Los viajes del rey emérito
Publicado en el Nº 337 de 'Desde la Puerta del Sol', de 7 de agosto de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa
Ahora, tras la recogida de la mies, aventada la parva y puesta a buen recaudo en el silo, es recomendable dedicar unos días al trabajo que antes realizaban las espigadoras, trabajo noble que dio origen a no pocos cuadros famosos. Entre ellos habría que mencionar, como el más destacado, el debido al pincel del francés Juan-François Millet. Por supuesto, sin olvidar la célebre romanza de la zarzuela La Rosa del Azafran, con música de Jacinto Guerrero y libreto de Federico Romero y Fernández-Shaw. Pues bien, como decimos, es recomendable revisar el rastrojo por si entre él todavía se puede encontrar algo salvable antes de meter un hato ovino que limpie el campo y evite posibles incendios.
Habiendo dado una buena batida a los roedores para limpiar la casa y establecer un decoroso orden, y tras devolver una adecuada estructura a la justicia, pieza fundamental para que todo marche adecuadamente en la sociedad, no es mal momento para resucitar el buen gobierno, basado en recios pedestales con columnas de nobles materiales, solidez a prueba de embates, y guardia pretoriana que esté dispuesta a defender todo el armazón en beneficio de la colectividad.
Más o menos, con la Constitución que nos dimos tras no pocos chanchulleos, España se puede mantener firme hasta que surja el momento adecuado de redondearla con algunas actualizaciones que posiblemente agradecería para mayor claridad. Incluido con el sistema de Gobierno elegido en su momento, con un rey como jefe de Estado. Uno, hace ya bastantes años, pensaba que, después de comportamiento de las últimas generaciones de reyes que ofrecía la Historia patria, mejor era optar por otro sistema. No tenía claro cuál podía ser, pues la oferta no resultaba halagüeña y aunque Churchill soltara aquella célebre frase de que «La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás», es probable que algún otro, descubierto o por descubrir, sea mejor que la democracia, al menos por lo que hasta ahora hemos visto respecto a este modelo de regir las naciones.
Porque, creo, en cualquier sistema de Gobierno lo primero que hay que tener en cuenta es al hombre más que a la institución en sí, ya que si falla el hombre que es reflejo de Dios, no cabe duda de que todo falla. Por lo tanto, primero ha de estar el hombre, y sin perder tiempo, en paralelo ir ajustando las instituciones.
Es la primera vez que traemos a estas páginas el tema, aunque en alguna otra ocasión hemos apuntado la idea de que esperábamos que quien tiene el bastón de mando –aunque no sea igual que el cetro ni conlleve las mismas condiciones que antes aportaba éste– en su momento habría de tomar las decisiones acuñadas y que se reflejan en la Constitución. Ahora tocamos el tema tras la decisión del rey Juan Carlos de ir a vivir fuera de España. No entramos en dimes y diretes sobre la persona y sus variados deslices, por un lado porque siempre han corrido por mentideros de mayor o menor calado, dando la impresión de que no había por qué ocultarlas, y, por otro, por aquello que dijo Jesús de Nazaret al enfrentarse con los maestros de la ley y los fariseos intentaban castigar a la mujer adúltera: «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra» (Jn 8,1-7).
Y, aunque nos gustaría decir que en el rey emérito todo fueron perfecciones, al no serlo, nos quedamos con las que han hecho bien a España. Es un caso parecido a cuando, pasado el tiempo, recordamos la vida llevada a cabo en el Ejército –en aquellos tiempos en los que, siendo obligatorio, lo prestábamos con gusto–, y comentamos nuestras andanzas más festivas y divertidas, olvidado los momentos malos, las marchas, la instrucción, la comida, soportar la lluvia o el tórrido sol durante las guardias u otras actividades. Lo que queda y perdura es lo grato, lo amable, lo que de una u otra forma te hizo feliz aunque fuera por un momento.
