Destrucción y vandalismo. Una imagen velada
Publicado en la revista 'Desde la Puerta del Sol', núm 364, de 18 de octubre de 2020.
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Una de las imágenes que más profusamente se esfuerza por difundir la propaganda prorrepublicana es la de la República como paradigma de progreso cultural y la del régimen del general Franco como ejemplo de oscurantismo y de destrucción de los bienes culturales.
Cierto es que durante la Segunda República se introdujeron cambios y avances en los sistemas educativos y que se obtuvieron ciertos éxitos. El atraso cultural del pueblo era tal que, por poco que se hiciera, los resultados se dejarían notar de forma evidente. Se quiso propiciar el acceso del mayor número de personas a los recursos culturales, elevar el nivel educativo de la población, aunque frecuentemente algunos de estos programas llevaran aparejados objetivos propagandísticos y adoctrinadores.
Ejemplos de aquellas actividades encontrados en las denominadas Misiones Pedagógicas que pusieron al alcance de miles de personas conocimientos de los que habían carecido hasta entonces, como después, durante el régimen del general Franco, existieron las Cátedras Ambulantes de la Sección Femenina que desarrollaron una labor extraordinaria, fundamentalmente entre la población rural, y que ahora se pretende ocultar o desconocer. Incluso desprestigiar. Unas y otras aproximaron diferentes formas de manifestación pedagógica, cultural y artística a los núcleos de población más apartados de la geografía nacional.
Pero parece ser que, en función de las respectivas ideologías, se tenían diferentes formas de entender qué era un bien cultural, qué era patrimonio cultural y artístico y qué merecía ser conservado o destruido.
En este sentido, y como los hechos demostraron sobradamente después, no parece ser que la labor pedagógica de la Segunda República educara suficientemente sobre los bienes culturales a proteger y preservar. Salvo que se entendiera que los edificios, las obras de arte, las bibliotecas, los objetos de culto de un especial valor artístico, cultural o histórico no merecieran tal categoría y, por consiguiente, pudieran ser pasto de las llamas, del pillaje o el expolio.
De la pasión iconoclasta y del afán destructor de las obras culturales y artísticas vinculadas con la Iglesia católica y sus instituciones son muestra evidente los incendios y saqueos ocurridos durante el día 11 de mayo de 1931, a menos de un mes de la proclamación de la Segunda República. Estos actos se produjeron, con mayor o menor frecuencia e intensidad hasta 1936 y después, durante la Guerra Civil en la zona republicana.
La imagen de la otra memoria de aquel 11 de mayo es la del incendio de conventos y edificios religiosos y la destrucción de los objetos de valor artístico y cultural que se conservaban en el interior de los mismos e, incluso, de la profanación de sepulturas halladas en los recintos religiosos y la exposición en la vía pública de las momias de los religiosos y religiosas cuyos restos mortales descansaban en aquellos cenobios y conventos.
Las llamas consumieron en aquella jornada y en días sucesivos, como nos recuerda Pío Moa en el número 319 de El Risco de la Nava,...
«Unos cien edificios destruidos, incluyendo iglesias, varias de gran valor histórico y artístico, centros de enseñanza como la Escuela de Artes y Oficios de la calle Areneros, donde se habían formado profesionalmente miles de trabajadores, o el Colegio de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos, donde recibían enseñanza cientos de hijos de obreros; escuelas salesianas, laboratorios, etc. Ardieron bibliotecas como la de la calle de la Flor, una de las más importantes de España, con 80.000 volúmenes, entre ellos incunables, ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón, colecciones únicas de revistas; o la del Instituto católico de Artes e Industrias, con 20.000 volúmenes y obras únicas en España, más el irrecuperable archivo del paleógrafo García Villada, producto de una vida de investigación. Quedaron reducidos a cenizas cuadros y esculturas de Zurbarán, Valdés Leal, Pacheco, Van Dyck, Coello, Mena, Montañés, Alonso Cano, etc., así como artesonados, sillerías de coro, portadas y fachadas de gran antigüedad y belleza».
