten un grupo de amiguetes de cualquier ciudad o pueblo de España para ir a contarles mentiras –como en el juego infantil de «vamos a contar mentiras tralará»–,o aprovecha sesión en el Parlamento o el Senado para estar dos horas lanzando sandeces insoportables, aunque recibiendo el aplauso de sus pelotas aduladores.
Como decimos, los cambios se deciden por causas variadas de esos elementos estratosféricos, y aunque pueda influir algo lo que soltemos los humanos, los cambios no son definitivos por acción del CO2 que, digo yo, se pueda redistribuir por el cosmos sin que dañe a nadie. Echando mano de la memoria, voy a poner dos casos en los que no creo que respondan a la influencia de mis compadres terráqueos.
Hará cincuenta y algo años, a mediados del mes de agosto, andando con el macuto a cuestas por el Parque de Aigüestortes con el fin de llegar al Lago San Mauricio a disfrutar de aquel maravilloso paisaje, monté mi tienda de campaña en las afueras del pueblecito de Esport en un atardecer precioso que, cuando decidí meterme en el saco y dormir, no anunciaba ningún cambio hasta la amanecida. ¿Dormí bien? Maravillosamente. Pero cuando por la mañana abrí la tienda me encontré con que los campos que nos rodeaban estaban cubiertos con un manto de unos diez centímetros de nieve. Sin duda no fue una nube infectada por CO2 la que se había desplazado por el Pirineo. Sí pudo ser una nube que decidió libremente darse un paseo por la zona, como era mi caso, y dejar un recuerdo.
Otro ejemplo: Por aquél tiempo, año más o menos, la nieta de un servidor, en edad para ello, hizo la Primera Comunión con las demás niñas de su colegio, en la localidad madrileña de Villalba, creo que fue a primeros de junio; pues bien, aquella mañana también apareció nevado el Puerto de Navacerrada y el pueblo en cuestión. Y para cumplir un tercer ejemplo, –aunque podría sacar más a relucir– cuando estuve viviendo en Méjico DF, en la casa teníamos la costumbre de comer entre las dos y las tres de la tarde, para luego acercarnos a tomar el café a un bar muy coqueto que había en la proximidad; pues bien, todos los días los monzones nos traían la lluvia mientras comíamos y cuando salíamos a tomar el café todo estaba empapado que daba gusto; pero veinte años después presencialmente pude comprobar que los monzones habían cambiado de nubes y las nuevas soltaban sus aguas a otras horas.
¿Y qué pasa en España este año? Como muestra aquí lo tenemos bien fehaciente: estos días nos está nevando por casi toda España, soltando por otros lugares no pocas lluvias desconsideradas por la cantidad de agua caída, con un tiempo bastante molesto por frío los días de San Isidro, lo que ha roto un poco la temperatura lógica para que en Madrid se vaya a la verbena a celebrar el día del patrón capitalino.
Pensando en el cambio climático del que tanto nos cuentan y para el que nos hemos de ir preparando mediante la agencia 2030, pienso en lo mal que lo pasaron los egipcios que tuvieron que apechugar con las doce plagas que les cayeron según nos cuenta el Antiguo Testamento y la Torá; o a los que les tocó el Diluvio, que nos refiere el Génesis y que fue mucho peor. Esos sí que fueron cambios climáticos.
Y para que no nos vuelvan a caer otras plagas similares, mejor es que, en vez de intentar sacar adelante lo que unos actuales iluminados escriban en la dichosa agenda, todos los mortales nos dediquemos a cuidar de la naturaleza, buscar los medios que necesitamos para vivir a bien con los elementos que nos haya tocado, y junto a esos medios naturales, aprendamos a pedir perdón por las barbaridades que hacemos, dejar de mentir como acostumbra Pedro Sánchez, evitemos meternos en guerras como se ha empeñado Putin, devuelvan los Okupas sus viviendas a los dueños en un acto de amistad, y, en general, que todo aquel que asuma una responsabilidad sepa conducirla con honestidad, pundonor, nobleza, señorío y mucho amor hacia los demás. Cosa poco frecuente.
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