Economía sin medida
Publicado en primicia por el digital El Debate (8/JUN/2022). Recogido posteriormente, con autorización del autor, por La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.
En apenas un mes se han engullido la subvención de los 20 céntimos al gasoil y la gasolina. La esperanza de embridar la escalada de precios se ha disipado al mismo tiempo. Si preocupante es rozar el larguero de una inflación interanual del 9 % en mayo, mucho más preocupante es que la inflación subyacente (que saca del cálculo la subida del precio de la energía y de los alimentos no elaborados) haya escalado hasta el 4,9 %. El Banco de España es claro cuando señala las espaldas sobre las que recaen los precios trepidantes; el peso de los alimentos, electricidad, gas y otros combustibles en el total de la cesta de consumo es mayor en los hogares de menor nivel de renta. Peor aún cuando concurre que la persona de referencia en el hogar tiene un nivel de estudios bajo.
Para ser más exactos, el 20 % de los hogares españoles con menos recursos dedican al grupo de productos anteriores el 27 % de su presupuesto mensual, mientras que el 20 % de los hogares con más recursos, el 17%. Aunque apenas nadie lo diga, todas las medidas de transición energética orientadas a encarecer los combustibles fósiles y, en general, los productos contaminantes, recaen principalmente sobre el maltrecho bolsillo de las familias con menos renta, de edad media de entre 35 y 45 años, residentes en el mundo rural (con mayores necesidades de desplazamientos) y menor formación.
La subida del precio de la energía y de los alimentos es la responsable del 80 % de la subida global de precios en el caso español. El impacto en el resto de socios de la Unión Europea es un poco más suave, pues el peso del gasto en energía también lo es (11,7 % en España frente al 10,9 % en el promedio de la Unión).
Lo peor de todo es que poco se sabe acerca de la duración de esta escalada de precios. Todavía los analistas siguen pensando que a medio plazo –unos cinco años– retornaremos a una subida del 2 % –la cifra mágica esculpida en el frontispicio imaginario del Banco Central Europeo–. Lo que no nos dicen es que cada vez esos cinco años se ven más lejos. Es una expectativa que se aleja conforme se registra un nuevo dato mensual de subida de precios. Para dar a esto un nombre sofisticado nos inventamos el rodeo de decir que hay riesgo de que las expectativas de inflación se desanclen de la referencia del 2 %. Esto, dicho de otra forma, significa que hay canguelo ante la posibilidad de que el personal se crea, que vamos a regresar pronto al 2 % tanto como que nevará en Sevilla el próximo agosto.
No hay medida para saber cuándo dejarán de subir las materias primas que han empujado los precios hacia arriba (léase semiconductores, plásticos, madera y metales industriales, entre otras). Tampoco la hay para conocer cuándo la capacidad productiva mundial –que ya estaba apretada antes de la pandemia– va a ponerse a la par de una demanda que empezó a presionar en la primavera de 2021 y parece no dar tregua.
Lo que sí resulta claro es que conforme se renueven los convenios colectivos, al personal que se levanta mal encarado por apenas 1.200 euros limpios al mes no se le compensa con una subida del 2,5 % como ha sido el promedio de subidas en el primer trimestre de 2022. Mucho más creíble es que se vayan haciendo hueco en los convenios cláusulas de indiciación salarial a la inflación general (ni siquiera a la inflación subyacente) y también cláusulas de salvaguardia que garanticen pagos compensatorios si la brecha entre lo pactado en convenio y la subida real de precios se ensancha.
En 2013 tuvimos una réplica de la crisis financiera de 2008 y de una y otra salimos con un baño de compra de deuda pública respaldada por el Banco Central Europeo y una bajada de salarios (devaluación interior la llamamos) que se medio encajó porque aquellos precios sí que estaban anclados. Ahora la fotografía es otra. Sólo hace falta un cambio en el gobierno de la nación, para que las protestas, ahora con sordina, estallen en forma de revueltas.
En definitiva, la incertidumbre es muy grande. Abarca desde la incierta duración de la guerra de Ucrania hasta si se repetirá o no el cierre de alguno de los puertos asiáticos de referencia. Vivimos en una economía sin medida. Acaso con una convicción cada vez más pequeña en que la subida de precios vuelva al idílico 2 %. Si definitivamente acabamos confiando en ese regreso tanto como en la nevada sevillana en pleno agosto, los salarios sólo pedirán subidas que le devuelvan la vida a quien trampeaba para llegar a fin de mes con mil y pico euros.
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