«La Leona de Castilla»
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 431, de 19 de marzo de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
Al principio de los años 50 del siglo pasado se estrenaba la película La Leona de Castilla, que en su día escribiera Villaespesa en un drama en tres actos. En el cine encarnó a la protagonista doña Amparo Rivelles, que hizo el papel de María Pacheco, viuda de Juan de Padilla, que fue jefe de los comuneros. Es decir, un rebelde que se opuso a la tiranía de Carlos I, que murió decapitado después de su derrota en la batalla de Villalar. Fue entonces cuando esta heroína tomó el mando y luchó por los que consideraba sus derechos nada menos que contra el Estado. No desvelaré lo que le sucedió, y me ciño al papel que ha desempeñado en la historia.
Salvando distancias, estábamos algunos contemplando el país de los mansos corderos con una contenida indignación cuando, de pronto, en unos pocos días han entrado en liza personajes que han propiciado el revulsivo que en estos momentos necesitaban los españoles, al punto de plantearse si no se habrá producido el toque de corneta que anuncia la batalla. Algunos la han denominado ya nada menos que «tormenta perfecta», lo que parece demasiado. Más bien es lo otro, un zarandeo, un grito en mitad de la noche, un aviso de que no está todo perdido. La María Pacheco que lo ha dado tiene un nombre; toda España sabe que se llama Isabel Díaz Ayuso. Una ciudadana que arranca de abajo, como reza su apellido, que, alertada por los sucesos de cada día, tuvo los redaños para adelantarse a los socialistas/-comunistas que detentan el poder y poner patas arriba a toda una nación anestesiada, maniobra tan inteligente como capaz para desvelar públicamente las vergüenzas de los que mandan y mangonean a su antojo. Doña Isabel, por esto nada más, merece un aplauso, pero algunos creemos que algo más.
Porque esta buena señora, castiza y representante política de un pueblo que padece como los demás de España, tras consultar internamente el paso que pensaba dar, y serle autorizado, ha tocado la tecla de la revolución. Se ha enfrentado a las altas instancias del poder, al que ha cogido en ropas menores. Tanto es así que ha levantado iracundo de su asiento de guata repujada nada menos que al excelentísimo señor, de vuelos altos pero de baja condición, vicepresidente segundo del Gobierno del Reino de España, don Pablo Iglesias, individuo advenedizo que, dispuesto a demostrar que tiene también ideas brillantes, ha bajado de su trono a la bruta calle para ofrecer sus encantos a la ciudad, quiero decir oponer sus malas artes a una población que a estas alturas todavía no sale de su pasmo. Con su cola revuelta, quiero decir en un moño, piensa entresacar de sus libros nunca leídos la guía que le lleve a la victoria, que bien pudiera ser la de su tumba, añadiré política, por si las moscas.
Porque me huele a batalla desigual. No sabe la Derecha hasta dónde son capaces de llegar los rojos blanqueados en una pugna ordenada. Los comunistas no saben pelear a campo abierto. Arteros por nacimiento, maquiavélicos de oídas, disponen de todo un arsenal de armas prohibidas que están dispuestos a sacar de sus armarios para alcanzar el triunfo. Ahí están las televisiones, con la «Secta» a la cabeza, las tertulias, las llamadas redes sociales, los institutos regados con el dinero de todos, la radio, la prensa escrita, el CIS, las encuestas, y, como ya ha ocurrido otras veces, si llega el caso, no desaprovecharán un muerto más, esta vez no por causa del virus chino. Poco importará que ahora no sean elecciones generales, les bastará Madrid. El Madrid del No pasarán. Todavía viven quienes recuerdan aquello del Ya hemos pasao, aunque sean pocos.
Lo cierto es que ha nacido para España una leona. Tal vez porque los dos machos de la entrada del Parlamento estaban muy solos. Una mujer que ha puesto a parir a toda la banda de sepultureros y que a poco que sepa situar sus tropas adecuadamente en el embarrado campo de juego saldrá alta y garbosamente airosa, moverá algunas estructuras más de las que ya ha movido y anunciará la nueva primavera que necesita esta nación, la misma que alumbró a doña María Pacheco. En estas mismas páginas el periodista señor Inda la ha comparado a doña Manuela Malasaña. Bravo. Hacen falta mujeres así en esta España. Necesitamos leonas como la célebre hembra babilónica, que, aún herida por las flechas, arrastrándose, con el rictus del dolor en su faz, avanza conmovida hacia la victoria.
Hay que tener un par, y doña Isabel ¡tenía que llamarse Isabel! parece que los tiene.