Presuntos culpables
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 586, de 14 de febrero de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP).
España es una unidad territorial imperiosamente asomada al precipicio de su destrucción. Esto es una frase, claro está, pero la Historia está llena de frases apocalípticas, cuando no escatológicas, a lo largo de su andadura, para definir largos períodos y la gente lo ha tomado siempre como la lluvia fina en el campo, que permite seguir viviendo sin grandes preocupaciones. Pero podríamos andar algunos pasos atrás, si nos valiera, hasta los romanos, si lo desean, aunque no conviene retroceder el camino tanto. Ni siquiera detenernos en el hito que fue nacimiento de la nación, como algunos dicen a finales del XV. No hará falta. Anclemos la mirada en el anteayer, cuando los aires cambiaron de dirección y se empezó a hablar de una nueva época, un nuevo ciclo, un nuevo futuro. Porque había sucedido un hecho indiscutible, la muerte de Francisco Franco.
Entonces, no sin buena voluntad, se reunieron unos notables para determinar cuáles iban a ser las cuadernas del barco que nos llevaba. Eran gente diversa, desde comunistas a representantes del Antiguo Régimen. En realidad, se trataba de construir una nave nueva para nuevas tormentas, pero ellos, avenidos y dispuestos, no lo sabían. O no quisieron saberlo. Se encandilaron en un supuesto esperanzador consistente en arreglar las cañerías sin que faltase el agua en los grifos y al cabo dieron a la luz, es decir parieron, una fría y novedosa organización territorial del país que llamaron autonomías.
Las gentes pertenecientes a Burgos empezó a ser llamada de Castilla y León, y las de Albacete de Castilla-La Mancha, y las de Logroño de La Rioja, y así sucesivamente. Más o menos lo mismo, pero totalmente distinto. España, como matrona, era puesta en manos de unos señores que pronto, muy pronto, nos iban a demostrar sus verdaderas intenciones. El poderío de los antiguos gobernadores civiles iba a ser tomado a risa comparado al que asumirían los nuevos presidentes de cada comunidad, eso sí cada uno sustentado por sus cortes y camarillas, cuestión de votos. No ha pasado ni medio siglo.
¿Cuáles eran esas intenciones, en algunos casos largamente atesoradas durante años en carpetas con cinta roja de algunas mesas de despacho? No era cosa de precipitarse. Había planes. Consistían en tener la voluntad inequívoca de llevarlos a cabo, pero con la debida cautela. ¿Cómo? El Gobierno de la nación no se percataba, pero estaba necesitado de su maléfico concurso para persistir, durar, o lo que era lo mismo, permanecer. Había que aceptar la realidad, dijeron, después de todo en la nueva democracia cada cual puede pensar libremente, incluso atentar contra la nación.
Desde los más a la derecha a los más escorados a la izquierda, a todos los gustó apretar el gatillo que abría fuego contra los estafermos en marcha. Así fueron pasando los días, las semanas, los meses, los años. Hasta que en cierto momento la olla a presión estalló y a todos cogió en calzoncillos. Entonces..., entonces sí, porque al Estado todavía le quedaban resortes defensivos, se puso en movimiento un mecanismo con visos de legalidad que abortó el desmadre. Después la calma, hasta la próxima generación que en sus ansias destructivas imagine otra revuelta de parecidas circunstancias.
No se trata de juzgar la cosa ya juzgada. No se trata de repasar el pasado con miras vengativas ni buscar culpables debajo de las piedras (por cierto, donde algunos están aún). Se impone precisar que en la España de los últimos cuarenta años hubo casi una decena de hombres que han pasado a la Historia como impulsores de una realidad que ha resultado fallida, ajena al bien de las esencias de España, todo fuera por el prurito de alinearse en los movimientos imperantes en la Europa (también fallida) existente. Y estas personas (que todavía viven creo que tres) deben ser castigadas en esta especie de cárcel de papel como presuntos culpables de un delito de ceguera política.
Un desenfreno que bajo la etiqueta de una supuesta bondad basada en el consenso presuponía el fin de unos años difíciles y promesas de futuro mal estudiadas, las cuales han llevado al país al deliquio político, que es el que estamos padeciendo. Tanto como para que algunos podamos preguntarnos: ¿Cómo ha sido posible esto? ¿Cómo los comunistas han llegado al poder? ¿Cómo un ser tan arrogante como inepto ha podido encaramarse en lo más alto para dirigir una nación, aunque mintiendo a quienes podían votarle, lo que le ilegitimaba? Por todo esto, ¡claro que hay presuntos culpables! Y cuando los hay, deben ser señalados.
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