Por encima de las menudencias
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 446, de 23 de abril de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
Conmemorándose hoy (23/04) un centenario más de su muerte, me apetecía escribir un artículo que hablara del gran hombre que fue don Miguel de Cervantes. Siempre le he tenido un gran respeto, o mejor dijera veneración, y en los arcanos de mi memoria guardo las muchas horas dedicadas a fijar en verso su inmortal obra El Quijote.
Pero eso no viene al caso ahora. Tampoco repasar sus muchos logros, de los que ya existen carretadas impresas, así las vicisitudes que tuvo que sortear durante su vida, entre injurias y maledicencias. Todo está prácticamente dicho y es casi una temeridad abordar un aspecto inédito acerca de su personalidad y su ingente producción. Pero hete aquí que... ojeando un antiguo catálogo de sellos, del año catapún, veo con sorpresa que, en 1966, con ocasión de cumplirse los trescientos cincuenta años de su fallecimiento los rusos, sí los rusos rojos comunistas encaramados en el poder en su país desde 1917 tras una cruenta guerra civil con otros de su calaña, llamados los blancos, editaron una estampilla para conmemorar dicha efeméride.
Según veo, es un sello rectangular apaisado en el que aparece, a la izquierda, su imagen, y a la derecha una reducción animada de Don Quijote y Sancho. Tuve que restregarme los ojos para entender lo que estaba viendo. ¿Los soviéticos elevando al pedestal de la gloria al extranjero que representaba al pueblo que un cuarto de siglo antes le había plantado cara en los campos de batalla, aquí y allá, en el Volchov y Krasni Bor? ¿Qué estaba pasando? ¿Cambiaban las tornas? Hacía poco que ocupaba el mando Breznev, ¿significaba eso que la política soviética daba un golpe de manivela? ¿Eran nuevos planes para sortear la Guerra Fría? Ya había sido asesinado Kennedy. La China, su sosias la China comunista, acababa de publicar sus planes «modernos» y el señor de la guerra Mao se alzaba como una leyenda, para temor del mundo. Recuerdo que en esos años lo dije: China era el peligro, Rusia tenía que temerlo. O alegrarse, no sabemos.
De don Miguel, y de su obra, se han editado decenas de versiones, sobre todo en España y, un poco menos, en países de habla española. También, aunque no con tal profusión de otros artistas que han dejado su obra repartida por el mundo. Pero era la primera vez que veía ese reconocimiento por parte de una potencia cuyos postulados políticos eran tan contrarios. Los rusos, como todo pueblo, en general, son buena gente. Incluso bajo el paso de su mochila de crímenes han sabido alzar a cotas altísimas otras efusiones culturales de primera clase. Ahí tenemos el ajedrez, la pintura y, en otros tiempos, la literatura. El gran problema de ese país era el comunismo. Llamado al fracaso, tendrían que pasar, aún, varios lustros para que el muro de cemento se desmoronara sobre la sangre de miles de personas. Ahí estaba Cuba, que persiste como esqueleto viviente, sobado por la actual Venezuela y otros zánganos. Y en Asia ¿qué pasa allí, cuando dicen las informaciones que la Corea del Norte agoniza? Y en África...
Pero no se puede ser desagradecido. Aunque en nada sostengamos ese Régimen, aunque se nos hiele la boca solo de nombrarlo, que hayan llevado a la imprenta al más grande hombre de letras que vieron los siglos, merece nuestro asentimiento. Al menos el reconocimiento de que hasta bajo los peores instintos resurge, a veces, la vena de la verdad. Y ¿quién la representaba hace ya un taco de años? Un pueblerino hidalgo manchego, que, cruzando España, fue demoliendo frase a frase las insidias y maneras de tergiversar el ser de las cosas. Y apareció el libro, para muchos guía espiritual de todo un pueblo, y unos segundones del país donde Dios pegó las tres voces, recogieron el eco y ahí está, para estudiosos y filatélicos del noble arte del coleccionismo.
¡Qué diferencias se me ocurren con las aguas residuales de quienes todavía transitan por esta España! Ahora dicen que en mayo van a ejercer de demócratas. Les estila llamarse así, como hacían en la Alemania de Este los que no eran sino despojos de una ruina. Lo siento. No era mi intención terminar con tan malos humos, pero hay detalles escondidos en los libros viejos que merecen salir a la luz de una primavera que ya apunta.
La que viene, la leí en una fachada de un cortijo desvencijado recorriendo la Mancha: «Te estábamos esperando, Primavera». Lo publiqué en uno de mis libros de poemas. Hoy, ya es reliquia.