Cualquier intento por frenar esta barbarie fue parado en seco desde el mismo gobierno. Conocida es la frase de Azaña: «Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano». Años después, Alcalá-Zamora escribiría en sus memorias: «La furiosa actitud de Azaña planteó, con el motín y el crimen ya en la calle, la más inicua y vergonzosa crisis de que haya memoria». Las izquierdas, en general, justificaron aquellos desmanes atribuyéndoselos «al pueblo», y culpando a las derechas por haber «provocado a los trabajadores».
Ha de recordarse también que, durante la revolución de Asturias de 1934 promovida por los socialistas, con la concurrencia de anarquistas y comunistas, contra el gobierno legítimo de la República, formado por miembros de la CEDA y del Partido Republicano Radical, aparte de los asesinatos de religiosos, guardias civiles y otras personas, fue incendiado, entre otros, el edificio de la Universidad, en cuya biblioteca se hallaban fondos bibliográficos de incalculable valor que no se pudieron recuperar. Asimismo, los revolucionarios dinamitaron la Cámara Santa en la catedral, desapareciendo importantes reliquias que se hallaban allí depositadas. Fueron también destruidos edificios religiosos en Gijón, La Felguera y Sama.
En relación con este tema y de cuál era el estado de la situación en los meses previos al Alzamiento Nacional da idea el hecho de que, entre el 16 de febrero y el 15 de junio de 1936, fueron destruidas 196 iglesias, 10 periódicos y 78 centros políticos, mientras que se producían 192 huelgas y morían violentamente por motivos políticos 334 personas.
Fue el propio Manuel Azaña, un mes después del triunfo del Frente Popular en el año 1936 el que escribió lo siguiente: «Hoy han quemado Yecla; siete iglesias, seis casas, todos los centros políticos de la derecha y el registro de la propiedad. A media tarde, incendios en Albacete, Almansa. Ayer, motín y asesinatos en Jumilla. El sábado, Logroño; el viernes, Madrid: tres iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas. Han apaleado a un comandante vestido de uniforme que no hacía nada. En Ferrol, a dos oficiales de Artillería; en Logroño acorralaron y encerraron a un general y cuatro oficiales… Creo que van a más de doscientos muertos y heridos desde que se formó el Gobierno». El contenido de este texto se comenta por sí solo.
En la actualidad, cuando hay referencias a aquellos hechos, cuando se escribe un libro, se edita una guía turística, se alude a cierta persona o se muestran determinados lugares se suele acudir a eufemismos y subterfugios para velar la verdad de los hechos. Se dice que tal iglesia «sufrió desperfectos en los años 30», que «un incendio afectó a tal monasterio», que «se perdió una biblioteca», que «tal persona falleció o perdió la vida», etc. en lugar de llamar a las cosas por su nombre y decir cuál fue la causa real de esa destrucción, cuándo ocurrió exactamente y quienes fueron los autores de aquellas muertes y por qué procedimiento y de aquellos incendios, destrucciones o saqueos.
Hay sobrados motivos para suponer que un buen número de los que hoy suspiran por el derrocamiento de la Monarquía parlamentaria en España y la implantación de la Tercera República, aunque afortunadamente no todos, no lo hacen teniendo como referencia modelos republicanos tales como, por ejemplo, el francés, el alemán o el estadounidense. A lo que aspiran es a la vuelta de la república del año 1931. Las consignas coreadas en sus algaradas y manifestaciones son suficientemente explicitas: «Arderéis como en el 36», «Hay que quemar la Conferencia Episcopal»,… Aquella república u otra lo más semejante posible, y no otra. Para ejemplo y referencia ahí están la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la República Democrática Alemana o la venezolana de Chaves y Maduro. Por sus obras los conoceréis.