¿Estamos desafiando a Dios?
Publicado en Cuadernos de Encuentro (N.º 155. Invierno 2023/24). Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
¿Estamos desafiando a Dios?
Hace poco más de dos años, cuando llevábamos uno sufriendo el ataque del covid-19, cuando no se nos iba de la cabeza la duda de cual habrá sido su origen e intencionalidad en aquellos laboratorios de Wuhan, en la lejana China, cuando estábamos viviendo situaciones que no ha mucho nos parecerían insólitas y propias de una película de ciencia ficción y reflexionábamos sobre la fragilidad, la soberbia y la prepotencia del ser humano, nos preguntábamos, si todo aquello no sería la consecuencia de querer el ser el ser humano más que Dios con ciertos experimentos y ciertas prácticas, queriendo decidir sobre cómo y cuándo crear vida, cómo y cuándo nacer o cómo y cuándo morir[1].
Hoy nos volvemos a plantear el mismo interrogante al conocer, por el Diario de Mallorca, una noticia que no por ser nueva es ya sorprendente vistas las cosas de las que estamos siendo testigos. El lunes 30 de octubre nació en Mallorca el primer bebé de Europa gestando dos mujeres a la vez. Se llama Derek, ha pesado 3,3 kilos y nació en el hospital Juaneda Miramar, empleándose una técnica denominada Sistema Invocell, que permite compartir el desarrollo del embrión entre dos mujeres, pudiéndose gestar así el hijo de manera compartida.
Se trata de dos mujeres de 27 y 30 años, respectivamente, en las que se ha aplicado esta técnica consistente en colocar bajo el cuello uterino de una de las dos un dispositivo que funciona como una especie de incubadora. Allí se desarrolla durante los primeros días el embrión y, una vez desarrollado, los médicos se lo extraen para implantárselo en el útero de la otra mujer. Sería la primera vez que se consiguiera realizar esta técnica con éxito en Europa y el embrión se desarrolla dentro del cuerpo en lugar de en un laboratorio.
En esta sociedad, –básicamente en la occidental–, se están tratando de «normalizar» ciertos hechos y conductas por el sólo hecho de que sean frecuentes o relativamente frecuentes. Se trata de convencernos de que son normales y naturales hechos y conductas que, incluso, pueden ser consideradas como desviaciones de la naturaleza, porque así interesa a lo «políticamente correcto» y a ciertas tendencias, doctrinas o ideologías que han de imponerse y prevalecer por encima de valores por los que se ha conducido durante siglos la civilización cristiana. Y quien no pasa por este aro es estigmatizado, excluido y expulsado fuera del círculo cerrado en torno al pensamiento único.
Es indiscutible que la ciencia es importante, positiva y necesaria y desde la misma se ha de trabajar en pos de una humanidad mejor, pero creemos que, en ningún caso, ha de servir como pretexto para prácticas que pueden ir más allá de las reglas de la naturaleza ni para amparar un pretendido «progresismo» pues no siempre lo legal es legítimo o justo, ni ese «progreso» encaja dentro de las más elementales nociones de la ética. Cambio y evolución, sí, pero no a cualquier precio.
Es evidente que nuestra sociedad, fundamentalmente la occidental como ya se ha señalado más arriba, se está descristianizando y, aun teniendo en cuenta las poderosas influencias ajenas en tal empeño, esa descristianización se está produciendo desde dentro y no sólo desde la perspectiva religiosa sino también desde la social y la cultural.
Se dice que todos los seres vivos somos hijos de Dios, pero parece que, para las tendencias actuales propias de determinadas ideologías, algunos lo son más que otros (si es que creen en Él). Así hay que priorizar el bienestar y hasta la salud psicológica de los denominados «seres sintientes», mientras que, para esos mismos adoctrinadores, parece que la vida humana carece de valor, como demuestra el hecho de que se den casos de niños recién nacidos arrojados a un contenedor de la basura o se produzcan, solamente en España y en el año 2022, 98.316 abortos provocados.
No se reconoce en el ser humano la obra de Dios, se practica la manipulación genética y el ser humano, incluso en la etapa embrionaria en la que ya hay vida y vida humana, es objeto de experimentación en los laboratorios, aunque los fines puedan ser, al menos, cuestionables. Los que sirven a los fines perseguidos se utilizan y de los demás se prescinde como si de desechos orgánicos se tratara. De alguna manera, se desafía a Dios en su obra, en la naturaleza y pretendemos ser los dueños y los decisores en la vida y en la muerte.
[1] HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, G.: Valores y actitudes en tiempos de catástrofes. Cuadernos de Encuentro nº 144, Club de Opinión Encuentros, págs. 26-30 Madrid, Primavera 2021.