Siendo independientes, sabiendo que hemos de ajustarnos a unas normas además de a las recibidas al nacer, admitimos y defendemos la Constitución y el sistema de Gobierno establecido en España por referéndum de sus habitantes. Y no soportamos que tanto soplagaitas como existen, de norte a sur y de este a oeste, digan tantas sandeces y nos quieran endilgar un nuevo orden encabezado por ellos, gente de la que hemos de librar-nos lo antes posible para poder seguir en paz y engrandeciendo una España para las generaciones que han de venir tras nosotros.
Y, no siendo ni de derechas ni de la derecha extrema, sino libres como el viento, manifestamos nuestro desprecio por los que quieren romper la unidad de España; los que con el terrorismo quieren imponer unos criterios insoportables para la convivencia normal y pacífica; los que se empeñan en olvidar la Historia de España, toda la Historia de España, se inventan una nueva y retuercen una inventada «memoria histórica» para sus propósitos; los que quieren empalmar la historia presente a una historia que hubo que cortar en el año 36 para volver por los derroteros que siempre primaron en España; los que defienden a un perro sarnoso y abogan por el aborto sin limitación alguna; o provocar la eutanasia en una persona cuya vida depende de quien le dio la existencia; los ignorantes que han trepado para poder medrar, o conseguir poder, o llevar adelante oscuros intentos; despreciamos a todo aquél que carece de los valores ínsitos que recibió al nacer y que ha convertido en miseria.
En España tenemos actualmente una inmensa e infecta patulea empeñada en que los españoles no se entiendan si no es bajo sus concepciones y acciones dictatoriales.
El rey emérito se ha ido de viaje: el rey en ejercicio está en su despacho. Pablo Iglesias es un memo que se considera con poderes y capacidad para volvernos a todos del revés. Y sobre el tema que nos ocupa considera que el rey Juan Carlos «ha huido al extranjero» –lo cual, si es por no verlo a él, me parece una decisión acertadísima–, «es una actitud indigna de un ex jefe del Estado» –una actitud indigna de un español son sus trapicheos con los dictadores venezolanos, bolivianos, iraníes, a quien los debe todo–,«deja a la Monarquía en una posición muy comprometida» –comprometida está en estos momentos teniendo que soportarlo a él como vicepresidente del Gobierno–, «por respeto a la ciudadanía y a la democracia española, Juan Carlos I debería responder por sus actos en España y ante su pueblo» –ya ha dicho que está a disposición de la Justicia española, mientras él, Pablo Iglesias, la está escurriendo por todos lados–,...
...Y luego tiene la desfachatez de asegurar que «hay que naturalizar que en democracia se puede opinar distinto», para justificar que él atenta contra la monarquía, mientras el resto de los españoles demócratas por los cuatro costados no podemos pensar de él y de sus acciones lo que nos plazca. Uno de sus más certeros tuiter dice: «La huida al extranjero de Juan Carlos de Borbón es una actitud indigna de un ex jefe del Estado y deja a la monarquía en una posición muy comprometida. Por respeto a la ciudadanía y a la democracia española, Juan Carlos I debería responder por sus actos en España y ante su pueblo», y en el entretanto, que él pueda seguir perdiendo el tiempo que los españoles le pagamos generosamente en atender a su clientela para conseguir sus mugrientos fines.
Y como si fuera alguien, Irene Montero, «marquesa de Galapagar», aparte repetir más o menos las palabras de su compañero, sostiene que Unidas Podemos desconocía los contactos entre el Gobierno y la Zarzuela, acusando al PSOE de pactar la «huida» y asegura que la marcha de Juan Carlos I «no es una decisión que haya tomado el Gobierno de coalición» –como si ella pintara algo en el tema.
Recemos, que buena falta hace. Y los que no sepan ninguna oración porque la maestra del colegio al que fue no la enseñaba porque no era aficionada a esa costumbre, que levanten la mirada hacia el cielo y digan: «Señor, Señor», que Él interpretará su petición.
Sin perder la costumbre de traer a estas líneas una de las piezas de cerámica más antiguas de nuestra artesanía, hoy hemos pedido a un botijero amigo, de los que vendían por las calles tan imprescindible pieza cuando no existían los frigoríficos, ni siquiera el refrigerador de hielo, que se asomara por aquí para que los jóvenes lectores conozcan cómo era el «Amazón» de hace unos años.