Mientras preparábamos la publicación de este boletín nos ha llegado la noticia de la exhumación de los restos mortales de José Antonio de su tumba, en la Basílica del Valle de los Caídos.

Sabíamos que inexorablemente ocurriría desde que conocimos el comunicado de la familia anunciando su intención de trasladar a José Antonio y enterrarlo junto a su hermana Pilar para evitar que se repitiese el lamentable espectáculo de la exhumación de Francisco Franco orquestado por el Gobierno.

La vileza, en efecto, estaba perpetrada. Era sólo cuestión de cuándo convenía a ciertas almas contrahechas manosear, sin decencia, lo que debe considerarse sagrado: la muerte, y el honor ante el adversario. Pero, de esas cosas, esta gente, ni la menor idea, naturalmente. Hasta un minuto de desprecio es demasiado para la consideración que merecen semejantes seres humanos.

Lo importante, después de todo, es que los restos de José Antonio ya descansan en paz, en tierra sagrada, como pidió en su testamento. Y que nosotros, que, sin duda, sentiremos dolorosamente su ausencia en el lugar de honor que le corresponde, nos alegremos de su definitivo descanso y honremos su memoria ejemplar, como herederos espirituales, con nuestra más intachable conducta ante los españoles.

Toda la paz de Dios para el hombre que ante su cercana muerte dejó dicho en su testamento:

«Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia».

José Antonio Primo de Rivera ¡Presente!

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