¿Vale España para algo?
Publicado en el número 26 de 'Somos', de octubre de 2020. * En la sección Opinión.
Editado por la asociación cultural Avance Social.
Ver portada de la revista 'Somos' en La Razón de la Proa.
¿Vale España para algo?
Valer: ser útil para algo; tener alguna calidad que merezca aprecio y estimación
A la casta partidocrática que se aprovecha de España, por supuesto que sí. Le vale para obtener poder y dinero. Pero ni nos engañemos ni nos quejemos, tal casta emana del pueblo español que la elige y la acepta, así que nada de llorar, es nuestro producto y tendremos que soportarlo a no ser que decidamos, en una empresa dura y arriesgada, eliminarlo. Se podría empezar, tal vez, por dejar las urnas vacías mientras sea el catálogo de partidos de la casta lo que se nos ofrezca para materializar, cada cuatro años, nuestra supuesta condición de pueblo soberano.
Pero, vista desde fuera, ¿vale España para algo? Como se decía en tiempos de Franco, ¿habrá que leer la prensa extranjera para enterarse de lo que pasa en España?
Estamos empezando a ser un socio indeseable para las entidades supranacionales europeas de las que formamos parte, que pueden empezar a vernos, nada menos, que como un estado fallido. Influyentísimos medios de comunicación “progresista”, como Le Figaro, francés, o Frankfurter Allgemeine Zeitung, alemán, cuyas opiniones son tomadas habitualmente como referencia por nuestra progresía, se han expresado hace poco en tal sentido a la vista de la lamentable gestión de la pandemia por parte del Estado español.
Pero no sólo por la gestión de la pandemia, son más los motivos de desconfianza: el cambio sobre la marcha del procedimiento de renovación del Consejo General del Poder Judicial, que persigue fines que se alejan de los principios de la Unión Europea; la manifiesta incapacidad del Gobierno para proponer unos Presupuestos Generales creíbles; la guerra civil fría entre el Gobierno y las CC.AA. que no le son afines, sobre todo y nada menos con Madrid, capital del Reino y motor económico de España; la inseguridad jurídica que da lugar al esperpento de que, como les ha sucedido a muchos ciudadanos de la UE, propietarios de inmuebles en España, un okupante se apropie de una vivienda ajena sin que quepa esperar una justicia rápida y expeditiva;...
El despropósito de 17 entes autonómicos que convierten al Estado en un mastodonte lento y pesado, bajo la carga de duplicidades administrativas y masas de funcionarios y “asesores”; el escándalo de miles y miles de “aforados”, sin parangón en país civilizado alguno, que pueden burlar legalmente la acción de la Justicia; la inestabilidad de un Gobierno que se mantiene en pie con el apoyo interesado de partidos que reniegan de España y de las bases económicas en que se asienta la UE...
Y, por poner el ejemplo final, que nada menos el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común y vicepresidente de la Comisión Europea, el español Josep Borrell, se salte los procedimientos comunitarios y mande de tapadillo una misión de la UE a Venezuela, lo que ha sido interpretado como una utilización de la institución que Borrell representa, en beneficio de los intereses o compromisos del partido en el poder al que él pertenece en España, con el régimen de Maduro.
Ante el panorama descrito, cómo no van a conceptuar nuestros socios a España como un inminente estado fallido. Cómo no van a considerar por ahí fuera una imprudencia asignar a semejante socio miles de millones de Euro (€) que podrían administrarse en otros países con más garantías en su aplicación final. Cómo no van a vernos como un peso muerto que nada aporta. Cómo no van plantearse si no estarían más cómodos sin nosotros.
Tras la demolición de la economía española –el nuestro es el país peor parado por la pandemia hasta el momento y a futuro–, qué puede impedir que sus socios actuales desprecien a España por su nula valía, la conviertan en un apestado de quien poco importa si adopta modelos de gobierno tiránicos, propios de repúblicas bananeras y prescindan de ella como socio, para que los españoles, como tantas veces en la Historia, nos cocinemos en nuestra propia salsa mientras ellos miran. Y esto último, siendo vergonzoso, quizá no lo fuera tanto como vernos convertidos en una especie de protectorado de la UE, en el que nos iban a cocinar en salsas extranjeras.
No se escriben estas líneas desde la adhesión acrítica a las estructuras multinacionales europeas, en las que ingresamos de forma mendicante y en las cuales ya veníamos siendo incapaces de mantener posturas propias, pero sí desde el convencimiento de que para ser alguien en tales estructuras y en cualquier otro ámbito, sin merma de la lealtad en la colaboración, es imprescindible una conciencia nacional propia y exclusiva, defensora de intereses propios y exclusivos, que no esté sujeta a los vaivenes, caprichos y ocurrencias con que la partidocracia nacional destroza nuestro prestigio y nuestra valía como nación.
Mientras no seamos capaces de establecer esa conciencia y esos intereses, España no valdrá para cosa alguna y, por lo tanto su existencia futura se materializará bien en protectorado europeo, o bien en república bananera.