El comodín del odio
Incitar e inducir al odio a media España contra la otra media, es estar contribuyendo a algo muy peligroso...
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 740 (14/ABR/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.
Fue justamente el pasado Jueves Santo, cuando los católicos celebramos el día del amor fraterno, es decir, el darnos al prójimo. Pues bien, fue esa fecha, precisamente, en la que la banda que nos gobierna, ha dado la orden, según he leído el Viernes Santo, día en que las iglesias cristianas están presididas por la imagen del Crucificado, este titular en la portada del diario ABC:
«Ferraz [léase PSOE] ordena a sus candidatos locales y regionales recuperar a Franco como baza electoral». Y como subtítulo: «Deberán poner especial atención en borrar del callejero los vestigios de la dictadura o en proteger los lugares donde hubo represión».
O sea, esta camarilla de bribones y pícaros con el acompañamiento de comunistas, separatistas y demás compañeros de viaje, utilizan a Franco a modo de comodín para intentar ganar las elecciones del próximo 28-M.
Incitar e inducir al odio a media España contra la otra media, es estar contribuyendo a algo muy peligroso, «en estos momentos tan difíciles», dijo un día en Covadonga, cuna de España, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, puesto que, no parece del todo imposible, para quienes ya tienen el camino marcado. Lo que dice esta izquierda rencorosa, que tenemos hoy en España, es un ejercicio de aversión que comenzó con Rodríguez Zapatero y se radicalizó con Pedro Sánchez, que está yendo más lejos que su compañero de viaje. Su plan diario de odio es, principalmente, a través de la propaganda y de la educación en varias escuelas y colegios con la ayuda de la llamada Ley de Memoria Democrática que, significa presentar la historia desde una sola cara, sin libertad de expresión para la otra, anulando todo tipo de investigación, salvo lo que a la izquierda más le convenga. En España hace falta una izquierda nacional. En la época de Felipe González, hay quien dice que la hubo, pero ahora no solamente no existe, sino que la que hay, socialistas y comunistas, se ha unido a separatistas y a los herederos de los asesinos de Eta.
Nuestro presidente de Gobierno que llegó a serlo con los votos de los citados y que, forman parte de la peor clase progre que tenemos en España, sigue con su obsesión del Valle de los Caídos. No contento con haber exhumado los restos de Franco, acción por la que, según él dijo, pasaría a la historia. Hay que ser babayu, que decimos en Asturias, para expresarse de esa manera. Ahora queda pendiente la exhumación de los restos de José Antonio Primo de Rivera, asesinado por los socialistas y demás ralea en 1936. También, como muchos lectores saben, ya hay quien se ha encargado de pedir el derribo de la Cruz, la más grande del mundo, que vemos en el Valle de los Caídos y, en su lugar, levantar una estatua de Batman, personaje creado por unos estadounidenses. Sin embargo, según ha publicado alguna prensa, la retirada de esa Cruz «no tenía un destino claro», y, por otra parte, en la Moncloa dicen que se abre un «periodo de reflexión». Es el ejemplo del odio que llega a límites pavorosos. Es lo que José Antonio llegó a escribir en el proyectado semanario de Zaragoza España Sindicalista:
«…el socialismo extirpa en los obreros casi todo lo espiritual… Y así aniquila en los obreros la religión, el amor a la Patria…».
Este odio a la Iglesia ya le viene a la izquierda española de muy antiguo. Sin embargo, vamos a remontarnos solamente a la época de la Segunda República. Esa República tan idílica que tanto nos recuerdan, los que nos han traído ahora esa infame Ley de la Memoria Democrática sin que la derecha, que tuvo, en su día, la oportunidad de derogarla, no lo hizo. Empezó, aquella Segunda Republica partiendo de que España ya no era católica. Fue Azaña, ministro de la Guerra, quien así se expresó en el Congreso el 13 de octubre de 1931. Así, pues, la República tenía que ser laica, y no en un sentido de neutralidad, sino de anti católica. Pronto se fundó en España la Liga anticlerical revolucionaria que traía un plan completo de aniquilamiento de la Iglesia española. «Arderéis como en el 36», todavía resuena hoy en nuestros oídos ese grito de guerra de la marxista Rita Maestre: queriendo de esta manera reivindicar, su plan más radical contra los católicos españoles.
