Vista a la derecha, como siempre
Publicado en el número 29 de Somos, de enero de 2020. En la sección Pensamos que... (artículo de opinión a modo de editorial). Editado por la asociación cultural Avance Social. Ver portada de la revista Somos en La Razón de la Proa.
Lo tenemos muy claro. Nos revientan las sandeces y las ocurrencias de nuestros socialdemócratas o lo que sean (neosocialistas, hay quien les llama) y de sus socios podemitas. Nos da la risa, o el llanto, cuando empiezan con lo de las leyes LGTBI; con lo de sus prohibiciones y obligatoriedades por nuestro bien, claro; con lo de los abortos a los dieciséis sin consulta paterna previa o con lo del Valle de los Caídos, entre otras cosillas. De lo de la asignación de la plusvalía ya ni se acuerdan. A lo más que han llegado últimamente ha sido a mezclar kilowatios con aguacates para ocultar su incapacidad o, lo que es peor, su falta de voluntad de meter seriamente mano a unos intereses en cuyas puertas giratorias tienen fundadas esperanzas.
Qué claro lo tenemos y cómo abominamos de todo esto. Con toda la razón. Y, además, percibimos en el ambiente que hay muchas personas que dicen lo mismo que nosotros. Qué bien, ya no estamos tan solos, ¿no?
Pero, de las otras cosas, ¿qué?
¿Qué se dice sobre la forma en que un sistema económico/financiero que se llama “eficiente” nos pasa por encima imponiéndonos brutales sacrificios para que le cuadren las cuentas, con el argumento de que no puede ser de otra forma y de que es, una vez más, por nuestro bien?
¿Qué hay sobre la bestia informe que monopoliza las comunicaciones sociales y nos obliga a dar sus principios e intereses por inamovibles y a debatir sólo en los ámbitos y sobre los temas que le convienen? El que no se adapta, ya se sabe: fascista, negacionista o cosas peores.
¿Qué se opina sobre el oligopolio energético que nos impone consumos a precios abusivos en nombre del sacrosanto principio de la remuneración del capital? El que contradice tal principio en cuanto sacrosanto, ya se sabe, marxista trasnochado.
Habría más ejemplos. Que alguien los ponga.
Estamos obligados a identificar las mezclas explosivas que más pueden contribuir a la demolición de nuestros valores absolutos: es muy habitual ver, oír y leer a personas con las que nos unen la risa, el llanto y la repugnancia por las chorradas y las demasías de nuestros socialdemócratas (socialtraidores, Lenin dixit) y podemitas que, después de despacharse como nosotros lo haríamos, por ejemplo, contra el cierre de la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, y ante preguntas como las que se han formulado antes, se apresuran a decir aquello de que el Estado ha de ser pequeño y no intervenir en la economía, que la mano invisible todo lo arregla, que laissez faire, laissez passer, y que, en el fondo el sistema actual es estupendo y son los sociatas y los podemitas quienes lo estropean.
Son los de siempre, los que guardarían su dinero en el sagrario si les asegurara rentabilidad, seguridad y liquidez y que invocan grandes principios en defensa de intereses tan materiales y tan sucios, como los de sus ¿enemigos? a mano izquierda. Mucho cuidado con asociar lo que nos repugna sólo con nuestra izquierdita.
Tras cada vehemente y razonable manifestación en defensa de los valores tradicionales y culturales que nos son propios, debemos exigir –y exigirnos– vehementes y razonables manifestaciones en demanda de un sistema económico diferente de éste, que no sería paradisíaco (“la tierra será un paraíso…”, dice la Internacional que ya ni saben cantar) y en el que el Hombre –con mayúscula– sería la referencia.
Porque, en el sistema actual, que algunos quisieran perpetuar y para quienes sí es paradisíaco, la referencia es cada hombre –con minúscula- por separado de los demás y, claro, no es lo mismo.
Cómo pudiera ser ese sistema y por qué caminos se puede llegar a él son el reto a superar y la meta a la que dirigir nuestro esfuerzo. Nuestra tradición y nuestro concepto del Hombre son la base de partida, que el pasado se impone a la ruta que pretende tener porvenir y en nuestro pasado tenemos innumerables muestras de cómo las gastan los que llevan en una mano la Cruz y la bandera y en la otra el Financial Times.