Por encima de las menudencias
Conmemorándose hoy (23/04) un centenario más de su muerte, me apetecía escribir un artículo que hablara del gran hombre que fue don Miguel de Cervantes. Siempre le he tenido un gran respeto, o mejor dijera veneración, y en los arcanos de mi memoria guardo las muchas horas dedicadas a fijar en verso su inmortal obra El Quijote.
Pero eso no viene al caso ahora. Tampoco repasar sus muchos logros, de los que ya existen carretadas impresas, así las vicisitudes que tuvo que sortear durante su vida, entre injurias y maledicencias. Todo está prácticamente dicho y es casi una temeridad abordar un aspecto inédito acerca de su personalidad y su ingente producción. Pero hete aquí que... ojeando un antiguo catálogo de sellos, del año catapún, veo con sorpresa que, en 1966, con ocasión de cumplirse los trescientos cincuenta años de su fallecimiento los rusos, sí los rusos rojos comunistas encaramados en el poder en su país desde 1917 tras una cruenta guerra civil con otros de su calaña, llamados los blancos, editaron una estampilla para conmemorar dicha efeméride.
Pero no se puede ser desagradecido. Aunque en nada sostengamos ese Régimen, aunque se nos hiele la boca solo de nombrarlo, que hayan llevado a la imprenta al más grande hombre de letras que vieron los siglos, merece nuestro asentimiento. Al menos el reconocimiento de que hasta bajo los peores instintos resurge, a veces, la vena de la verdad. Y ¿quién la representaba hace ya un taco de años? Un pueblerino hidalgo manchego, que, cruzando España, fue demoliendo frase a frase las insidias y maneras de tergiversar el ser de las cosas. Y apareció el libro, para muchos guía espiritual de todo un pueblo, y unos segundones del país donde Dios pegó las tres voces, recogieron el eco y ahí está, para estudiosos y filatélicos del noble arte del coleccionismo.
¡Qué diferencias se me ocurren con las aguas residuales de quienes todavía transitan por esta España! Ahora dicen que en mayo van a ejercer de demócratas. Les estila llamarse así, como hacían en la Alemania de Este los que no eran sino despojos de una ruina. Lo siento. No era mi intención terminar con tan malos humos, pero hay detalles escondidos en los libros viejos que merecen salir a la luz de una primavera que ya apunta.
La que viene, la leí en una fachada de un cortijo desvencijado recorriendo la Mancha: «Te estábamos esperando, Primavera». Lo publiqué en uno de mis libros de poemas. Hoy, ya es reliquia.