Quienes vivieron aquellos años de la Segunda República, recordarán siempre la propaganda del nuevo régimen que se había instalado en España después de unas elecciones en las que para nada estaba en juego: monarquía o república. El P. Constantino Bayle nos recuerda en su libro Sin Dios y contra Dios, la cifra de 146 mítines diarios antirreligiosos en la España de 1936. No a todos se les puede clasificar como propagandistas del ateísmo ni era igual su virulencia, nos recuerda también el obispo Antonio Montero. Pero eran muchos los medios de los que disponían en las principales capitales españolas con los que, con ínfimas calidades literarias, en algunos casos, favorecía su penetración en la masa analfabeta. El Liberal, el 30 de mayo de 1931 llamaba al Papa «...negrero de todos los pueblos esclavos, judío de nacimiento, campeón del capitalismo…». Al día siguiente, Mundo Obrero, lo calificaba de «…el cerdo mayor del Vaticano». Y en el número de 5 de junio siguiente, lo llamaba «el general de los envenenadores del pueblo». El Socialista, La Tierra, La Internacional Comunista, C.N.T., Octubre, El Comunismo, etc., son algunos medios de los que disponía la izquierda española de aquella II República que, diariamente, hacía propaganda en contra de la Iglesia, cumpliendo de esta manera la consigna del ateísmo.
Todo ello trajo como consecuencia que, además de la quema de iglesias y conventos, mayo de 1931, en octubre de 1934 fueran asesinados 37 frailes y sacerdotes, aunque algunos no habían alcanzado el sacerdocio porque eran solo seminaristas. Después vino la guerra civil donde en toda la historia universal de la Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrifico sangriento, en poco más de un semestre. No se respetó ni tan siquiera a los gitanos católicos practicantes, como fue el caso del humilde Ceferino Jiménez Malla, apodado El Pelé. Hombre católico que por sus creencias sufrió martirio en 1936. Años más tarde, en 1997, fue beatificado por el Papa Juan Pablo II, siendo así el primer gitano martirizado elevado a los altares.
En nada se parecía esa España que quería José Antonio Primo de Rivera, por eso en el Congreso, el 6 de junio de 1934, pronunció estas palabras:
«El día en que el partido socialista asuma un destino nacional, como el día en que la República, que quiere ser nacional, recogiera el contenido socialista, ese día no tendríamos que salir de nuestras casas a levantar el brazo ni a exponernos a que nos apedreen…».
José Antonio, al que la izquierda, porque no saben lo que dicen, siguen declarándolo «fascista» para excluirlo de cualquier forma positiva, y, colocarlo, de esta manera, en la línea política a la derecha más extrema, criticaba, en el Congreso el 9 de octubre de 1934, a...
«Esos burgueses, que no son obreros, que no padecen las angustias de los obreros; esos españoles, que no tienen siquiera la disculpa de haber nacido en regiones donde se mueva un nacionalismo, ésos son los que han especulado con el nacionalismo y con el hambre de los obreros para ver si deshacían en un mismo día la autoridad del Estado español y la integridad de España».
José Antonio fue un hombre de Derecho, no de derechas, como así lo calificó Mercedes Formica. Cultivó la poesía y tuvo suficiente capacidad para dialogar, escuchar y transigir, Fue un intelectual «valiente, inteligente e idealista», dice de él Salvador de Madariaga. José Antonio fue el que se ofreció de mediador, nos lo cuenta Martínez Bario, para terminar la guerra. Fue el que al escuchar su sentencia a muerte subió al estado y abrazo al juez que lo había condenado. Así lo han dejado escrito las propias hijas del magistrado del Supremo que formó parte del tribunal que lo juzgó. «El abrazo de José Antonio es el primer monumento de la reconciliación de España», escribe el periodista Enrique de Aguinaga. Reconciliación de la que está muy lejos esta izquierda rencorosa, no me cansaré de repetirlo, que tenemos en España.
Y termino con las admirables palabras, con las que, cierra su testamento: «¡Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles!».
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