La falsificación de la Historia.
Artículo recuperado de 2014. Intervención de Fernando Suárez González en las XX Conversaciones en el Valle, organizadas por la Hermandad del Valle de los Caídos entre los días 7 y 9 de abril de 2014. Celebradas en la Universidad San Pablo-CEU.
Publicado en la revista Altar Mayor, número 161, de septiembre/octubre de 2014.
Ver portada de Altar Mayor en La Razón de la Proa.
El autor es catedrático de Derecho del Trabajo, y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
La falsificación de la Historia.
Me siento obligado a iniciar esta intervención advirtiendo a los presentes del relativo valor de mis reflexiones. Soy simplemente un aficionado a la historia, un español preocupado por la manera en que se están relatando a los más jóvenes la República, la guerra civil y la época en que crecimos y vivimos muchos de nosotros, con gravísimos síntomas de regreso a la discordia, pero no soy historiador. Por eso hubiera rehusado la invitación si quien la formulaba no fuera la Hermandad de la Santa Cruz y de Santa María del Valle de los Caídos, cuyos dirigentes y cuyos hermanos han sabido mantener la dignidad y el decoro en medio de las injusticias y de las turbulencias de que ha sido víctima aquella monumental Basílica cristiana. Era imposible negar mi aportación a estas «Conversaciones», aunque sea bien modesta y aunque tenga yo la conciencia plena de que son muchos los que podrían abordar el tema con más conocimiento, más eficacia y más autoridad que yo.
Tampoco puedo dejar de decir que la colaboración en estas Conversaciones de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Información de la Universidad San Pablo CEU añade preocupación a la responsabilidad de ocupar esta prestigiosa cátedra.
1.- No he necesitado mucho esfuerzo para recordar algunos libros relativamente recientes, de muy diferente valor pero concordes en señalar las manipulaciones, las mentiras, las falsificaciones de la historia. Los grandes embustes de la Historia, de Hervé Le Goff [1], Las falsificaciones de la historia (en relación con la de España), de Julio Caro Baroja [2] o las Mentiras históricas comúnmente creídas, de José Luis Vila-San Juan [3] son tres ejemplos claros de lo que digo. Lo son también la bien conocida «leyenda negra» o las acusaciones que se han hecho –y se hacen todavía– a los Reyes Católicos por la expulsión de los judíos.
Dirigiéndose a D. Alfonso XIII escribía Julián Juderías en 1914 lo siguiente: «Anda por el mundo, vestida con ropajes que se parecen al de la verdad, una leyenda absurda y trágica que procede de reminiscencias de lo pasado y de desdenes de lo presente, en virtud de la cual, querámoslo o no, los españoles tenemos que ser, individual y colectivamente, crueles e intolerantes, amigos de espectáculos bárbaros y enemigos de toda manifestación de cultura y de progreso». Es uno de los párrafos iniciales de su conocido libro La leyenda negra [4], en el que denuncia la funesta influencia que ha ejercido sobre muchos de nuestros historiadores y mantiene con firmeza argumental que no hacen falta apologías y defensas y que basta que la verdad quede en su punto.
De ahí su demostración de que la Inquisición española no tuvo la exclusiva de la intolerancia y que en Alemania, en Suiza, en Inglaterra, en Francia, en Rusia o en los países escandinavos se reprimieron también sangrientamente los delitos religiosos. De ahí también su demostrada tesis de que la colonización española en América produjo unos resultados incomparablemente superiores a los que se propusieron en África Bélgica, Alemania, Francia o Inglaterra, obsesionadas por enriquecer a la metrópoli, en lugar de llevar a los pueblos colonizados la cultura, la educación, las costumbres y la religión de los colonizadores.
Algo parecido ocurre con la expulsión de los judíos. Ha sido Henry Kamen, el prestigioso autor del estudio sobre La inquisición española [5] quien dejó claro que en 1492 no hubo nada sorprendente ni extraordinario en la expulsión de todos los judíos de España, porque a través de su historia habían sido expulsados de la mayor parte de los países de Europa, como ocurrió en Inglaterra que la decretó en 1290. En Francia se decidió la prohibición en 1394 y España y Portugal fueron los últimos países de Europa en expulsarlos. El nuestro recibió entonces la felicitación del claustro de la Universidad de París, porque se acomodaba así a lo que era norma general de la cristiandad.
Fueron éstas, por lo general, calumnias de extranjeros y es conocido el texto que en el año 1609 escribió Francisco de Quevedo, dirigiéndose a la católica majestad de Felipe III y que reprodujo también Julián Juderías: «Cansado de ver el sufrimiento de España con que ha dejado pasar sin castigo tantas calumnias de extranjeros, quizá despreciándolas generosamente y viendo que, desvergonzados nuestros enemigos, lo que perdonamos modestos juzgan que lo concedemos convencidos, me he atrevido a responder por mi patria y por mis tiempos, cosa en que la verdad tiene hecho tanto que solo se me deberá la osadía de quererme mostrar más celoso de sus grandezas, siendo el de menos fuerzas entre los que pudieran hacerlo». Son las líneas que abren su obra España defendida y los tiempos de ahora. De las calumnias de los noveleros y sediciosos [6].
[1] Grancher, París, 1982.
[2] 5º edic., Seix Barral, Barcelona 1992.
[3] 6º edic., Planeta, Barcelona, 1993.
[4] Araluce, Barcelona, segunda edición.
[5] Alianza Editorial, Madrid, 1967, pág. 19.
[6] En Obras completas, Aguilar, tomo I, Madrid, 1958, págs. 488-489.
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