La locura de don Quijote

26/ABR.- La noción general que el español medio tiene de este hidalgo es que no estaba en sus cabales.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 616, de 25 de abril de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

La locura de don Quijote

Cuando este artículo sea publicado, supongo, la gente de buena fe de este país habrá recordado que hace ya un montón de siglos murió un hombre que, si no un dechado de virtudes si tuvo el acierto de perfilar la que habría de ser la figura literaria más representativa del ser español, a la que llamó don Quijote. Se llamó Miguel de Cervantes. Y me ha parecido consecuente en estas fechas dedicar unas líneas acerca de la figura de su creación. No es la primera vez que lo hago.

La noción general que el español medio tiene de este hidalgo es que no estaba en sus cabales. Hizo lo que hizo por una especie de dislocación de los sentidos, en buena parte de su historia secundado por Sancho, que fue su contrapunto. Y lo fue en tal grado que justamente en la percepción que se tiene de sus acciones se configura la realidad indivisible del personaje. Habría que decir, pues, que en su definición van incluidas dos personalidades. Pero dejemos esta cuestión en manos de los entendidos, que ellos sabrán dar mejor explicación de esta cuestión y centrémonos en la susodicha locura. Porque ¿estaba ciertamente loco el buen caballero meseteño? Las palabras locura y loco, en tanto que sustantivas y directas, al menos a lo largo del primer capítulo, no las emplea el autor; hace alusión a ello cuando escribe que «vino a dar en él un extraño pensamiento, que jamás dio loco en el mundo». Así, que lo que le aqueja, como dice líneas más arriba, es una pérdida del juicio, entendiendo como tal la falta de razón. Pero ¿qué quiere decir esto? Queda claro que si la había perdido era porque antes la tenía. ¿Cómo fue posible que perdiera tan valioso don un hombre sencillo, en la quietud de su casa, aparentemente al margen de las premuras del mundo? Simplemente: «de tanto leer y dormir poco». El problema se le presentó porque los libros que leyera fueron de una clase, de caballería. Un género que en su época hacía furor entre la gente.

Sentado ya que, a don Quijote, por sus costumbres, le había sobrevenido un extraño pensamiento, que ya se colige hubo de desembocar en una pérdida del juicio, habría que dilucidar de qué clase era. No lo que hoy entendemos por enfermedad mental. Habría que presumir, por tanto, que fuera idiota, necio o sandio. En su Elogio de la locura (1508) el humanista Erasmo de Rottterdam había hecho hablar a la Sandez como diosa capaz de erigirse en jueza determinante de estas sutiles desviaciones. Pero Erasmo era un escritor ortodoxo a su manera y es limitado el caso que debemos hacerle.

Mejor nos atenernos a nuestra lengua. Para nosotros la locura es cosa distinta de la estulticia, de igual modo que en francés foliees distinto adémencey está claro que Erasmo alude a los estultos y no a los locos. Stultus quiere decir necio, fatuo, estólido, ignorante y puede que mejor insensato, por cuanto este término se ajusta mejor a la pérdida de la razón, que clínicamente habría que emparejarlo con insania. Todavía, en 1513, Nebrija insiste en llamar stultia «a la bobería y poco saber». Con lo dicho queda subrayado que tampoco se compadecen estas lindezas con nuestro caballero, pues era el caso que hallándose en su sano juicio ninguna de las desgracias señaladas le cuadran, pues ni era ignorante ni fatuo ni vanidoso ni simple, etc. Tal vez había que indagar en el grupo de los soñadores, que significaba en «ejercitarse en todo aquello que había leído». Aún hoy es esta una vía muerta, que habría que desenterrar.

Es esta una senda inexplorada por el común de la gente. Incluso de los estudiosos. Y será necesario traer a la actualidad esta posibilidad porque la pretendida locura de don Quijote va más allá de un escueto dictamen médico, sicológico o siquiátrico. Ni siquiera es una aberración de los sentidos, a mi modo de ver, sino una forma expresa y razonada de ver la vida. Para Cervantes, que quiso plasmar en su personaje las entrañas de toda una peripecia de batallas, cárceles y desdichas, el modo de ser del personaje –no olvidemos que en todo caso va unido a su sosias Sancho, índice de manera frontal en el ser de lo español, que es de lo que se trata–. Sí, es posible que en esa aceptación haya un ensueño peculiar en sus maneras, una percepción de la realidad que escapa al timorato de turno pero que, en el fondo, hurgando en su cosmovisión literaria nos da las claves para entender que no siempre los tenidos por locos lo son; tal vez ocurra al revés, que sean lo que de tanto leer y poco dormir, son los únicos que saben encontrar en las ofertas que nos trae lo cotidiano la verdadera almendra de las cosas. Quizá ideas más o menos parecidas a esta deberían leerlas los fantasmas que gobiernan España, pobre gente, porque, al fin y al cabo, de nuestro país estoy hablando.

De un pedazo de tierra en el confín del mundo que tuvo la fortuna de ser cuna de uno de los grandes que en la historia han sido y que, como otros, se nos fue para siempre el mismo día que gente de su rango. Pero de esos que hablen los ingleses. A nosotros nos basta con recordar en un sencillo artículo las glorias de nuestro pasado. Precisamente cuando se está pergeñando desde los oscuros despachos ministeriales eliminar de los planes de estudio las cosas que pasaron en España anteriores a la Revolución francesa. ¡Habrase visto sandez más grande! Pues ahí lo tienen. Lo dice la televisión.




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