Libertad sin ira
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 635, de 8 de junio de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.
¿Quién no recuerda al grupo musical Jarcha? ¿Quién, de cierta edad, no retrotrae su memoria a aquellos años de convulsiones y espasmos continuos, los que siguieron a la muerte de Francisco Franco? Procedían de Huelva y, si no muy prolíficos, se dieron a la canción por vocación y parecerles el vehículo que mejor encuadraba sus inquietudes en el panorama político y social de entonces. ¿Lo consiguieron? Sea como fuere, hoy se admite que su trabajo constituyó una especie de poesía cantada que incluso se mantuvo en las listas de audiencia en los primeros puestos durante algunas semanas. De todas formas, con el paso de los años, tal vez por haber logrado una musicalidad pegadiza, se ha convertido en el himno que da sentido al hecho histórico que significó el paso de un régimen a otro. Todavía resuenan en los oídos de muchos españoles los versos que hablaban de un futuro prometedor, concorde, aunado, esperanzador. Si no les molesta, tarareen los sones, ya sea en la soledad de su cuarto; es relativamente fácil: ¡Libertad, libertad sin ira, libertad, libertad!
Pues aquella libertad desprovista de enconos que se entonaba ha ido teniendo sus secuencias temporales en un país aquejado de males, y también de bienes. Ahora, a estas alturas del siglo XXI, se va a ejercitar este rito en la parte Sur de la península, que llamamos Andalucía. Cada cierto tiempo, que llaman tasado, se abre a los miembros de las comunidades la posibilidad de ejercitarse en el ritual del voto. Para el próximo día 19 de este mes de junio se ha convocado a los andaluces a esta especie de sortilegio del cual habrá de salir airosa la voluntad de todos, como una Venus de la espuma del mar. Justamente los andaluces, como hace poco ha ocurrido con los castellanos, leoneses y otros. Merced a los mecanismos previamente contemplados la gente del Sur va a poder manifestarse mediante una papeleta. Esto deberá hacerlo, naturalmente, sin ira. Así se dijo que tenía que ser desde tiempo inmemorial y así se viene haciendo en países más o menos avanzados, como es España. Bastaría darle un repaso a los últimos casi cincuenta años para constatar que el sistema ha dado sus frutos.
Hoy tenemos un país que en nada tiene que lamentar los pasos que ha dado para que esa libertad soñada sea realidad. En este proyecto, sin duda ilusionante, han intervenido activamente muchos partidos, pero hay dos que se han alzado como abanderados. A uno se le califica de derechas y a otro de izquierdas. Huelga añadir que representan el sentir ciudadano de forma diferente, hasta se diría opuesta, y a veces encontrada. Pero esa es una observación hasta cierto punto inútil, pues ya se esperaba. Lo cierto es que, a trancas y barrancas, cada uno a su manera y alternándose en el Poder, han llevado el país por derroteros aceptables. Los historiadores del momento así lo entienden y son miles los cauces de opinión en los que expresan estas ideas. Se podría decir que España es una nación a la moda.
Pero no siempre los dos partidos citados han acertado en sus planteamientos. Hasta se podría decir que en más ocasiones de las que se esperaban han tirado por la calle de en medio, que quiere decir atajo con cuestas poco recomendable. Callejuelas oscuras, al menos poco iluminadas, donde voluntades corrosivas han puesto sobre la mesa intereses conducentes a la disgregación, actitudes que los representantes de los dos partidos que se arrogan la primacía política han aceptado, al menos han permitido, tal vez ignorantes en cierto grado de hasta dónde podían llegar esas complacencias, con tal de mantener incólume esa horrible cosa que llaman el Poder. Los resultados se han visto con el tiempo. No es hora de recordar aquí casos tan sonados como los Gal y otros parecidos, ni de rememorar nombres que no gozan precisamente de buena salud. Pero mal que bien los españoles fuimos pasando la mano y, cada vez en su momento, fuimos a las urnas. España avanzaba, eso era un hecho. Libertad, libertad sin ira… Si no la había sin duda la habrá.
Pero llegaron nuevos tiempos. Pareció como si los virus malignos se pusieran de acuerdo para asaltar la fortaleza española. Un señor de cejas en ángulo, coreado por unos cuantos, impuso unas teorías tóxicas y dio la vuelta a la tortilla. Era de izquierdas. Le siguió otro de derechas, al que le tembló la mano y dejó estar. Lo pagó caro, todo el mundo lo recuerda. Entonces llegó el relevo, otra vez de izquierdas. Y en eso estamos. No es posible contemplar el paisaje que este hombre ha pergeñado para una España que cantaban los de Jarcha sin ira ni rencores. Sobre todo, porque ha introducido en sus cuadros elementos nocivos, que históricamente tendrían mucho que explicar y no lo hacen. La población está desolada. ¿Cómo es posible llegar hasta aquí? Nadie se lo explica, pero hay veces en la vida en que lo menos pensado se yergue como solución.
Esto ocurre en esta España nuestra. Queda siempre la esperanza, claro es, de que el viento cambie de dirección. Queda flotando en el ambiente una ilusión, que por todas partes resuena. Habrá que esperar. Mientras tanto, como una prueba de laboratorio, en Andalucía nos han llamado a voces para que enseñemos credenciales. Lo vamos a hacer, callandito, silenciosos. Acercándonos a la fila que lleva a las mesas electorales mientras bajo cuerda nos aliviamos entonando los compases de una canción que, si nacida en el Sur, voló tan alto que llegó a convertirse en himno nacional. Como diría Bécquer, un himno gigante y extraño.
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